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9 de marzo de 2010

Más de un mes después del terremoto en Haití

Coraje a punta de bisturí

Historias de cirujanos y ortopédicos en Haití

LETICIA MARTÍNEZ HERNÁNDEZ
Foto: JUVENAL BALÁN,
enviados especiales

PUERTO PRÍNCIPE, Haití.— Cuando todavía se estrenaba el día 13 de enero del 2 010, justamente a la 1:45 a.m., el insistente timbre de un teléfono irrumpió el sueño en la casa del cirujano Frías, allá en Pinar del Río. "Te esperan en Haití", dijeron del lado de allá del auricular. No hubo tiempo siquiera para pensarlo, imaginarlo... solo para echar en la maleta lo imprescindible. El doctor no había visto el noticiero y no tenía idea de lo que sucedía aquí. Sin embargo, 15 horas después estaría en el centro mismo del infierno.

Foto: JUVENAL BALÁNRafael, Frías y Ana María durante una intervención quirúrgica en Delmas 33.

A Ana María la levantaron de su cama, allá en la bella Cienfuegos, a las 3 de la madrugada. Parecía cumplirse la profecía de su hija quien, viendo el noticiero aquella noche, le había sugerido: "Mami, deberíamos preparar tu maletín". A esa hora esta ortopédica "todo terreno" que había estado en los terremotos de Paquistán y China, tenía montado su reinado en la cocina y poco oído prestó a la observación de su retoño. A las 6:30 de la mañana Ana María ya estaba en La Habana lista para levantar vuelo.

Al doctor Rafael no lo tomaron por sorpresa. Llegó una semana después que sus colegas a Puerto Príncipe, cuando los hospitales reventaban de heridos y el cansancio de los médicos cubanos que se batían desde el mismo 12 de enero llegaba al límite. Para él era un día más de trabajo en el capitalino hospital ortopédico Fructuoso Rodríguez, hasta que le avisaron que de un momento a otro partiría hacia el devastado Haití. Las historias que siguieron luego, tanto para Rafael, como para Frías y Ana María, todavía no se han escrito, pero se vivieron a puro coraje entre bisturís.

AQUÍ TODOS SOMOS IMPORTANTES

El doctor Orlando Frías Valdés no se las da de eminente cirujano, aunque pudiera hacerlo por los saberes que atesora. Sin embargo, cuando conversábamos ayer precisó una máxima antes de narrar cualquier tragedia vivida aquí: "¿Sabes qué es lo más importante que me llevo de Haití? La posibilidad de darme cuenta de que ninguna persona es más importante que otra en situaciones tan catastróficas. Todos somos iguales, desde el más encumbrado especialista hasta la cocinera que llegó a los pocos días y nos salvó la vida".

Así comienza el diálogo con el cirujano Frías, quien desde que puso un pie en Haití no para de operar: "Llegamos antes de las 24 horas después del terremoto. Fuimos directo del avión al Anexo, donde los médicos de la Brigada montaron el primer hospital de campaña. A las cinco de la tarde comenzamos a operar. En esas primeras horas sentí el terror más grande del mundo".

A casi dos meses del terremoto, el doctor Frías todavía no olvida su primer caso. "Fue un niño de cinco años al que tuvimos que amputarle un bracito". No hubo peor recibimiento para este médico. "Aquello era infernal, operábamos en una carpa de alrededor de siete metros cuadrados. Teníamos a los haitianos acostados a nuestros pies halándonos la ropa. Si levantabas a uno de la camilla, los familiares te ponían cuatro más. Y eso nos atemorizaba pues no había nadie para poner orden. La única luz de todo el sitio estaba en la carpa donde operábamos. A una de nuestras doctoras se la llevaron cargada para que atendiera a un paciente.

"Esa primera noche trabajamos hasta las cinco de la mañana. Luego tomamos un descanso de tres horas, y comenzamos de nuevo hasta las dos de la madrugada del otro día. Hasta una operación de tórax, considerada de las más largas y difíciles, hicimos allí, y el paciente se salvó. Aquí he tenido que amputar lo que no había amputado en toda mi vida de cirujano. Es muy triste".

