Jóvenes
haitianos levantan el campamento Simón Bolívar.
Munrique empina papalotes. En este campo hay buen aire y
bastante espacio para correr. Solo mira hacia arriba, poco
le importan las estacas que aseguran su "nueva casa" y
pueden provocarle un gran traspié. Pareciera que este niño
va olvidando las sacudidas que lo dejaron sin hogar. Cuando
se cansa, comparte con otros amigos los trazos de un dibujo,
son flores lo que elige pintar. La paz que sale del papel
habla de la tranquilidad de su alma, sosiego que le ha
traído la Patria de Bolívar.
Cadena
humana de haitianos para llevar los alimentos a las carpas.
Munrique es uno de los 191 niños que viven en el
campamento que ha levantado la venezolana Fuerza de Tarea
Conjunta Haití, en la localidad de Leoganne. Allí viven casi
1 000 haitianos, alejados del caos del infierno de este
mundo. Y aunque tampoco está allí el paraíso, todos duermen
bajo un techo, pueden dar a sus hijos un bocado antes de
dormir, tienen buena agua y un sitio para hacer sus
necesidades fisiológicas. Hay tranquilidad, de ello se
encargan los desplazados, que ya tienen aquí un hogar.
Jugar
fútbol en el campamento parece una buena manera de olvidar
la tragedia.
Aunar a tantas personas sufridas en un mismo lugar se me
antojaba como sumar más leñas al fuego. Pero las imágenes de
ayer hicieron cerrar mi incrédula boca. Allí vi cómo una
madre regañaba a su pequeña por arrojar basura fuera de la
casa de campaña; cómo reprendían a un hombre que intentaba
acaparar los refrescos destinados a los más chicos; y cómo
varios haitianos hacían una cadena para trasladar la comida
que era guardada en una de las carpas, mientras otros
miraban el trasiego sin exasperarse: el pescado, el aceite,
la leche, el azúcar y el arroz que llegaban serían
repartidos con seguridad y según el tamaño de cada familia.
En
el campamento también cuentan con servicio de agua.
Este miércoles comenzaba el día con una reunión del
comité de la comunidad, todos haitianos. Organizar tareas,
definir prioridades y determinar cuáles son las mayores
carencias, ocuparon a los líderes del campamento en las
primeras horas. Un cartón que cuelga de sus pechos los
identifica como jefes, son ellos los encargados de
distribuir la comida, cuidar el lugar, velar por que se
mantenga la paz... No es raro entonces que Michel, líder
mayor, salga en la tarde a anunciar con su megáfono que
comenzarán a repartir alimentos. Entonces decenas de
personas salen.