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13 de abril de 2010

¿Ciencia rima con emergencia?

LETICIA MARTÍNEZ HERNÁNDEZ
foto: JUVENAL BALÁN
(Enviados especiales)

PUERTO PRÍNCIPE, Haití.— Christopher estuvo poco más de un mes bajo el cuidado de los médicos cubanos. Su cuerpo había sido atacado por el tétanos cuando la doctora Yoleinis Vázquez, gracias a la cooperación que enviaron varios países en los días inmediatos al sismo, lo atendió en una sala de campaña que tenían armada los mexicanos en las inmediaciones del hospital La Renaissance, donde los galenos cubanos montaron también uno de los primeros puntos de atención a los heridos que llegaban por montones.

No es una quimera hacer ciencia en medio de la emergencia que vive Haití. Así lo demostraron los médicos cubanos durante la primera jornada científica de la Brigada Henry Reeve.

A Christopher le habían amputado una pierna, y por la herida del muñón entró el curtido tetánico que le mantenía el cuerpo en un estado total de rigidez que le impedía moverse, hablar, comer... En tal situación, y abandonado en la calle, lo encontraron las monjitas mexicanas, quienes luego de comprender que no podían salvarlo lo pusieron al cuidado de los médicos cubanos. Fue entonces cuando recibió el tratamiento certero. Lo que siguieron fueron esfuerzos por hidratarlo, por buscar medicamentos a toda costa, y por sanarlo con las costosas inmunoglobulinas antitetánicas que le salvaron de la muerte. Hasta sesiones de fisioterapia recibió Christopher para revivir sus músculos engarrotados por el tétanos.

De esta vida salvada en medio de las tensiones de una tragedia que cambió la vida de millones de personas en pocos segundos, contó la doctora Yoleinis Vázquez a sus colegas en la jornada científica de la Brigada Médica Internacional Henry Reeve, durante el periodo de emergencia médica en Haití. Confieso aquí que cuando escuché de la intención de hacer trabajos investigativos, y hasta de exponerlos frente a un comité científico, en medio de la catástrofe de este país pensé que era cosa de locos, pero otra vez los médicos volvieron a aleccionarme. Y es que nunca resulta adverso el tiempo para hacer ciencia, para sacar conclusiones, para evaluar el trabajo, para atajar a tiempo errores, para generalizar buenas prácticas... menos en un contexto donde tanto han aprendido de su profesión incluso los que llevan años ejerciéndola.

De todo escuché este sábado en la voz de quienes sin descanso sanaron, y aún sanan, en este país. Con la mayor de las seriedades oí de métodos de investigación que no escuchaba desde mis años en la universidad. Que si eran estudios cualitativos, cuantitativos, descriptivos, transversales, longitudinales... Y me parecía increíble que quienes amanecen sanando, asumiendo autoservicios en los comedores, haciendo aquí de todo en el campamento, tuvieran tiempo, también, para dar carácter científico a lo que hacen en tiempo de emergencias. Ese día de ciencia, todos tuvieron oportunidad para hablar de lo vivido, y también de lo sufrido aquí.

Por ello en el hospital de campaña de Leoganne muchos prestaron atención cuando la doctora nicaragüense María Esther Betanco, con pancarta en mano y diciendo algunas frases en creole, motivó la atención en torno al tratamiento de la malaria, enfermedad que en diez años han padecido más de 500 000 personas aquí. Habló la egresada de la ELAM sobre la resistencia a la cloroquina, medicamento utilizado en el combate de la malaria, de la necesidad de vincularla con otras drogas para hacer efectivo el tratamiento de un mal que puede devenir mayor peligro cuando el periodo de las lluvias llegue y el mosquito que transmite la enfermedad haga reinado entre los campamentos que a tantos acoge.

Esos campamentos surgidos en medio de nada y a riesgo de todo también fueron estudiados por los brigadistas. Con la seguridad de haberlos zapateados hasta hacerles surcos, hablaron los doctores Néstor López y Wilfredo Chaparro, mexicano uno, boliviano el otro, quienes se juntaron para caracterizar el asentamiento de Fontsa donde tantas veces han ido a sanar a los más de 800 haitianos que allí comparten pesares. Por tal constancia saben, y documentaron además, que un 2% de quienes viven en Fontsa tiene estudios preuniversitarios; que el 38% es analfabeto; que se hacinan en carpas con piso de tierra; que tienen cuatro baños maltrechos; que padecen males como el parasitismo, la escabiosis, enfermedades diarreicas y respiratorias agudas, infecciones vaginales... ; que son frecuentes los accidentes en el "hogar" por los fogones ubicados en el piso; que las embarazadas sufren anemia y que son excesivos los índices de vectores. Todo ello, y muchas otras características estudiadas por los jóvenes, permitirán a los médicos de Leoganne ser más efectivos cuando lleguen al campamento con sus mochilas repletas de medicinas y miles deseos de curar.

Y es que todo lo han tenido en cuenta. Hasta el ingeniero de Cienfuegos que se ha pasado estos meses estirando cables de un lado para otro con el fin de que la electricidad fluya en el hospital de campaña, se paró este sábado frente al comité científico para hablar del estudio de cargas y el ahorro que permitió alargar por 18 días el combustible asignado a Leoganne. "Ajustamos horarios para detener la planta por varias horas. Al principio fueron tres, cuatro horas. En estos momentos detenemos la planta hasta 14 horas sin dañar la vitalidad del centro ni entorpecer la vida de quienes aquí convivimos. Es solo organizarnos y ahorrar". Así dijo a Granma Luis Chaviano, el ingeniero en Control Automático que piensa en extender su estudio hacia los demás hospitales de campaña.

Se trata de ser más efectivos en la ayuda; de hacer ciencia aún en medio de emergencias; de, como dijo el psicólogo Joel Ortiz, no engavetar saberes, sino ponerlos, también, a disposición de este país empobrecido, y de quienes continúen los pasos de los médicos que hoy sanan con alma y cientificidad.

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