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15 de
junio de 2010
A
cinco meses del sismoEl
fútbol marca la diferencia
Leticia Martínez
Hernández
Foto: Juvenal Balán
enviados especiales
PUERTO PRÍNCIPE, Haití.— El fútbol no lo entiendo mucho, me
cansa ver a tanta gente corriendo de un lado a otro durante
casi dos horas detrás de un balón; me resultan violentas sus
pasiones, aspavientosos los encontronazos en el terreno,
locos los caprichos de la fanaticada. Podría hasta confesar
que me roba protagonismo en casa cuando el "sexo fuerte" se
embobece frente a la pantalla. Pero bastó un día en esta
capital tan devastada para echar por tierra viejas opiniones
de un deporte tan avasallador. Y es que si en algo ha
cambiado Puerto Príncipe, cinco meses después del sismo que
la convirtió en escombros, es en la alegría de su gente
cuando la Jabulani rueda en la lejana Sudáfrica, y en Champ
de Mars se olvidan las tragedias.
Puerto
Príncipe vive también la alegría del Mundial de Fútbol 2010.
Este sábado fue la apoteosis con el primer
partido de Argentina, uno de los equipos amados por los
haitianos, luego de la selección verdeamarela. Entonces la
ciudad se vistió de azul y blanco. Y en el lugar más
insospechado se reunieron diez, veinte, treinta... para
vitorear a Leo Messi, la pulga, el Mesías, el mejor
futbolista del mundo. Así mientras el media punta argentino
se divertía haciendo lo que bien sabe hacer, los haitianos
gritaban hasta el delirio en cualquiera de las carpas que
hace cinco meses tienen por hogar desde que un infernal
sismo los dejó sin un techo confortable, y mató a más de 220
000 coterráneos. Entonces el pesar, y hasta el miedo, que
cada día 12 se apodera de quienes salieron "ilesos",
desaparecieron durante la hora y media en que la selección
albiceleste se lució en su primer partido del Mundial. Los
rezos cedieron este sábado ante una fanaticada frenética.
Parecía increíble para quien lleva cinco
meses recorriendo esta ciudad en ruinas, que un juego
pudiera trastocar el ritmo que la desgracia de un martes de
enero le impuso a tantos miles. Algunos no despegaban el
oído de los pequeños radios, a no ser para seguir dándoles
manigueta con el fin de mantener la carga; otros pagaban
cinco gourdes para entrar a las carpas acondicionadas
con las fotos de los futbolistas, sillas, y hasta algo para
beber; hubo quien cambió la mercancía habitual para vender
camisetas o banderas; quien tuvo que salir a trabajar pero
se colgó su pulóver azul y blanco; y hasta quien decidió
cortarse el cabello este sábado pues en las barberías nunca
falta el pequeño televisor para delirar con el fútbol.
Mientras, quien escribe, recorría la ciudad a la escucha de
un partido narrado en un creole aún incomprensible, y
suponía a Argentina ganador cuando los nombres de Messi,
Heinze, Verón... antecedieron a la palabra gol alargada
hasta límites inimaginables.
Y es que, aunque la selección haitiana de
fútbol no participa en un Mundial desde el lejano 1974, en
este país se respira el deporte de tantas multitudes. Si no
de que otra manera explicar el entusiasmo de los últimos
días cuando los carros se atavían de banderas; cuando los
barrios se pintan de vistosos colores; cuando los motoristas
se prenden del cuello, al estilo del legendario Zorro, la
bandera de su selección; cuando los niños que dolorosamente
limpian carros en cualquier intersección amarran a sus
frentes el cintillo del equipo de sus pocos años; cuando
entre los escombros de lo que alguna vez fue un hogar se
levanta un timbiriche para vender las camisetas de Messi,
Kaká ó Higuaín.
Entonces todos recuerdan que han pasado
cinco meses desde que la tierra sacudiera infernalmente sus
vidas. Pero más de uno me confiesa que el Mundial llegó para
alegrarles la existencia como una bendición divina, mientras
el mundo se pone de acuerdo para ayudar al país más pobre
del hemisferio. Así, cuando la fiesta de tantos millones
trastoca el orbe de una punta a la otra, aquí siguen las
chabolas maltrechas, los escombros impasibles, el hambre
crónica, las enfermedades fatales, la insalubridad
denigrante.
Por lo pronto, el partido de hoy martes, el
de Brasil, el más esperado, volverá a olvidar las angustias
del infierno de este mundo. Pero cuando el mes de los goles
acabe ¿qué pasará? Ojalá que la respuesta no sea la misma
que sueltan todos desde hace tiempo cuando la falta de
esperanza llegó a los tuétanos. Entonces podría desear, amén
de no preferir el fútbol, que la justa mundialista fuera
eterna para que la alegría de este sábado no resultara tan
pasajera. |