PUERTO PRÍNCIPE, Haití.— La mañana en la
plaza Champ de Mars avanza con esa lentitud de quien no
quiere enfrentar otro duro día. La cola para conseguir un
poco de agua no termina nunca. Las endebles "casas" se
mantienen en pie, en espera de los vientos que podrían traer
una temida temporada de huracanes. Los techos de lona
pretenden guarecer de la lluvia. Los niños siguen jugando
como si nada enturbiara sus días. Mientras, la estatua de
Toussaint Louverture continúa impasible.
Muchos
de los que a su alrededor malviven desde el 12 de enero, no
tienen demasiado tiempo para pensar en su extraordinaria
obra, menos sabrán que un abril, quizás más primaveral que
este, murió enfermo y sin atención médica. Y es que 207 años
después, los dolores del pueblo por el que vivió no tienen
alivio, sobre todo luego de que un sismo matara aquí a más
de 220 000 personas, dejara sin hogar a más de un millón y
medio, y las condenara a amanecer con la espalda pegada al
suelo. Así despiertan quienes buscaron refugio a la sombra
del gran Louverture.
Y aunque desde la calle poco puede verse de
la estatua que lo inmortaliza, pues han sido muchos los que
allí han plantado casas de campaña y tendederas de ropa, no
es difícil sorprenderse con la vigencia del hombre que, como
escribiera Aimé Césaire, "quiérase o no, en ese país todo
converge hacia Toussaint e irradia de nuevo en él".
Toussaint nació el 20 de mayo de 1743 en la
colonia francesa de Santo Domingo. Su nacimiento, en la
plantación de Breda, le impuso por años ese apellido gracias
a la costumbre de asignarle al esclavo el nombre del amo o
del lugar donde nació. Durante su infancia fue un niño
débil. Y en esos tiempos en los que se apartó de los demás
por temor a la burlas, se dedicó a cuidar los animales. Por
eso a los doce años era un tremendo jinete. Así cuenta la
doctora Digna Castañeda, profesora titular de Historia del
Caribe de la Universidad de la Habana, en el artículo
Toussaint Louverture, el precursor, donde agrega que
montaba sin sillas, ni estribo, y que pronto se convirtió en
el más atlético de sus amigos.
Su padrino, un viejo liberto llamado Simón
Baptista, le enseñó a leer y a escribir en francés. Un
sacerdote amigo le abrió, además, el mundo del latín. Narra
la presidenta de la Cátedra del Caribe de la Universidad de
la Habana que gracias a la lectura de una obra del abad
Reynal supo sobre la profecía de que algún día los esclavos
negros encontrarían en uno de ellos a quien los guiaría
hacia la libertad. Entonces se consideró el elegido.
Así se enroló en noviembre de 1791 en la
insurrección de esclavos, que logró transformar en un
ejército disciplinado. Gracias a ello, expulsó de Santo
Domingo a españoles y a ingleses. Según precisa Digna
Castañeda obligó a los franceses a que "también reconociesen
la necesidad de pactar una tregua durante la batalla de la
Crête a Pierrot en el enfrentamiento con las tropas del
general Lecrerc, quien fue enviado por Napoleón para
eliminar a Toussaint y convertir la colonia en punto de
partida para extender su imperio hasta América del Norte. En
esa batalla se destacó Jean Jacques Dessalines, quien luego
de la muerte de Toussaint, al frente de las tropas
insurrectas,... culminó la obra militar louverturiana".
Finalmente Toussaint Louverture fue
traicionado por el general Brunet. Entonces lo apresaron y
lo condujeron a Francia. Pero antes de partir hacia una
muerte segura aseveró: "Destituyéndome solamente han
derribado en Saint Domingue el tronco del árbol de la
libertad. Renacerá de sus raíces porque son profundas y
numerosas". Y así fue. El 18 de noviembre de 1803 la colonia
lograba su independencia. Como señala la doctora Castañeda,
culminaba la obra de Louverture, quien de médico de la
armada del Rey llegó a General de Brigada, el más alto grado
militar. Se instauraba el primer Estado independiente de
América Latina, la primera república negra en el mundo, y
"sobre todo, la primera nación libre de hombres libres".
Tal legado no deben olvidar los hombres, ni
los que aquí sufren la miseria, ni los que en tantas partes
del mundo tienen en sus manos el poder de ayudar a
aplacarla. Los amaneceres a la sombra de Toussaint
Louverture no pueden seguir siendo sombríos.