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7 de abril de 2010

Martí también vivió Haití

LETICIA MARTÍNEZ HERNÁNDEZ,
Enviada especial

PUERTO PRÍNCIPE, Haití.— Estas palabras fueron escritas, en carta a un buen amigo, el 8 de septiembre de 1892: "Le escribiría como de cuento, con su chispa de chiste, si no me tuviera el alma partida la miseria que veo; y el pensamiento de nuestra tierra, que está al otro lado de la mar verde, y no la puedo tocar... No vi jamás, en mi mucho ver, tierra más triste ni devastada que este rincón haitiano, que del vapor al entrar parece muerto, y no vive, en sus calles fangosas, más que de la limosna y de los apetitos".

Parecen frases increíbles, escritas por el viajero que recién llega y no puede más que lamentarse por la suerte de un país detenido en el tiempo, en la miseria, en la catástrofe. Sin embargo, esas fueron las imágenes que Haití, especialmente Gonaive, mostró al Apóstol aquel septiembre de hace más de un siglo, cuando por vez primera ponía un pie en esta tierra "donde son pocas las flores". Así narraba nuestro José Martí los dolores centenarios de la tierra de Petion a Gonzalo de Quesada, el amigo del alma, con el doble pesar de la lejanía de su Cuba que "ni día ni noche me deja el pensamiento".

Y es que entre los muchos sufrimientos de la vida de Martí, estuvo, además, la suerte de este país, ahora zarandeado sin piedad luego de tantísimos años de sacudidas imperiales. En sus viajes hacia República Dominicana para encontrarse con Máximo Gómez, otro de los grandes, Martí vivió varias veces Haití, que de paso obligado en su trayecto, se convirtió en pensamiento recurrente.

Por estos días de abril, hace 115 años, Martí desandaba también este país en espera de llegar a su amada Cuba con la bandera de la independencia que le despojaría de sus ignominiosas ataduras coloniales. Entonces ahora pareciera un legado martiano el batallón de médicos de su Patria que sanan heridas ancestrales en Haití, esa tierra que no volvió a ver nunca más luego de que zarpara de sus playas el 11 de abril de 1895 con rumbo a costas cubanas. Sin embargo, aquí quedaron los hijos fieles que aprendieron del Apóstol a rendir culto a la dignidad plena del hombre.

De los últimos días en Haití, Martí contó con esa prosa luminosa que lo acompañó todos los días de su vida. En su diario escribiría de la llegada a Cabo Haitiano en el vapor carguero alemán: "Por las persianas de mi cuarto escondido me llega el domingo del Cabo. El café fue caliente, fuerte y claro. El sol es leve y fresco. Chacharea y pelea el mercado vecino. De mi silla de escribir, de espaldas al cancel, oigo el fustán que pasa, la chancleta que arrastra... y el grito de una frutera que vende ‘caimite’. Suenan, lejanos, tambores y trompetas. En las piedras de la calle, que la lluvia desencajó ayer, tropiezan los caballos menudos. Oigo le bon Dieu y un bastón que se va apoyando en la acera. Un viejo elocuente predica religión, en el crucero de las calles, a las esquinas vacías". Cuenta en sus escritos que aquí leyó sobre los indios, de Moctezuma, de Cacama, de Cuitláhuac, cortó su cabello, descansó muchos cansancios...

Desde aquí, y antes de partir hacia Cuba, escribió a sus amigos Benjamín Guerra y Gonzalo de Quesada cuáles serían sus pasos al desembarcar: "Llegar, ordenar, empujar, deshacer a habilidad enérgica y con encabezamiento respetable y amable, los pocos obstáculos que nos presenten los nuestros mismos, esa es la labor, y vamos..." Fue también en este país donde escribió una de las frases que sentenciaría sus esfuerzos en Cuba: "De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosla a pensamiento".

Con tales ideas se hacía a la mar nuestro Martí. Dejaba atrás una tierra triste que más de un siglo después seguiría enlazada a su Patria querida. La noche del 11 de abril le abrió las puertas a una embravecida costa cubana, a una "playa de piedra". Así fueron los primeros pasos del Apóstol al llegar de Haití: "Me quedo en el bote el último, vaciándolo. Salto. Dicha grande".

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