PUERTO PRÍNCIPE, Haití.— El pequeño no paraba de temblar,
de su manita endeble colgaba un suero que a estas alturas
muy poco podía ayudarle. Por sus venas colapsadas ya no
pasaba el fluido que en otra circunstancia, quizás, le
devolvería el aliento. Acostadito sobre un cartón la vida se
le iba, mientras a sus pies un médico cubano lamentaba no
poder hacer más.
Los
médicos trabajan de manera continua y lo más frecuente son
las amputaciones.
A este angelito lo trajeron hoy por la mañana. Llevaba
tres días bajo los escombros. Lo trajo un rescatista, no
tiene familia y es muy probable que no se salve. Le hemos
puesto de todo, lo limpiamos, curamos sus heridas, ya no sé
cómo seguir ayudándolo. Esta tragedia se ha ensañado con los
niños, es insoportable el dolor".
Con solo 28 años ya Sergio sabe qué cara tiene la muerte.
Estos últimos días han sido funestos para este médico
santiaguero que por primera vez sale de su tierra para
salvar vidas. A la pregunta de qué ha sido lo más terrible,
dispara dos ráfagas salidas del mismísimo corazón: el
sufrimiento de los pequeños y no poder socorrerlos a todos.
Así hablaba Sergio Otero González, cuando de su mano se
aferró una mujer con el rostro magullado.
De
los escombros sale una fetidez insoportable, mientras la
gente deambula por las calles.
Es hora de apartarse del niño y auxiliar a los que
llegan. Quizás cuando regrese, este inocente sin nombre haya
dejado de respirar, no le quedará más que conformarse con
haber hecho lo imposible por devolverle la vida a un ser que
nació marcado por la tragedia.
De estas tristes historias está repleta hoy la tierra
haitiana. Centros hospitalarios como Delma 33
(paradójicamente nombrado La Paz) y La Renaissance
(renacimiento en francés), tienen mucho horror que contar;
pero allí los médicos cubanos siguen empeñados en escribir
con mayúsculas la palabra VIDA, aunque las agencias de
noticias se encarguen de minimizarlos y hasta de negarlos,
como la cadena de TV norteamericana Fox News. ¿Será que
tendremos que poner altavoces en la Luna para que se acaben
de enterar que muchos años antes del sismo ya Haití sabía de
los médicos cubanos?
RENACIMIENTO EN HAITÍ
La paradoja se apodera de Haití, con cada mirada descubro
un contraste, otro más... Creí que la contradicción entre la
felicidad de la caras que muestran las vallas publicitarias
y el rostro ajado de quienes por debajo de ellas pasan, era
la mayor ironía, pero me equivocaba. Hallar las palabras paz
y renacimiento en la fachada de los hospitales más tétricos
que he visto en mi vida, superó cualquier incongruencia...
Me empeñé entonces en encontrar la respuesta en el ondear de
la bandera de mi tierra a la puerta de estos.
Los
lesionados llegan a todas horas. Desgarra ver la cantidad de
niños.
Pareciera que los haitianos se acercan a los hospitales
donde están los cubanos para encontrar sosiego. No paran de
llegar, todos quieren ser atendidos de inmediato, el
irresistible dolor de sus cuerpos se mezcla con una
enraizada falta de cariño, que parece curarse de inmediato
cuando uno de nuestros galenos los acaricia con ternura...
Hasta los predios de los hospitales se mueven familias
enteras. Montan allí el quimbo, ubican al enfermo en el
centro, amontonan lo poco que les quedó, y la familia,
cuando todavía queda, sale a buscar atención. A otros los
transportan en cartones, tablas, colchones... hasta casi
acorralar al médico.
Así, entre muchos, encontré a la doctora Madelaine en el
centro hospitalario La Renaissance. Llegar hasta ella se
convirtió en una demostración de malabarismo. Un pie
primero, otro después... un descanso para recobrar el
equilibrio: debajo de mí agonizaban de dolor varios
haitianos, solo rozarlos hubiera sido imperdonable. Sin
embargo, allí no terminaba la odisea. Tocaba ahora
convencerla de que me contara sus vivencias. Esta granmense
de 32 años es una experta curando, pero frente a una
grabadora tiembla.
"Esto no se compara con nada de lo que he visto. Cuando
llegué sentí miedo, pero no tuve tiempo de dejarlo crecer.
Todavía no olvido el rostro de una pequeña de dos años, que
sacaron de los escombros y llegó agonizando. A muchos los
traen así, pero cuando se trata de un niño, el corazón se
nos estruja aún más".
-¿No se desespera cuando le llaman de todos lados y a
toda hora para que los auxilie?
"Ellos están desesperados, lo que han vivido no es para
menos. Pero nosotros hemos aprendido a tener calma y
tratarlos con delicadeza aunque estemos estresados. Si te
desesperas no ayudas ni a uno ni a otro, y terminas siendo
inútil".
