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Haití: el infierno de este mundo

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10 de mayo de 2010

Nostalgias de domingo

LETICIA MARTÍNEZ HERNÁNDEZ y
Foto: JUVENAL BALÁN
(Enviados especiales)

PUERTO PRÍNCIPE, Haití—. Recuerdo una madre que amanecía a sus hijos con aquel "despierta, mi bien, despierta"; a aquella que repitió hasta al cansancio la tabla del ocho; a la que se volvió maga en la cocina para tornar manjar lo que no lo era; a la que esperó sentada en el sillón porque el muchacho regresara de la discoteca; a la que lloró el día de la tesis cuando el niño dejó de serlo; a la que asistió feliz al parto de su hija aunque sintiera que demasiados años le caían de golpe... Pero es domingo. Es día de las madres. Sigo pisando el infierno de este mundo. Y otros recuerdos me embargan.

Era 15 de enero. No pasaban de las once de la mañana cuando por vez primera pisé este país. Entonces Haití me dolía, aclaro que lo sigue haciendo. Y me dolía más porque sus madres lloraban, lo hacían sin consuelo, además de sin fuerzas, pues llevaban 72 horas sollozando por la muerte de sus hijos aquel martes de infierno. Todos corrían de un lado a otro, acaso para atrapar la buenaventura que para esas horas había decidido escapar también de Haití. Pero una imagen decidió prenderse a mis pupilas tan fuerte como para no olvidarla cuatro meses después cuando en Cuba nuestras añoradas familias celebran la bendición de contar con madres tan inmensas: una mujer en medio del bullicio, agachada, quieta, daba el pecho a su bebé con una ternura que ni la peor de las réplicas podía perturbar. Entonces descubrí que solo el abrazo de una madre era capaz de calmar tanto miedo, tanto pesar, tanto llanto... Entonces volví a suponerlas magnánimas, regias, sobrenaturales.

Y es que Haití ha sido más infierno para esas mujeres bellas que un día decidieron retoñar. Lo fue para aquella que en el hospital de La Renaissance no alcanzaba a calmar el llanto del pequeño pues no podía moverse de tantos dolores físicos. Lo fue para la madre que en Carrefour esperaba tenaz frente a la casa derrumbada a que le ayudaran a apartar escombros para dar sepultura al hijo atrapado aún. Lo fue para aquella que en el hospital de La paz, y con una pierna cortada, suspiraba por la suerte de sus seis muchachos que deambulaban por las calles de Puerto Príncipe. Lo sigue siendo para la que se quedó sola con la cría, y cada mañana sale a conquistar la supervivencia de una familia entera. Fueron ellas, sin embargo, las que echaron sobre sus hombros el despertar de este país, y cuando muchos seguían boquiabiertos frente a tanto destrozo, salieron a la calle con el maternal instinto de salvar a los suyos.

Pero estos días también han sido duros para las nuestras, para las que cuando tantas madres heridas llegaron a sus manos pensaron en sus retoños allá en Cuba, afincaron un pie en tierra, se crecieron ante el miedo y sanaron hasta casi desfallecer. Para ellas la más sincera de las reverencias. Para Olguita que sanando aquí le nació una nieta en Cuba y no pudo compartir con su hija los primeros llantos de la criatura; para Abrahana que amputando a aquella niña me confió que lloraba por sus hijos; para Maelis quien no ha podido compartir con su muchacha la etapa de tesis; para Zilda, la pediatra que arrancó de la muerte a la bebé que con solo 15 días pasó una semana bajo los escombros; para Marlene, la enfermera que cuidó como suyo al pequeño Mackendi, quien con solo 14 años se quedó sin familia pero encontró en ella a otra madre... En fin, para todas esas cubanas que llenan de besos a tantos niños aquí, mientras sufren la desdicha que les espera fuera del hospital.

Este domingo pienso en todas ellas, en las 1 632 madres haitianas que alcanzaron esa condición en manos cubanas, luego del sismo también en la mujer que me dio la vida, tan cerca y tan lejos de mí este domingo de nostalgias, otro que vivo en el infierno de este mundo. Y pienso además en Cuba, esa Isla que como madre nos abrazará al regreso para confiarnos, al oído, que todo está bien, y somos su orgullo.

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