7 de
mayo de 2010
Diplomacia
antisísmica
LETICIA MARTÍNEZ
HERNÁNDEZ
Foto: JUVENAL BALÁN
Enviados especiales
PUERTO PRÍNCIPE, Haití.— Han pasado casi
cuatro meses. Los días han sido largos; a veces tristes,
felices; de mucho trabajo, de poco sueño, de añoranzas; de
amarrarse el cinto cuando la realidad sobrecoge; de aprender
a crecer porque se nos necesita. Y entre tantas sensaciones
a quien escribe le atormenta el hecho de querer captarlo
todo. Ahora cuando las cosas parecen calmarse mientras
desgraciadamente los pesares continúan, asaltan recuerdos de
ese infierno vivido, y aún no contado. Es como si narrarlos
ayudara a exorcizarlos, y más que eso a compartirlos con
quienes en Cuba también sufrieron la desgracia de Puerto
Príncipe.
Una
de las primeras misiones fue el funcionamiento del
aeropuerto de Puerto Príncipe.
Hoy recuerdo una Embajada bulliciosa, llena
de gente. El portón de la entrada no se estaba quieto
mientras unos armaban casas de campaña, y otros intentaban
casi con desespero hallar por teléfono hasta al colaborador
más perdido en la geografía haitiana. Algunos con laptop en
mano rastreaban la escurridiza señal de Internet, o ayudaban
a preparar la comida que en la cocina colectiva y de
emergencia comenzaba a oler... Así empezaba la odisea de la
misión cubana en Haití, desde que sus paredes se
estremecieron como hojas en medio de torbellinos, el clamor
escalofriante de todo un pueblo llegó hasta sus predios y
una nube de polvo cubrió la imagen que brindó siempre Puerto
Príncipe a sus ventanas.
¿Cómo 30 segundos pudieron ser tan
demoledores? ¿Qué pasó con los cubanos que estaban en la
capital a esa hora? Estas fueron las primeras preguntas que
hicieron los miembros de la Embajada no más la tierra
pareció calmarse. De ello conversa con Granma Ricardo
García, embajador aquí, quien con modestia aleccionante
habla de los instantes felices vividos cuando en menos de 24
horas supieron que los cubanos estaban bien, y más que eso
que estaban listos para ayudar aun en medio de las réplicas.
Previas llamadas telefónicas de los líderes de la Revolución
le confirmaban el apoyo, le aconsejaban cómo actuar, pero
también lo comprometían con quienes en Cuba querían conocer
la suerte de los suyos.
"De inmediato salimos para saber cómo estaba
nuestra gente. Casi no podíamos avanzar porque había miles
de personas en las calles, entre heridos y muertos que
comenzaban a amontonarse. Además los embotellamientos eran
infernales. En busca de comunicación fuimos hasta la zona
más alta, pero tampoco había. Luego llegamos a casa de Pedro
Canino, embajador de Venezuela. A él le confío que la mayor
preocupación eran los alfabetizadores que vivían en una casa
sin terminar de construir encima de una pendiente. Nos
pregunta cómo puede ayudar, y le pido que vaya al Anexo (la
sede de los médicos), mientras voy a ver a los
alfabetizadores".
Así ambos embajadores, en medio del caos,
van en busca de los cubanos. "Para nuestra mayor alegría
hallamos a los educadores sentados todos juntos en medio de
la calle. La casa no se había derrumbado, pero con ellos
había dos heridos. Un compañero tenía una rodilla dañada, y
una de las mujeres un pie cortado". Mientras esto sucedía el
embajador venezolano había encontrado una moto que lo
llevara hasta donde los médicos, pues en carro hubiera sido
imposible. Los galenos estaban bien, pero ya comenzaban a
llegar por decenas hasta su sede los heridos en busca de
alivio.
Cuenta García que lo que siguió fue
espeluznante. "Donde antes estuvo el parqueo del Anexo se
acumulaban los heridos. Vimos a mucha gente morir, por
ejemplo, por falta de sangre. No teníamos todos los recursos
pero los médicos empezaron a dar primeros auxilios sobre
todo a niños, mujeres, embarazadas, ancianos...
Para entonces empezaban a llegar los colaboradores de otros
sectores". Y lo que siguió fue verdaderamente lindo,
valeroso. Por orientación de la Embajada los sectores de la
cooperación cubana, sin distinción, se pusieron de inmediato
al servicio de la Brigada Médica.
"Movilizamos todos los carros y los pusimos
en función de la Brigada. Los alfabetizadores,
constructores, pescadores, se convirtieron en choferes. En
Leoganne, los azucareros levantaron uno de los primeros
hospitales de campaña. Todos nos subordinamos a la
emergencia sanitaria de Haití. Y no solo en transportación,
también en alojamiento, en alimentación...
porque seguían llegando gente de Cuba para ayudar, y había
que asumirlo todo".
Aquí nadie olvida las horas en el colapsado
aeropuerto internacional Toussaint Louverture cuando un
avión de Cuba parecía un maná, además de objeto raro en
medio de las enormes e intimidantes naves norteamericanas.
Hoy nos confía el embajador que en los primeros días pasaron
mucho tiempo allí. Y quienes lo escuchamos ahora, recordamos
haberlo visto prendido del teléfono satelital recibiendo la
noticia de un reciente despegue en Santiago o un inminente
aterrizaje. Entonces la emoción ganaba al cansancio, pues
pronto tocaría tierra un avión repleto de medicinas,
alimentos, agua, médicos.... "Una de las primeras misiones
de la Embajada fue encargarnos del aeropuerto, si fracasaba,
fracasaba toda la ayuda que inmediatamente Cuba comenzó a
enviar a Haití. Teníamos que garantizar que funcionara para
nuestro país, y funcionó. Nosotros también cumplimos con
todas sus indicaciones".
Han pasado casi cuatro meses, y a la
Embajada cubana en Haití ha vuelto el silencio. De vez en
cuando algunos se sientan a conversar para repensarse aquel
12 de enero. Quizás Isabel Castañeda, tercera secretaria de
la misión, no olvide el abrazo que compartió con cada cubano
que llegó a la sede diplomática luego del temblor para
ponerse a la orden de su Patria; o Rita, la secretaria del
Embajador, no borre de su memoria cuando un buró mal puesto
le impedía salir de la oficina. Cierto que fueron días
difíciles, cierto también que todos salieron fortalecidos de
tantas sacudidas. |