5 de
mayo de 2010
En el cielo de mi
infierno
LETICIA MARTÍNEZ
HERNÁNDEZ
Foto: JUVENAL BALÁN
Enviados especiales
PUERTO PRíNCIPE, Haití.— He aquí la "loma
esa" a la que subí con la mayor de las ilusiones. Con esa
triste expresión entrecomillada me comentó un buen amigo
cuando, luego del descenso, le conté de la experiencia más
linda vivida aquí, en el infierno de este mundo, cuando le
hablé del cielo que también cubre al hades. Y alerto que era
uno de los más instruidos de mi aula de universidad, pero
las desgracias de este país no son únicamente naturales.
Haití sufre también del olvido, intencionado o no, de
quienes le condenan a existir solo después de lamentos
catastróficos.
 El
conjunto es Patrimonio de la Humanidad.
Y es que son pocos los que conocen de la
imponente Citadelle, con el palacio de Sans Souci delante y
los edificios de Ramiers a los costados: obra del rey Henri
Cristophe, declarada Patrimonio de la Humanidad por la
UNESCO en 1982, y que como escribiera Aimé Césarie era el
monumento que le hacía falta a este pueblo para ponerlo de
pie, pues siempre estuvo de rodillas. Hasta el mágico sitio
narrado por Alejo Carpentier llegó este equipo de
reporteros, dicen que quien allí no va es como si nunca
hubiera pisado Haití, y después de tantos días de terror no
podíamos darnos el lujo de obviar semejante belleza. Y en la
subida hallamos el cielo.
Fue entonces como regresar al tiempo de
tantos esclavos subiendo sobre sus hombros ladrillos,
cañones, balas... a más de 900 metros de altura; a aquellas
mañanas felices cuando las señoras, negras y hermosas,
lucían trajes luminosos en los patios del otrora palacio
rosado; a los sacrificios de animales cuya sangre se juntaba
a la cal y la melaza para unir las piedras de la fortaleza;
a los tiempos en que Cristophe pasaba revista a la obra y
con un simple gesto de fusta ordenaba la muerte de los
perezosos. Allí todo parecía salido de un libro, desde el
caballo Suzuki que cansado me subió hasta el imperio del
rey, hasta el guía descalzo y sabedor de cuatro idiomas, o
los haitianos que, con sus pesadas cargas a la cabeza,
convierten los salones del viejo palacio en ruta diaria
hacia sus trabajos.
Palacio
de Sans Souci.
Y allá arriba, en la desafiante Citadelle,
donde los jóvenes acampan y bailan el compak en el
mismo lugar que pretendió proteger de una invasión francesa
que nunca llegó, dicen que en los días claros se divisa mi
Cuba linda. A punto estaba de volver a verla cuando las
nubes bajaron, entonces la niebla lo cubrió todo. Al parecer
eran demasiadas bendiciones para un mismo día. |