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22 de febrero de 2010
Un mes después
del terremoto
Días de campaña
LETICIA MARTÍNEZ HERNÁNDEZ
Foto: JUVENAL BALÁN
(enviados
especiales)
PUERTO PRÍNCIPE, Haití.— Es hora del
almuerzo, y hasta la carpa de William van llegando muchos.
Allí él, con el cucharón en la mano, comienza a alegrar
estómagos vacíos.
La
comida no es como en casa, pero es buena.
William Guada, de Pinar del Río, es el
cocinero del campamento de Croix des Buquets. Estuvo en el
2005 en Paquistán, cuando el sismo que asoló este país, y
sabe bien de menús que pueden complacer a nuestros médicos,
se las ingenia entonces para, aun en condiciones difíciles,
darles un poco de sabor a los días en campaña. "Durante la
semana tratamos de variar el menú pues puede llegar a
aburrir, por ejemplo, un día cocino espaguetis, luego
frijoles, arroz congrí, que intercalamos con carne enlatada,
sardinas, atún, jamonada...
"Aquí no se pasa hambre. Empezamos bien
temprano con desayuno, merienda, almuerzo, comida y casi
siempre tenemos un buchito de café para brindar", dice
William. Opinión confirmada por el rehabilitador Osmel
Flores, para quien en estos días de desastre "la comida,
claro está, no es como la de la casa, pero es buena".
Todos los días un equipo diferente ayuda a
William a fregar, a servir la comida, a limpiar las mesas...
Desde el mismísimo director del hospital de campaña hasta el
colaborador más sencillo se cuelga el delantal, por eso no
resultó raro que el viernes pasado le tocara a una de las
doctoras norteamericanas graduadas de la ELAM ser la mano
derecha del cocinero William.
La
ayuda es fundamental en la vida en campaña.
Y es que en medio de la tremenda tragedia
que vive este país, los médicos se adaptan a vivir en
condiciones extremas, y una sonrisa nunca falta cuando
tocamos a la puerta de cualquiera de las casas de campaña
que por estos días son sus "hogares". Allí dentro todo
parece estar en su justo lugar: ropas dobladas, colchones
tendidos, la ropa interior discretamente colgada... no falta
el peluche encima de las camas de las mujeres; aunque
también hay quien no ha aprendido a tenerlo todo en un sitio
tan pequeño, y justifica así los "huracanes" de sus casas de
campaña.
Hasta la casita de Evangelia Mustelier, la
santiaguera que rehabilita por el día, y canta y baila de
noche en el campamento de Carrefour, llegamos. Y como las
cubanas no pierden tiempo para lucir bonitas, allí estaba
ella maquillándose un poco. ¿Cómo la pasas en campaña?, le
preguntamos y así responde: "A mí me va muy bien, a pesar
del calor. Aquí nos sentimos como en familia, solo extraño
mucho a mis hijos, sobre todo el tiempo de escuchar música
con ellos en casa".
Entre
todos lavan la ropa.
—¿Qué hacen por las noches, cuando terminan
de trabajar y la planta eléctrica ya no les acompaña?
"Siempre aparece alguien con una guitarra.
Empezamos con La Guantanamera, con los versos de José
Martí, pero terminamos con música romántica porque nos
ponemos muy melancólicos. Los estudiantes haitianos de
Medicina bailan con nosotros el Son de la loma,
improvisamos, es maravilloso. Hasta de los asentamientos que
están cerca del hospital vienen los haitianos porque dicen
que les gusta cómo cantamos y bailamos".
Dice Evangelina, más conocida como Eva, que
a lo que más temía era a los bichos. "Me muero si me
encuentro con un bicharraco en el baño, el primer día llegué
de noche al campamento y tenía que asearme pues estaba muy
sucia, tuvieron que cuidarme la puerta del baño por si
pasaba algo. Ese día me bañé con ropas puestas".
Al parecer, la odisea del baño es lo que más
preocupa a las mujeres aquí. Confiesa la enfermera Diurvis
que solo se mandaría a correr si aparece una rana, pero
hasta en eso ha tenido suerte. Mientras, la doctora Virginia
dice que lo que más extraña de su casa allá en Las Tunas es
el baño y, claro está, al esposo. El agua hasta ahora no les
ha faltado, y es habitual verlos en las tardes con sus
inseparables tanquetas haciendo la cola para asearse.
Este sábado llegamos al campamento de
Carrefour, a 15 kilómetros de Puerto Príncipe, y mientras
las colas frente a las consultas eran extensas y los médicos
atendían sin parar, a la enfermera Diurvis y a la doctora
Neydi les tocaba dar puños a la ropa con ayuda de una
lavadora. Cuentan que no más hacen prender el equipo y
empiezan a llegar los bulticos de ropa desde cualquier casa
de campaña, aquí todos lavan la ropa de todos, nos ayudamos
mucho. "Nunca había lavado tantas sábanas a la misma vez"
dice la enfermera, mientras camina bien cargada hasta los
cordeles; en tanto Neydi restriega fuerte la ropa blanca, a
la que "se le pega mucho churre".
Según el siquiatra Francisco Toledo, "la
propia idiosincrasia del cubano le permite adaptarse a
situaciones tan difíciles como esta que ahora vivimos en
Haití. Los cubanos nos reímos de nuestras dificultades, y
resulta muy gracioso pues muchos dicen que es como volver a
vivir los tiempos de la escuela al campo. Algunos jaranean
con que, cuando regresan de las consultas en el terreno,
recuerdan cómo viraban de los cafetales allá en Cuba. Cada
vez que tenemos un descanso nos juntamos, contamos nuestras
historias, y bailamos y cantamos, yo solo hago coros pues
soy muy desafinado".
Son estos cantos, algunos de añoranza, los
que alegran las noches en el campamento de Carrefour. Al
compás de la guitarra del doctor haitiano Bernandin, se
escuchan los sentidos acordes de Lágrimas Negras, y
aunque el cantor se pierda con la letra, todos terminan
repitiendo el mismo estribillo. Mañana será otro día de
trabajo, otro día de sus vidas en campaña, otro día en el
que muchos haitianos regresarán aliviados a sus hogares.
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