17 de febrero de 2010
Un mes después
del terremotoVacunas contra el llanto
Médicos cubanos, haitianos y
latinoamericanos vacunan por vez primera en uno de los
campos de desplazados más grande de Puerto Príncipe. La
acogida fue total
LETICIA MARTÍNEZ
HERNÁNDEZ
Foto: JUVENAL BALÁN
(Enviados especiales)
PUERTO PRÍNCIPE, Haití.— A Marcela, allá en
Colombia, le pedían muchos requisitos para ayudar en Haití.
La asociación de Médicos sin Fronteras le requería saber
francés. La Cruz Roja de su país le exigía dos años de
experiencia y conocimientos de urgencias. Sin embargo, a
esta joven graduada de la Escuela Latinoamericana de
Medicina (ELAM) le bastaron poco más de 48 horas para
alistar su mochila, cuando desde Cuba salió la propuesta
para todos los egresados de la ELAM que quisieran tender una
mano a Haití. Lo único que pedía la mayor de las Antillas
era darlo todo y hacerlo bien.
Inmunizaron
contra la difteria, el tétano, la tos ferina, la rubéola y
el sarampión.
Marcela Vera había terminado su servicio
social en Colombia, y empezaba a hacer los papeles para
comenzar a trabajar, cuando la tierra haitiana se sacudió
sin piedad. Pero por esas cosas que tiene la vida, como ella
misma dice, lo dejó todo y vino a Haití "para hacer realidad
el sueño del Comandante Fidel". Así comentaba a Granma
esta muchacha mientras, rodeada de varias personas,
preparaba sin detenerse varias jeringuillas. Comenzaba la
vacunación en uno de los campos de desplazados más grande de
Puerto Príncipe.
Era media mañana. Un grupo de médicos y
enfermeras cubanos, haitianos y latinoamericanos, con sus
stock de vacunas al hombro, pasaban el umbral de la antigua
escuela Saint Louis Gonzague, convertida hoy en un
campamento que refugia a más de 10 800 haitianos sin hogar.
La cotidianidad se trastocó allí cuando, con la ayuda de un
megáfono, Elvire Constant, líder del campamento, anunciaba a
todos que "los hermanos cubanos habían venido a vacunarnos".
No pasaron más de cinco minutos, cuando las colas frente a
los dos puestos médicos se hicieron bien largas.
Y es que, como luego comentara Elvire a esta
reportera, el mayor problema del campamento es la salud de
las más de 870 familias que desde el 12 de enero se hacinan
allí. "Nunca había venido nadie para atendernos, para
vacunarnos. Todos los días vamos a las emisoras de radio y
televisión para mandar mensajes de auxilio. Los cubanos eran
nuestra última esperanza, son una bendición que nos han
traído". A estos "galenos benditos" apoya Elvire cuando por
su altoparlante aconseja hacer una fila para las
embarazadas, los discapacitados y los niños: "somos una sola
familia, ayudemos a los cubanos que nos están apoyando",
dice a sus coterráneos.
Esmérida Atiñol, jefa del personal de
enfermería encargado de la vacunación, explica que están
inmunizando contra la difteria, el tétano, la tos ferina, la
rubéola y el sarampión, además administran la vitamina A
para lograr una mejor absorción de las vacunas. Con
anterioridad, dice Atiñol, habíamos estado en Champs de Mars,
otra de las grandes plazas que acoge a miles de haitianos
sin techos, también en el campus de la Universidad de
Quisqueya, y en varios de los asentamientos improvisados
luego del sismo. "Como siempre, la gente acude enseguida que
nos ven llegar".
Y no se equivocaba esta enfermera cubana.
Fueron muchos los que ayer, aún entre lágrimas, se
amontonaron para recibir el pinchazo que los salvaría de
llorar después. Allí estaba Angelo, que a sus 14 años nunca
había recibido una vacuna; además Ismael, un bebé de solo
tres días de nacido que comenzaba su vida bajo una carpa y
que su primera vacuna se la pondría Alejandra Guerrero, una
joven colombiana graduada de la ELAM; y también Karly, el
pequeño que desconsoló a más de uno con sus llantos.
Ayer era Martes de Carnaval, día normalmente
feriado aquí. Pero como la salud no espera, nuestros médicos
llevaron alivios a la gente que vive hoy en la escuela Saint
Louis Gonzague donde, según dijo Elvire, los problemas
sobran. "Luego de la salud, nos preocupa mucho que tenemos a
miles de personas sin casas de campaña, algunas duermen bajo
techos con fisuras o en el piso. Con las lluvias todo
empeorará. Tampoco tenemos luces para alumbrarnos. Ya hemos
tenido varios casos de violencia. Falta el dinero y muchas
de nuestras mujeres comienzan a prostituirse".
Quizás por estas tristezas, a la doctora
Marcela, la colombiana egresada de la ELAM y miembro de la
Brigada Médica Internacional Henry Reeve, estar aquí
vacunando le parezca una experiencia bonita, y a la vez muy
triste. Querer ayudar a todos y no poder, es su mayor pesar.
Pero para no continuar pensando en desgracias, sigue
haciendo lo que bien sabe: sanar. |