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Haití: el infierno de este mundo XIX

16 de febrero de 2010

Haití: el infierno de este mundo (XIX)

Leticia Martínez Hernández
Foto: Juvenal Balán
(enviados especiales)

Hace exactamente un mes puse mis pies, por vez primera, en uno de los hospitales haitianos convertido en infierno luego del sismo del 12 de enero. Se trataba de La Renaissence, adonde llegaban los heridos por montones y cada historia era peor que la anterior. Allí sufrí con un pequeño al que, sobre un cartón en el piso, se le escapaba la vida. Las magulladuras y sus venitas colapsadas cerraron el paso a cualquier soplo de vida.

Foto: Juvenal BalánMackendi con una de sus “mamitas”, la enfermera Marlene.

Con esa imagen, agazapada en las pupilas, salí casi huyendo del horror. Pero por esos trajines del oficio de escribir, volví ayer a pasar el portón de La Renaissence. Las cosas habían cambiado mucho allí. De los cientos de pacientes y familiares que rogaban atención aquella tarde, mientras nuestros médicos se multiplicaban entre llantos y quejidos, solo quedaba, en paz, una veintena.

Sin embargo, en la segunda cama de la sala de hospitalización en campaña, la tristeza de Mackendi volvía a recordar los espantos del infierno de este mundo. El niño de 14 años de edad había perdido a sus padres, toda su familia y su hogar aquel martes triste de enero. Desde entonces el pequeño sufre de una fractura expuesta de la tibia que lo mantiene hospitalizado, y solo, en La Renaissence. Pero su soledad no es total gracias a los médicos cubanos.

Allí tiene una "mamita, como él mismo dice. Es Marlene Jorge, la enfermera del salón de operaciones, la misma que lo halló sobre un cartón en el piso del hospital en aquellos primeros días, y lo cubrió con unas sábanas, le trajo un poco de agua y hasta un pomo donde pudiera orinar, pues Mackendi no podía moverse. Ahora el niño, aún con muletas, la sorprende a cada rato a la puerta del salón, ella en cambio lo abraza y algún caramelo le comparte.

A Mackendi todos lo miman en La Renaissence. Tristemente este pequeño no tiene quien lo acompañe a la vera de su cama, ni quien le traiga algo de comer o le cante una canción para atraer el sueño. Pero para eso también están allí los médicos cubanos. Sobre ellos, habla Mackendi: "Me siento bien, me ayudan a dormir, comparten su comida conmigo, me dan galleticas, agua y hasta me ayudan a bañarme". Enseguida nos muestra al enfermero Tomás, a la doctora Alice, a su sicóloga Mariela, y a su otra "mamita", la médico Yoleinis para quien es bien triste la historia de Mackendi.

Nos preocupa, dice Yoleinis, a dónde irá a parar cuando su pierna sane, pues no tiene familia. No tenemos un lugar seguro donde llevarlo, y terminará deambulando por las calles. "Cada vez que se le habla de que en algún momento tendrá que irse, llora. Es muy difícil para un médico cubano. Nos duele mucho más porque somos madres, y nos ponemos a pensar entonces en lo terrible que sería si le sucediera algo parecido a alguno de nuestros pequeños".

La enfermera Marlene no quiere pensar en el día en que tenga que decir adiós a Mackendi, por ahora prefiere imaginarlo en su cama y rodeado del calor de los médicos. Para esta cubana lo más difícil en estos días infernales en Haití, ha sido ver tantas necesidades que no pueden sus manos resolver; esas manos que sin embargo hoy devuelven sosiego al pequeño Mackendi.

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