Cierto es que vivimos al día, y que los
desastres naturales no clasifican como tema de conversación
frecuente en nuestras casas, con nuestros padres, con los
hijos... Las preocupaciones y la agitación de la vida
moderna nos llevan a pensar demasiado en el hoy, y no a
prever qué puede ocurrir mañana. En estos temas de sismos
con un ejemplo basta: ¿Cuando remodelamos el hogar, cuando
reubicamos de sitio los muebles de siempre, pensamos alguna
vez en ponerlos de manera que no obstruyan la vía de salida
de la casa, ese espacio por donde puedan salir a la calle
más de dos personas al mismo tiempo si la tierra comienza a
temblar?
Así, cada vez que mire a su alrededor podrá
percatarse de cuánto puede hacer para salir ileso de un
terremoto. Por más que la naturaleza, muchas veces noble,
insista en mostrar su fuerza, la sapiencia de los hombres
puede siempre aminorar desgracias. No se trata de acordarnos
de la lluvia cuando vemos los nubarrones, o de los sismos
cuando la tierra empieza a inquietarse. Justamente el
apresto comienza en el justo instante en que comprendamos
que a nosotros también puede tocarnos la desgracia.
Confirman los expertos que los terremotos
son fenómenos súbitos, por tanto resulta imposible definir
día, lugar y hora en que pueden ocurrir. Solo el monitoreo
constante de los movimientos telúricos, perceptibles o no,
pudiera indicar probabilidades sísmicas. Ante esa incógnita
y la certeza de su destrucción, ¿qué podemos hacer? La
preparación empieza por casa. En primer orden, y amén de
carencias económicas, es imprescindible tener a mano siempre
una reserva de alimentos, agua, medicinas... pues mientras
la ayuda llega al lugar de la devastación, ella puede ser la
tabla salvadora. También se aconseja guardar para ocasiones
así algunas velas, fósforos, linternas y baterías. Resulta
determinante, además, portar siempre documentos de
identificación. Y mantener al alcance los teléfonos de
urgencias. Sería ideal que todo ello formara parte del plan
de contingencia de cada familia.
Cuando la tierra comienza a moverse es
posible que nada quede en su lugar, pero si se sujetan mejor
a las paredes y los techos los cuadros, las repisas, los
estantes, los espejos, los libreros, las lámparas, la
destrucción puede ser menor, así como también puede ser
menor la posibilidad de ser golpeados por la caída de estos
objetos. Pero para ese instante lo mejor es haber logrado
salir ya de la edificación hacia lugares abiertos donde
tampoco constituyan peligros los cables y postes eléctricos.
Ahora bien, aunque el pánico tiene libre
albedrío en tales situaciones, los expertos aquí en Haití
dicen que la familia deberá prepararse para realizar esta
salida en el menor tiempo posible, pero además con el menor
daño. No han sido escasas las veces que en esas desbandadas
muchos han encontrado una mayor desgracia.
¡Cuidado con volver a la edificación si la
tierra aparentemente ha dejado de moverse! Aun cuando a
simple vista la construcción puede no parecer resquebrajada,
es posible que sus estructuras estén resentidas. La
ocurrencia de sucesivas réplicas puede convertir en ruinas
lo que hasta el momento quedó en pie, más vale entonces que
no haya nadie dentro. Aunque, si los temblores son tan
fuertes que la huida resulta imposible, también existen
formas para buscar protección dentro de la estructura, pero
ojo: solo ante la total imposibilidad de salir al exterior.
Rescatistas y conocedores del tema explican
que en caso de estar lejos de la salida, lo mejor es
agacharse en forma fetal con las manos agarradas a la cabeza
debajo de muebles bien resistentes, no de endebles mesas,
sillas, camas... , que no serán capaces de amortiguar los
golpes de los objetos o estructuras completas que caen.
Estos muebles más fuertes bien pueden ser identificados
mucho antes de la ocurrencia de un sismo. Alejarse de las
ventanas y puertas de cristal también es aconsejable. Otras
recomendaciones hablan de situarse debajo de estructuras
fuertes como las vigas, al lado de una columna, o en una
esquina de la edificación. En caso de quedar atrapados urge
mantener calma y, de a ratos, golpear con un objeto duro
para tener comunicación con el exterior y guiar a los
socorristas. Ahorrar energías que pueden necesitarse durante
el rescate, cubrir la boca y la nariz con tela, y controlar
el ritmo de la respiración, también pueden ayudar a
sobrevivir.
Vale, además, alertar sobre el traslado y la
atención de los heridos de una catástrofe. Si no se tienen
los conocimientos y no peligra la vida de la víctima es
mejor no tocarla e ir por ayuda. Muchas veces en ese
desespero por socorrer se agazapa también la muerte. Y es
que por más que queramos tender una mano, si el raciocinio
no se impone en medio de la catástrofe muy poco útiles
podremos ser.
Quizás si un poco de esos conocimientos
hubiera anclado aquí, la cifra de muertos no fuera tan
espeluznante: 230 000. Hay lecciones que desgraciadamente
cuestan demasiadas vidas. Ojalá, entonces, que no hayan sido
en vano, y que tantas buenas verdades no queden solo en los
refranes populares, como ese de que más vale precaver que
tener que lamentar.