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25 de
marzo de 2010
Dos meses
después del terremoto
Tragedia con rostros de niños
LETICIA MARTÍNEZ HERNÁNDEZ
y JUVENAL BALÁN (fotos)
Enviados especiales
PUERTO PRÍNCIPE, Haití.— Desde que tembló la
tierra, Dieumny sueña con su papá. Imagina cada noche que se
acuesta a su lado y, de a ratos, le pasa cariñosamente la
mano por la espalda. Pero desgraciadamente todo queda en
sueños. Al amanecer, la pequeña vuelve a abrir los ojos al
dolor. Y es que esta niña, a sus escasos doce años, carga
demasiados pesares. Las sacudidas de enero le llevaron a 16
familiares, entre ellos al más querido. Ahora Dieumny duerme
con su mamá en las calles de esta ciudad.
Ayer
los niños sudaron al ritmo pegajoso del compa haitiano.
Ayer la niña dibujó, cantó, bailó... y
conoció nuevos amigos: Cadet, Serafina e Ivenson, quienes
llegaron también con la sonrisa ausente y la mirada
temerosa. Para ellos Dieumny, y varios infantes más,
hicieron dibujos cargados de flores. Pero eso sucedió ayer.
Cuando deambular por las calles y el mal recuerdo de una
tarde de martes eran más cercanos y nítidos, las crayolas
que movían sus dedos solo trazaban familiares muertos, casas
destruidas, rostros tristes, desolación... Este miércoles
cuando la sicóloga Mariela puso colores en las manos de
Dieumny, salieron mariposas.
Como ella 357 niños pasan juntos muchas
horas en las alturas de Impasse Miyambó, la colina desde
donde se descubre un Puerto Príncipe golpeado como cada uno
de los pequeños que cada mañana alargan su mirada allí. Hace
más de dos meses este era un lugar tranquilo, sosegado,
donde el abuelo Paúl Benito descansaba sus 70 años arañados
a una dura vida. Pero esos amaneceres apacibles parecen
haber sucedido hace muchos años. Hoy el abuelo despierta con
la algarabía de cientos de niños que se la pasan gastando
energías desde el alba.
Y es que el anciano no se quedó sentado en
la silla de siempre luego de que su país temblara sin
piedad. Sin dudarlo abrió las puertas del hogar para que los
pequeños sin familias, sin casa, sin amores, encontraran
allí paz. Algunos vienen todas las mañanas y se van en la
tarde, a otros 50 los espera la noche allí, esa que los
sorprende bajo toldos y encima de una cuidad casi en
penumbras. En la casa del abuelo Paúl faltan muchos
recursos, sin embargo, sobra la buena voluntad. Por eso
hasta allí subieron los médicos cubanos, no sin antes jadear
en cada escalón de la empinada escalera donde la mochila
repleta de medicamentos y las cajas de leche encuentran
segundos de descanso.
La
psicóloga Mariela convence a los infantes de que la vida
continúa y es hora de volver a sonreír.
Según explicó a Granma la doctora
Tania Pérez Xiqués, miembro de la Coordinación de la Brigada
Médica Cubana en Haití y quien ya sube con ligereza la
empinada colina, este es un proyecto para ayudar a mejorar
la atención médica y sicológica de los niños que viven en
orfelinatos. "Para ello hicimos un equipo multidisciplinario
donde participan sicólogos, médicos, estudiantes haitianos
de quinto año de Medicina y enfermeras. El objetivo es
llegar a las instituciones e identificar las necesidades de
cada niño. Los caracterizamos de manera general, e
individualmente, para brindarles la atención que precisan.
También llevamos cajas de leche donadas a la Brigada por
organismos internacionales".
Dice la doctora Tania que el proyecto tiene
la intención de llegar a varias de estas instituciones en
Puerto Príncipe, donde los cubanos colaborarán con equipos
haitianos que trabajan en estos lugares, muy dañados por el
terremoto del 12 de enero. Por esta razón fue Impasse
Miyambó el primer sitio donde "aterrizaron" nuestros
médicos. Allí trece jóvenes voluntarios cuidan por primera
vez a niños, y la asesoría cubana es bien agradecida. Quizás
por eso cuando nuestros doctores terminan la jornada de
trabajo, el abuelo Paúl pide a Dios para que vuelvan al otro
día.
Y parece que las oraciones de Paúl están
siendo escuchadas en el cielo al que mira buscando ayuda.
Más de una semana lleva la argentina Vanesa Oria, graduada
de la Escuela Latinoamericana de Medicina, sanando en "la
colina de los niños". En medio de decenas de diminutos
pacientes que hacen cola para la consulta, Vanesa cuenta a
este diario cómo llegó a Haití.
"Estaba en mi país cuando ocurrió el
terremoto, enseguida me anoté en Médicos sin Fronteras pero
no pude venir por esa vía, intenté luego con Médicos de
Contingencia de Argentina pero tampoco lo logré. Hasta que
surgió la convocatoria de Cuba y me dieron la oportunidad.
No pudo ser mejor, después de haber pasado siete años de mi
vida allí". Hoy Vanesa cura a los pequeños de la colina,
mientras añora poder empezar la especialidad de Pediatría,
esa que posterga por urgencias como la de Haití.
Atendemos a los 357 niños, dice Vanesa. "La
mayoría ha sido víctima del terremoto. Ocho son huérfanos de
padre y madre, y 50 viven aquí por diversas razones. Los
demás vienen de los campamentos de refugiados para estar con
otros niños y ver a un médico". Agrega la doctora que muchos
de ellos padecen enfermedades infecciosas, y nunca los ha
tocado un doctor.
Mientras Vanesa ausculta, pone termómetros,
diagnostica y de paso acaricia con ternura a cada pequeño,
en otro lado del patio una cubana se pierde entre un grupo
de niños. Es la sicóloga Mariela Almenares, inmensamente
pequeña y amorosa, quien intenta convencer a los infantes de
que la vida continúa y es hora de volver a sonreír. Así les
habla: "Todos hemos sufrido, hemos perdido mucho, pero
cuando eso nos pasa tenemos que combatir la tristeza con
alegría, alejar el miedo. Y ¿cómo podemos lograrlo?",
pregunta entonces. Voces más confiadas dicen: bailando,
cantando, dibujando ...
regresando a la escuela, opina Keddy.
Para Mariela conocer a estos niños ha sido
un privilegio. La inocencia de los pequeños que aun en medio
de la tragedia vuelven a sonreír, la alecciona a cada paso.
"Ellos presentan mucho daño emocional. No concilian el
sueño, no duermen bien. Tienen pensamientos recurrentes,
piensan mucho en lo que vivieron, en el día del terremoto.
Tienen miedo a estar solos y que la tierra vuelva a temblar.
Este espacio que hemos creado aquí los ayuda a socializarse,
a ventilar emocionalmente lo que sienten". Tanto es así que
ayer sudaron al ritmo del compa haitiano, tararearon
la Guantanamera y corearon en español números y vocales.
Así terminó el día de ayer en la colina.
Cuando los médicos de la Brigada dijeron adiós y hasta
mañana, ellos gritaron mési (gracias en creole).
Quizás estos niños no sepan que son los doctores cubanos y
los jóvenes graduados de la ELAM, quienes regresan a sus
campamentos dándoles gracias por la fuerza que sus sonrisas
insuflan. |