31 de
mayo de 2010
En Haití
Llueve sobre mojado
LETICIA MARTÍNEZ
HERNÁNDEZ
Foto: JUVENAL BALÁN
Enviados especiales
PUERTO PRÍNCIPE, Haití.— Amanece en esta ciudad, y el sol
no se toma el trabajo de salir. Así ha sido en los últimos
días cuando la humedad de las casas de campaña ha despertado
a tantos en los campamentos llenos de lodo, aquellos
inundados también de una fetidez que espanta solo a quien
recién llega, pues los que allí viven desde hace casi cinco
meses parecen no percibirla. En el mejor de los casos, la
lluvia despierta. En el peor, impide conciliar el sueño,
pues los más pequeños de "casa" lloran porque no quieren
mojarse, y los más grandes saben que si se moja lo poco que
les quedó, la tragedia de estos últimos meses puede ser
inaguantable.
Vuelve a ser domingo en Puerto Príncipe. Vuelvo a
despertar con la sensación de estar en casa, como aquel día
de enero en que acabada de llegar de Cuba supuse un amanecer
de domingo en el letargo feliz de una jornada en familia,
hasta que una réplica del sismo me sacó de la cama para
hacerme aterrizar forzosamente en el infierno de este mundo.
Como aquel día vuelvo a despertar esta mañana, pero ahora
llueve, llueve mucho desde el amanecer. Debo confesarlo:
pensé en no despegarme de las sábanas, en dormir mientras el
sol no saliera de su modorra, en leer un buen libro, en
tener la suerte de descubrir un buen programa de televisión.
Pero volví a aterrizar. Sigo en Haití, en el mismo lugar
donde más de un millón de personas viven en las calles luego
de que un endiablado temblor les arrebatara de un golpe sus
hogares, donde más de 230 000 personas perdieron en pocos
segundos sus vidas, donde aún bajo escombros impasibles
continúan insepultos tantos haitianos.
Mientras
los estudiosos vaticinan una temporada ciclónica alta, los
campamentos de refugiados parecen eternizarse.
Y es que parece que para Haití no existen términos
medios. Luego de sufrir una de las peores tragedias que
conoció la humanidad, las lluvias recientes presagian una
temible temporada. Según anuncios de instituciones
meteorológicas, la del 2010 podría ser más intensa que la
del año anterior. Pero bastará con que una sola tormenta
toque las costas de este país para que el desastre de Puerto
Príncipe, repleto de casas de campaña incapaces de aguantar
los vientos más "nobles", rebase los límites imaginables.
Así lo consideró Bill Read, director del Centro Nacional de
Huracanes de Estados Unidos, en una entrevista con EFE: "Si
solo una o dos tormentas fuertes pasan sobre Haití con más
de un millón de personas en carpas, sería suficiente para
calificar la temporada como catastrófica".
Mientras así vaticinan los estudiosos, aquí los
campamentos de refugiados parecen eternizarse entre telas,
nylon, maderas y zinc viejos. A la desgracia de no tener un
hogar, se suma el hecho de levantarlo donde la suerte
dispuso, y donde el desconocimiento no pudo refutar. En la
ladera de cualquier colina, en la ribera de los por ahora
inofensivos ríos, en los sitios más proclives a la
inundación de unas pocas aguas, malviven miles de haitianos,
quizás sin divisar la espada de Damocles que sobre sus
cabezas pende. Aunque si la vislumbraran, creo que poco
pudieran hacer para librarse de ella.
Así de gris amaneció el domingo en Puerto Príncipe. Y
mientras las nubes anuncian seguir lloviendo sobre mojado,
seguir empapando una tragedia de casi cinco meses, allí en
uno de los parques de Petion Ville las mujeres cuelgan en
los árboles las ropas húmedas, quizás con la esperanza de
que se sequen antes de que caiga lo que el cielo presagia.
También los niños aprovechan para jugar descalzos saltando
de charco en charco. Entonces escribo con la impotencia de
estar bajo techo cuando tantos sufren a la intemperie,
entonces me pregunto hasta cuándo durará la tragedia. |