Continúan
los rescates aunque las posibilidades de sobrevivir
disminuyen.
Con esa misma ecuanimidad sale la cirujana Abrahana del
Pilar Cisneros Depestre del improvisado salón de
operaciones. Desde dentro de este lugar, parapetado entre
sábanas, se escucha un sonido aterrador. Estamos amputando
una pierna, dice y me convida a pasar. Pero hasta allí no
llegan mis fuerzas, prefiero entonces esperarla fuera para
conversar. De ella solo sé que acortó sus vacaciones para
retornar a Haití y ayudar.
"Todo es muy triste y desolador. Las heridas son en
extremo graves. Lo más frecuente son las traumatologías,
muchas personas llegan prácticamente autoamputadas, con los
miembros casi desgarrados, con quemaduras incompatibles con
la vida, como las de esa niña que ahora mismo cuida una
vecina pues su mamá falleció y no se ha encontrado algún
otro familiar".
Han transcurrido varios días, las posibilidades de
salvación van siendo mínimas para los que recién son
encontrados, dice esta doctora que ya ha perdido la cuenta
de los que han pasado por sus manos. "El viernes operamos a
15 personas, hoy sábado ya vamos por 17 y no hemos terminado
el día, son uno detrás del otro. La severidad de las
lesiones es mayor, los casos son extremadamente sépticos".
-¿Y los familiares, doctora, qué le dicen?
"Muchos llegan solos, pero cuando las familias los traen,
es tanto el dolor y la tristeza que solo nos miran, creo que
con eso lo dicen todo, no hace falta la palabra gracias".
-¿Está cansada?
"Es verdad que hemos trabajado mucho, que los días se
juntan, pero es tanto el deseo de ayudar que no nos permite
sentir el cansancio, al contrario, ojalá consiguiéramos dar
más".
Se pudiera sospechar que tanta energía y deseos de hacer
se dan solo aquí en La Renaissance. Sin embargo, en el otro
extremo de la ciudad la historia se repite.
¿PAZ EN DELMA 33?
En el Hospital Universitario La Paz, conocido como Delma
33, más médicos confirman las palabras de Abrahana, Sergio y
Madelaine. Allí otra bandera cubana ondea, y da paso a un
escenario más estremecedor. Casi todos los lesionados están
ubicados en las afueras del recinto. Los lamentos hacen
doler el corazón, las tremendas heridas obligan a voltear el
rostro, la desolación conmueve, las miradas que buscan
compasión calan hasta los huesos. Todos parecieran
preguntar: ¿tendrá fin tanta desdicha?
La réplica de la noche anterior, los hizo salir
despavoridos del hospital, coyuntura "aprovechada" por los
médicos para organizar mejor el local y evaluar la fortaleza
de la edificación.
Acondicionando nuevos espacios, poniendo carteles que
delimitan las áreas, desinfectando el piso, clasificando a
los enfermos y entrando a los más graves, estaban los
médicos cuando llegamos. Sorprendió ver tanta gente
ayudando. Codo a codo colaboraban especialistas chilenos,
cubanos, españoles, canadienses, mexicanos... Todos hablaban
un mismo idioma: el de la salvación. Todos repetían una
misma frase: el trabajo en equipo.
El doctor cubano Carlos Guillén, director del centro, así
lo definía: "Ha sido una cooperación perfecta, ellos vienen
hasta nosotros, nos buscan espontáneamente para tomar
cualquier decisión, tenemos una reunión en la mañana y otra
en la tarde con los representantes de cada nación, donde
definimos qué estamos necesitando, cuáles son las
prioridades y lo compartimos todo".
A Heriberto Pérez, médico chileno, lo que más le
preocupaba era el desorden inicial, por eso defiende la
cohesión entre todos, no importa de dónde vengan, lo que de
verdad vale es salvar vidas.
Acariciando a una pequeña que tenía la piernita en
peligro por la gangrena, estaba la monja Rosalía. Vino desde
España y se sumó al tremendo equipo que conforma también,
entre otros, el residente haitiano Asmyrrehe Dollin. Para
este muchacho graduado en Cuba, auxiliar a sus coterráneos
es lo más grande que la vida le ha deparado. Agradece
entonces a la mayor de las Antillas la posibilidad de
haberle enseñado a hacerlo. Compartir con los médicos, que
en algún momento fueron sus maestros, es un orgullo inmenso.
Es solo este apretón de manos entre médicos lo que
aliviará el dolor haitiano. Vuelve a anochecer, pero quizás
mañana los lamentos sean menos. Será una bendición que
comiencen a desaparecer los carteles de "we need help" que
como sombra están colgados por todos los lugares.