Ayer estuvimos en la Catedral de Puerto Príncipe. Dicen
que su fachada rosada, ahora deshecha, aparecía con
frecuencia en las felices postales haitianas. Sin embargo,
cuando aquel martes infernal dieron las cinco de la tarde,
nadie podía creer en qué se había convertido uno de los
símbolos de esta capital. Sus paredes, construidas en 1884,
no aguantaron las sacudidas y se sumaron a la montaña de
escombros que hoy desluce a Puerto Príncipe.

Cuando pararon los temblores, fueron muchos los que
corrieron hasta allí para buscar a sus familiares que en el
momento del sismo acudían a misa, o para implorar ante la
cruz que sostiene a Jesús, todavía en pie entre tanto
desastre, por la salvación de sus almas. Aun ayer, un joven
hincaba sus rodillas allí, otros dejaban flores y se iban a
recorrer la ciudad en espera de mejor suerte.
A los otrora hermosos vitrales los cubre hoy el polvo,
algunos son tristes añicos, el techo y las vistosas cúpulas
parecen arrancadas de un tajo. Dentro, todo es ruinas: allí
están los bancos deshechos que fueron cómplices de tantos
ruegos, también los candelabros que millones de velas
encendidas sostuvieron, las valiosas pinturas hechas
jirones, algunas todavía penden de las cuarteadas paredes
que aún resisten. Mientras, de sus rejas exteriores cuelga
la ropa recién lavada de quienes escogieron los alrededores
del santuario para vivir, quizás en busca de protección
divina.
Allí todo lastima: las mujeres que calientan el agua en
un pequeño jarro o leen sus Biblias; la mirada perdida de
los hombres; las manos extendidas de quienes esperan recibir
piadosas donaciones de los extranjeros que se acercan para
mirar el desastre; y duele también el patrimonio que sucumbe
bajo los escombros. Pareciera que no bastan la desolación,
el hambre, la muerte... el infierno de este mundo está hoy
condenado, además, a perder sus raíces identitarias.
A rescatar esos valores, que se pierden entre trozos de
concreto por todo Puerto Príncipe, convocó Irina Bokova,
directora general de la UNESCO, pues, como escribió en una
misiva a Ban Ki-moon, secretario general de la ONU, "son una
fuente de incalculable valor para la identidad y orgullo del
pueblo de la isla, y será esencial para el éxito de su
reconstrucción nacional".
Todavía es imposible saber cuántos valores patrimoniales
se han perdido en el terremoto. Parece un contradictorio
privilegio saber, casi con exactitud, la pérdida de más de
11 000 óleos que forman parte de la más grande colección de
arte naif del mundo. Lo demás sigue incontable entre paredes
derribadas.
Solo que este tesoro enterrado, no es aquí una prioridad
todavía. El hambre de miles, las noches sin techos, la
insalubridad extrema, el peligro de epidemias, la ayuda
"trabada" e insuficiente... resultan premuras mayores. En
Puerto Príncipe, a 22 días del terremoto arrasador, sigue
siendo prioridad sobrevivir, no importa a costa de qué. La
gente continúa en la calle esperando el milagro que no acaba
de llegar, mientras el desorden impera.