Las cosas han cambiado. Ya va pasando la emergencia, pero el trabajo sigue siendo arduo dentro del salón: "Como colapsaron los hospitales, la urgencia recae en nosotros. Nos llegan traumas por accidentes, heridas de tiros y armas blancas, perforaciones intestinales por fiebre tifoidea... Vemos alrededor de 50 casos de cirugía diariamente. Y las operaciones superan las cinco".

SIN TIEMPO A SENSIBILIZARTE

Dice la doctora Ana María Machado que eso de que hay pocas mujeres licenciadas en Ortopedia es un falso tabú. "Es un trabajo como cualquier otro, es verdad que usamos más la fuerza, pero se puede ejercer. Aquí he trabajado a la par de los hombres". Y si lo dice esta cienfueguera, única mujer ortopédica de la brigada médica cubana aquí, no queda más opción que creerle.

Este es el tercer sismo al que Ana María asiste para sanar. Sin embargo, nada se compara con la tragedia de Haití, dice confiada en la experiencia de haber sufrido en carne propia el desastre. "Hay que vivirlo, para creerlo". Y es que ella es miembro de la Brigada Henry Reeve desde su misma fundación. "Antes me ponía nerviosa, pero cada vez que oigo de un desastre, sé que puedo estar ahí en cualquier momento".

"Cuando llegué al Anexo, 24 horas después de la catástrofe, me dediqué a los niños. Montamos tres mesas quirúrgicas más, y en una de ellas priorizamos a los pequeños. Es muy difícil ver cómo un niño pierde una pierna, muchos llegaban mutilados. En Cuba es muy raro ver una amputación de un niño, las más frecuentes son por tumores pero traumáticas casi nunca vemos. Eso te hace más sensible, pero aquí no tenías tiempo ni de sensibilizarte, porque estaba en riesgo la vida del niño".

Todavía Ana María atiende a infantes con secuelas del sismo. Hoy verá a Mackendi, aquel niñito que perdió a toda su familia, que tiene una fractura abierta en la pierna, y que no quiere alejarse de los médicos cubanos cuando esté sano, pues no tendrá quien lo cuide como lo han hecho ellos. Esos son los dolores que han marcado a esta cubana, quien no pierde un segundo para ir a sanar.

AQUÍ HE OPERADO MÁS QUE EN UN AÑO EN CUBA

En medio de tanta tragedia el doctor Rafael Roque piensa, también, en hacer ciencia. Dice que en cuanto llegue a Cuba hará una recopilación de las experiencias vividas aquí. Desea transmitir a los colegas que no estuvieron, la magnitud del desastre en Haití, cómo lo vivieron, cómo lo enfrentaron, cómo lo trataron... Quizás hasta el próximo congreso de Ortopedia y Traumatología llegue su voz.

Por ahora, y alejado del estrado académico, Rafael no para de ver casos en el cuerpo de guardia de Delmas 33. Uno tras otros llegan los pacientes con la placa bajo el brazo, para que el ortopédico de guardia dé el veredicto. Y aunque las cosas están más calmadas, Rafael tampoco olvida los días que sacudieron su vida.

"Este hospital estaba colapsado cuando llegamos, no había ni por donde caminar. Eran muchas las personas que esperaban para ser atendidas. Habilitamos hasta la cafetería del área quirúrgica para operar. Llegamos a intervenir hasta 30 personas en un día. Aquí he operado más que en un año allá en Cuba".

Rafael también tiene su recuerdo más dramático: "Era la mamá de un joven haitiano graduado en nuestro país. La trajo a Delmas para que los médicos cubanos la atendieran. Esa noche, cerca de las doce, me tocaba hacerle una cura en el muñón bajo la rodilla. Pero la infección le subía hasta la punta del glúteo. Decidimos consultar con el hijo la urgencia de una amputación para salvarle la vida. Él, confiando en nosotros, dio el consentimiento. Y a cada rato pasa por aquí para agradecernos que su madre continúe viva".

Frías, Ana María y Rafael han compartido innumerables horas en el salón. Desde aquellos primeros días en campaña, suman muchas las personas devueltas a la vida por estos galenos cubanos que siguen haciendo historias a puro coraje entre bisturís.

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