7 de
junio de 2010
Un parto difícil
A casi cinco meses del
terremoto que asoló a Haití quedan historias increíbles, y
aún sin contar
LETICIA MARTÍNEZ
HERNÁNDEZ Foto: JUVENAL BALÁN Enviados especiales
PUERTO PRÍNCIPE, Haití.— Por mucho que
escriba cuartillas y más cuartillas, nunca terminaré de
contar la última de las historias, la más increíble de
todas. Cuando creo tener el testimonio que supera cualquier
exceso de la imaginación, encuentro otro que echa por tierra
la sensación, casi feliz, de que "no puede suceder nada peor
de lo que antes me contaron". Y es que el sismo del 12 de
enero fue aterrador para tantos miles, que sospecho que ni
el más avezado de las letras podría nunca narrar tanto
pesar, tanta angustia. Entonces aligero la carga de no poder
contar todo, y vuelvo a escribir.
La
ginecobstetra cubana Zoila relata la historia de la
enfermera Anaisi, a su lado.
Las páginas de este diario fueron testigos
del temor del profe Raúl cuando la peor catástrofe de la
historia del continente americano lo agarró en el baño; de
la proeza de la enfermera Idalmis cuando su cuerpo frágil
casi cargó a aquel doctor recién operado de un pie; del
miedo de Riselda, otra de esas buenas enfermeras, cuando a
la salida del mercado sintió desmoronarse el lugar que hacía
unos segundos recorría; de la angustia de Rubén, el
constructor que el terremoto pescó montado en su enorme
grúa; del desasosiego de Zonzón, el niño que traduce hoy a
los médicos cubanos, cuando la puerta de su casa se atascó y
no pudo salir a la calle.
La historia, aún no contada, de aquel
nacimiento en el hospital de Raboteau también es asombrosa.
La ginecobstetra Zoila Estrada, luego de casi cinco meses
del temblor de mil infiernos, no olvida el peor parto de su
historia, esa historia construida allá en Cuba entre
tantísimos salones y alumbramientos felices. Eran cerca de
las cinco de la tarde cuando a Anaisi, la enfermera haitiana
que desde hace muchos meses secunda a Zoila en el quirófano,
le comenzaron los dolores. La granmense sospechaba que de un
momento a otro el bebé de Anaisi decidiría salir, pues
muchas veces había pasado sus dedos por aquella inmensa
barriga desde que la enfermera haitiana puso en sus manos la
buena suerte de su embarazo.
Hoy las dos ríen felices, y hasta hacen
bromas con aquel nacimiento entre los espasmos de la tierra.
Sin embargo, el susto de lo que pudo pasar, aún les paraliza
la sangre, también la sonrisa. Cuenta la doctora Zoila que
cuando el bebé ya respiraba en este mundo, todo empezó a
tambalearse dentro del salón. "La mesa del quirófano no se
estaba quieta. Las lámparas del techo se estremecían. Los
balones de oxígeno rodaban por el piso. Y aunque estábamos
asustados, el team quirúrgico no salió hasta que Anaisi y el
pequeño estuvieron fuera de peligro. Todos la aguantábamos
para que no cayera al suelo, mientras terminábamos la
cesárea. Después que pasó el terremoto, tuve que volver a
suturar la herida, pues te imaginarás como había quedado con
las tensiones y temblores". Así, mientras otros pasaban el
susto en paz, y a cielo abierto, el team de cubanos del
hospital de Raboteau volvía al quirófano a terminar el
parto.
Dice Anaisi que le dolió el corazón, aunque
la doctora asegura que sus parámetros vitales siempre
estuvieron bien. Lo que sí de seguro sabe la enfermera es
que sintió mucha paz cuando en medio del temblor, le pidió a
su Dios que ayudara a Zoila en aquel infierno en que se
había convertido el salón de parto. Más alivio sintió cuando
dio gracias al cielo por tener a la doctora cubana
atendiendo su difícil alumbramiento. Hoy el bebé de Anaisi
está a punto de cumplir cinco meses. Y aunque llegó con el
temblor que sepultó a más de 230 000 haitianos, la sonrisa
feliz de este pequeño convence de esa vida que,
necesariamente, tiene que nacer aún después de tanta muerte.
Entonces cuando lo llevan de vez en cuando al hospital donde
sanan los cubanos y también su mamá, donde vio la luz por
vez primera, muchos olvidan los horrores de aquel martes
trágico. |