Portada

 De nuestros reporteros

Haití: el infierno de este mundo

 Galerías

 Conozca Haití

 Mensaje de los Cinco

De nuestros reporteros

20 de marzo de 2010

Después del terremoto en Haití

También sin árboles

LETICIA MARTÍNEZ HERNÁNDEZ
Fotos: JUVENAL BALÁN,
enviados especiales

PUERTO PRÍNCIPE, Haití.— El 70 % de los haitianos utiliza carbón vegetal para cocinar. En este país resulta una quimera el uso de fuentes de energía más caras como la electricidad o el gas. Es parte de la cotidianidad aquí el trasiego constante de grandes sacos de carbón desde las montañas hasta las ciudades. Mientras, los bosques desaparecen, y un triste y desolado color carmelita invade la tierra que antaño floreciera.

Así de desoladas lucen las montañas haitianas.

Recoge la historia que hace menos de 100 años, Haití era un exuberante paraíso tropical cuyos bosques estaban intactos en un 60%. Pero eso parece haber sido hace siglos. Desde entonces mucho ha llovido, mucho se ha talado. Según cifras del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), hoy solo un 2% del país está cubierto por bosques, el resto desapareció en menos de 30 años. Sobre la nación más pobre del continente pende, también, la amenaza de convertirse en la primera zona desértica del Caribe. La miseria y la ausencia de una política ambiental provocan la tala de 15 a 20 millones de árboles al año. Entonces basta sobrevolar el territorio haitiano para descubrir la humareda de hornos artesanales de carbón donde sucumbe tanta madera.

Y es que la miseria es imán de otras catástrofes. Haití se ubica en el cinturón de los huracanes, por lo que está expuesto a intensas tormentas desde junio hasta diciembre. Coinciden los expertos en que la ausencia de zonas boscosas abre espacio a fuertes vientos que acaban vapuleando a una población en extremo vulnerable. El suelo haitiano, sin árboles, pierde también la capacidad de retener el agua. Bastan unas lluvias para que grandes aluviones corran montañas abajo y arrastren consigo a miles. Aquí cualquier fenómeno natural puede convertirse en calamidad.

En el Informe Mundial sobre la Reducción de Desastres Naturales del 2004, Haití apareció como uno de los países con el índice de riesgo más elevado del planeta. A este fatal veredicto contribuyó, entre otros factores, la deforestación crónica de Haití. Todavía se recuerdan los estragos de la tormenta tropical Jeanne que en septiembre del 2004 provocó la muerte a 1 600 personas. También las inundaciones de mayo de ese año que cercenaron la vida de 2 500 personas. Tragedias agravadas todas por la falta de árboles.

A muchos sorprende la imagen que desde el cielo revela hoy la frontera de Haití y República Dominicana. Una línea entre el carmelita de una tierra erosionada y el verdor de frondosos bosques delimita hasta dónde llega la jurisdicción de cada país. Sin embargo, la actual situación de la foresta haitiana puede seguir empeorando. El éxodo de cientos de miles de desplazados por el sismo hacia zonas montañosas deviene un peligro en ciernes, tanto para la naturaleza sobrecargada como para quienes buscan "refugio" en las laderas de las colinas, y desde ya firman sentencias de muerte cuando por allí baje la furia de muchas aguas.

Ahora cuando la comunidad internacional intenta juntarse para tender una mano a este devastado Haití, bien valdría la pena mirar la desolación de sus montañas, de sus valles, de su gente. De nada servirá volver a levantar casas, escuelas, ministerios¼ y continuar abultando las colas para repartir comida, si no devolvemos a tiempo lo arrebatado a la naturaleza. Muchos acá siguen soñando con Haití más verde, más esperanzador.

Subir