PUERTO PRÍNCIPE, Haití.— Los vecinos habían asegurado que
escuchaban gritos. Desde dentro de la edificación devastada,
los lamentos, casi imperceptibles luego de 24 horas de la
debacle, indicaban que en el mercado había sobrevivientes.
La noticia aceleró el corazón de Luis Fernández. Horas atrás
había zarpado de su tierra para auxiliar a Haití, y su mayor
desazón hubiera sido no ser útil a un pueblo tan agobiado.
La
Fuerza de Tarea Humanitaria Simón Bolívar sale a las calles
a evaluar los daños.
El espectáculo era aterrador. Un centro comercial de tres
pisos había quedado en ruinas. Más que una sacudida, parecía
que desde arriba una fuerza sobrenatural había presionado un
piso contra otro, haciendo añicos todas las paredes
laterales.
Para los haitianos que se concentraban en los alrededores
esperando a que se hiciera el milagro de volver a ver con
vida a quienes así imploraban, la llegada de los rescatistas
devino esperanza, palabra perdida por estos días de la
tierra haitiana. En el grupo iba el joven Luis, con él
también llegaba allí su Venezuela querida.
Han pasado varios días del hecho, pero hay sucesos que
ocurren en un segundo y terminan marcándonos eternamente.
Para los muchachos de la Fuerza de Tarea Humanitaria Simón
Bolívar, las 14 horas que duró el rescate son imborrables.
Cualquier
cosa puede ser útil para sobrevivir.
Cuenta el capitán Manuel Medina, al frente del equipo de
bomberos, que al llegar hicieron una inspección de la
estructura, aseguraron la zona y se desplegaron. "Habíamos
ubicado tres personas con vida en dos zonas diferentes.
Llegar a uno de ellos parecía imposible, pues estaba
aprisionado entre un montón de escombros. Después de muchas
horas, y cuando ya casi lo teníamos en nuestras manos,
comenzó una réplica muy fuerte que nos obligó a evacuar.
Cuando regresamos, todo había colapsado, lamentablemente no
pudimos hacer más nada por él".
Sobreponerse a tamaña angustia era urgente. Otras dos
personas, esta vez mujeres, esperaban para ser rescatadas.
Habían quedado atrapadas en un pasillo del centro comercial,
alcanzarlas también resultó una odisea. Pero esta vez, ni
siquiera la ira de la naturaleza logró detener al equipo que
le arrebató dos vidas al temblor de tierra. Las nítidas
pulsaciones de las víctimas y los gritos de los espectadores
eran la recompensa a tanto riesgo. Ya Luis tendría entonces
el primer motivo para enorgullecer a su patria.
Aunque con un poco más de experiencia, el general Pérez
Cassar, de la Defensa Civil de Nicaragua, no se detiene en
calificar de milagroso lo que sucedió este lunes en Haití.
Luego de seis días del terremoto, su equipo de rescatistas
salvó la vida de dos jóvenes que se encontraban atrapados en
el sótano de un edificio de siete pisos. El trabajo había
comenzado bien temprano, pero la noche fue testigo del
acontecimiento .
—¿Qué sienten cuando encuentran vida?
"No hay corazón que lo aguante. Es una satisfacción
inmensa cuando sentimos los latidos de la víctima. Somos
viejos militares, supuestamente más rudos y, sin embargo, es
tanto el sentimiento que muchas veces nos ponemos a llorar.
Y aunque ya estamos acostumbrados a atender a la población
en situación de desastre, el hecho siempre sobrepasa los
límites de lo que uno quiere aparentar".
Así hablan estos hombres, curtidos en la faena del
rescate pero intacta la sensibilidad. Por eso no es extraño
que cuando desandan la devastada Puerto Príncipe, muchos
haitianos pongan sus manos en el corazón y hagan signos de
victoria con los dedos. Quizás los lugareños, entre tanta
tragedia, no sepan que con estos hombres van también los
rescates del ALBA.
Ha sido Haití la nación que ha vuelto a poner sobre la
mesa la necesidad de la alianza entre los pueblos. Como
dijera el Comandante en Jefe Fidel Castro, tan nombrado en
estos lúgubres días aquí, esta es la oportunidad para saber
cuánto puede durar el espíritu de cooperación.
—Capitán Medina ¿cuándo retornan a Venezuela? "Ese
día no está escrito, hasta que haga falta estaremos aquí".
Parece que entre los rescatistas la palabra regreso no
existe.