|
4 de abril de 2010
Palabra de médicos
LETICIA MARTÍNEZ HERNÁNDEZ
Foto: JUVENAL BALÁN,
Enviados Especiales
PUERTO PRÍNICIPE, Haití.— Recuerdo todavía
cuando la triste fetidez a muerto ahogaba a esta ciudad;
cuando los cadáveres eran amontonados en fosas comunes,
hartas, dantescas; cuando a los hospitales no les cabía un
alma herida más; cuando los ojos asustados de miles de
personas estremecían como otro temblor de tierra...
Recuerdo, aún, cuando el mundo volvía los ojos a Haití como
si acabara de descubrir que existía.
Pero aquello parece haber ocurrido hace
mucho tiempo. Pronto cumplirá tres meses el dolor de
millones de haitianos, y cada vez son más los que dicen
adiós a su tragedia, van siendo menos lo que aquí se
resisten a desarmar sus casas de campaña. Entre esos
caprichosos, para bien, están los cubanos, quienes
entendieron que no basta sanar heridas a flor de piel cuando
el mal es de fondo, de herencia, de olvidos reiterados...
Por eso no fue raro encontrar ayer a "un team de mil
batallas", como siempre, listo, en el hospital de campaña de
Leoganne. Y aunque era viernes santo, los doctores cubanos
esperaban a que el aluvión hacia la iglesia cambiara de ruta
y girara hasta el hospital que todos los días atiende a
cientos de personas. La aparente calma de este viernes
descubrió historias por contar, vivencias de quienes aún no
olvidan las horas incansables que siguieron al sismo, de
quienes todavía no saben el día de la partida pues, según
dicen, estarán hasta que la Revolución diga: palabra de
médicos imposible de cuestionar.
Entre
esos caprichosos que todavía sanan en Haití están los
médicos cubanos.
El doctor Alfredo Taset había estado en
Pakistán. Traía frescos aún los dolores vividos cerca del
Himalaya. Todavía podía sentir la nieve y escalofriarse
cuando recordaba las gélidas temperaturas. Pero el
ortopédico granmense pronto tuvo que aterrizar sus
recuerdos. La tragedia de Haití excedía todo cuanto había
vivido hasta entonces, atrás comenzaban a quedar sus pasos
por tierra musulmana. Había que empezar, y rápido, a
desandar este país. Su primera escala fue en el otrora
infernal Delmas 33, donde los heridos se apilaban unos
contra otro mientras clamaban por atención médica. A los
tres días fue trasladado para el hospital de campaña de
Leoganne, y aunque allí pensó ver menos horror, la historia
volvió a repetirse.
"Cuando llegamos había cientos de personas
sufriendo, llorando, pidiendo ayuda. Nada más tuvimos que
mirarnos el cirujano, el anestesista, los enfermeros ¼
y rápido bajamos la mesa quirúrgica y empezamos a operar.
Ese día hicimos 20 cirugías mayores y 17 amputaciones.
Aquello me impactó mucho, en mis 25 años de experiencia como
traumatólogo en Cuba nunca había hecho más de tres o cuatro
amputaciones. Casi han pasado tres meses, y con una mezcla
de tristeza y alegría uno ve el fruto del trabajo cuando los
pacientes que amputamos, como única forma de salvarles la
vida, están listos para colocarles su prótesis".
La doctora Patricia Mediondo, fisiatra de
Leoganne, también tiene su vivencia lacerante, esa que no
olvidará aunque sume muchos años de oficio. Se trata de la
pequeña Fidelina, la niña a quien la vida le jugó una mala
pasada: nació con la columna deformada, las rodillas rígidas ...
y el terremoto de enero le llevó también a su mamá. Esta
historia me la escribe la doctora Patricia en un papel, pues
no le va bien con las grabadoras. "Estamos sensibilizados
con Fidelina, porque esta niña, que aún sonríe, lleva siete
años arrastrándose como un reptil y su mayor aspiración es
valerse por sí misma. No podemos traerle de vuelta a su
mamá, pero sí seguirá sonriendo cuando logremos que camine.
Estará entonces a 90 centímetros del piso y más cerca del
Sol".
En cuanto vi a Secundino González, el
anestesiólogo, supe que era un "volao". La pasión con que
defiende la especialidad a la que ha dedicado años, y la
emoción en la voz cuando narra sus vivencias aquí, nos lo
descubrió como un gran hombre. Hoy tiene un orgullo: "En
aquellas primeros horas eran tantas las urgencias que no nos
daba tiempo a preparar a los pacientes, pero nunca tuvimos
una complicación anestésica". Este anestesiólogo también
tiene un caso trascendente. "Era un paciente con una herida
de arma blanca que hacía cuatro días sufría una peritonitis.
Había llegado al hospital casi sin signos vitales y con
fallos multiorgánicos. Era prácticamente imposible
devolverle la vida". Pero cuando Pepito, así le nombran
ahora los cubanos en honor al enfermero que lo mantuvo vivo
y hasta lo bañaba, va a cada rato por el hospital a tender
una mano a quienes lo salvaron, nadie recuerda la palabra
imposible.
Y es que en Leoganne todos tienen historias
para contar. Desde la enfermera Dora, que llevaba solo 20
días en Cuba luego de una misión en Venezuela cuando le
avisaron que debía partir a Haití, y que hoy muchos la saben
imprescindible en Leoganne; hasta Zaida, la laboratorista
"todo terreno" que vivió cuatro ciclones en Haití, que
retornó a esta tierra inmediatamente después de las
sacudidas, y que cuando las enfermeras escaseaban se volvió
mano derecha de los equipos quirúrgicos. Así de valerosos
son los cubanos con que cuenta Haití, esos que empeñaron su
palabra cuando vistieron el traje de la Brigada Médica
cubana para sanar donde hiciera falta. |
|
|