8 de febrero de 2010
Haití: el infierno de este
mundo (XV)
Hoy no puedo hablar de calamidades. Haberme encontrado con
niños como Richardo y sus dos amigos, los hermanos Mario y
Waguener, borró, por algunos instantes, cualquier tragedia
vivida durante estos 24 días en el infierno de este mundo.
Era sábado, regresaban de la iglesia, y
una multitud los atrajo hasta la arboleda de mangos donde se
montaba el hospital de campaña cubano de Arcahaie. Parecían
hombrecitos en miniaturas. Lucían pantalones con pinzas,
camisas de mangas largas y zapatos muy usados pero
lustrosos. Mario traía un saco y una corbata color marrón.
Venían tomados de las manos, pues como dice Richardo durante
años han sido muy buenos amigos.
Richardo vive desde hace algún tiempo con
sus dos hermanas y su papá en República Dominicana, por eso
domina el español, aunque a veces se sorprende y se queda
mirándonos cuando conversamos, porque dice que los cubanos
hablamos muy rápido. Nos auxilia para entendernos, también,
con Mario y Waguener. Por él supimos que sus dos amigos
perdieron al padre en un accidente y ahora ayudan a su "mai"
a ganar dinero. Estos dos pequeños, que hicieron de la
ternura sus caras, no van a la escuela, pues el sismo
derrumbó sus aulas, por eso ayudan en la casa a cocinar,
lavar y limpiar. De vez en cuando van con su madre a vender
al mercado.
A Richardo, su mamá, que vive en Arcahaie,
lo extrañaba mucho y le pidió que viniera unos días de
República Dominicana para verla. Allí estaba cuando la
tierra se sacudió, dice que jugaba al fútbol en la calle y
que se sentó en un bloque cuando todo empezó a temblar. A
los suyos, gracias a Dios, nada les pasó, dice.
Cuenta Richardo que hoy en la iglesia le
hablaron del terremoto. De inmediato, y como para
provocarlo, le digo que había dejado su Biblia regada en el
carro. Ni corto, ni perezoso, dispara: "No diga eso que esta
es mi arma". Y empieza a contarnos entonces que en Arcahaie
se tejió la bandera haitiana, fue la señora Catherine Flon,
luego de que Dessalines le quitara el color blanco y le
dejara solo el rojo y el azul. Y tú, cómo sabes todo eso, le
pregunto. "Lo aprendí en la escuela, dicen mis amigos que
soy inteligente".
Ciertamente Richardo es muy avispado,
confiesa que quiere ser médico cuando sea grande. Ojalá lo
logre, por lo pronto le aconsejamos acercarse a los doctores
del hospital de campaña, quién sabe si desde ya pueda ir
aprendiendo. Mientras, Mario y Waguener se agarran de mis
manos, al parecer para cuidarme, cuando bajamos en unos de
los parques de Arcahaie. A través de Richardo, supe que
Mario quería saber si este era mi pelo de verdad, le digo
que sí, y entonces me pasa la mano por la cabeza.
Benditos niños que hacen olvidar los
horrores del infierno. |
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