Con esa imagen, agazapada en las pupilas, salí casi
huyendo del horror. Pero por esos trajines del oficio de
escribir, volví ayer a pasar el portón de La Renaissence.
Las cosas habían cambiado mucho allí. De los cientos de
pacientes y familiares que rogaban atención aquella tarde,
mientras nuestros médicos se multiplicaban entre llantos y
quejidos, solo quedaba, en paz, una veintena.
Sin embargo, en la segunda cama de la sala de
hospitalización en campaña, la tristeza de Mackendi volvía a
recordar los espantos del infierno de este mundo. El niño de
14 años de edad había perdido a sus padres, toda su familia
y su hogar aquel martes triste de enero. Desde entonces el
pequeño sufre de una fractura expuesta de la tibia que lo
mantiene hospitalizado, y solo, en La Renaissence. Pero su
soledad no es total gracias a los médicos cubanos.
Allí tiene una "mamita, como él mismo dice. Es Marlene
Jorge, la enfermera del salón de operaciones, la misma que
lo halló sobre un cartón en el piso del hospital en aquellos
primeros días, y lo cubrió con unas sábanas, le trajo un
poco de agua y hasta un pomo donde pudiera orinar, pues
Mackendi no podía moverse. Ahora el niño, aún con muletas,
la sorprende a cada rato a la puerta del salón, ella en
cambio lo abraza y algún caramelo le comparte.
A Mackendi todos lo miman en La Renaissence. Tristemente
este pequeño no tiene quien lo acompañe a la vera de su
cama, ni quien le traiga algo de comer o le cante una
canción para atraer el sueño. Pero para eso también están
allí los médicos cubanos. Sobre ellos, habla Mackendi: "Me
siento bien, me ayudan a dormir, comparten su comida
conmigo, me dan galleticas, agua y hasta me ayudan a
bañarme". Enseguida nos muestra al enfermero Tomás, a la
doctora Alice, a su sicóloga Mariela, y a su otra "mamita",
la médico Yoleinis para quien es bien triste la historia de
Mackendi.
Nos preocupa, dice Yoleinis, a dónde irá a parar cuando
su pierna sane, pues no tiene familia. No tenemos un lugar
seguro donde llevarlo, y terminará deambulando por las
calles. "Cada vez que se le habla de que en algún momento
tendrá que irse, llora. Es muy difícil para un médico
cubano. Nos duele mucho más porque somos madres, y nos
ponemos a pensar entonces en lo terrible que sería si le
sucediera algo parecido a alguno de nuestros pequeños".
La enfermera Marlene no quiere pensar en el día en que
tenga que decir adiós a Mackendi, por ahora prefiere
imaginarlo en su cama y rodeado del calor de los médicos.
Para esta cubana lo más difícil en estos días infernales en
Haití, ha sido ver tantas necesidades que no pueden sus
manos resolver; esas manos que sin embargo hoy devuelven
sosiego al pequeño Mackendi.