Puerto Príncipe, Haití.— Nunca en mi vida imaginé ver
algo así, el dolor es inmenso. Ya me habían alertado:
Periodista, póngase fuerte que aquello es desolador. Pero ni
el peor de los ejemplos alcanzó para atrapar la definición
exacta de este pedazo de tierra, vapuleada una y otra vez.
El Haití que hoy descubren mis ojos duele, encoleriza,
entristece...
La
hinchazón de los miembros de los cuerpos sin vida y el hedor
insoportable hacen aún más complejo el escenario haitiano.
La primera imagen es la de un aeropuerto abarrotado, de
un lado a otro van los bultos y pacas "salvadoras", también
militares armados hasta los dientes. Y mientras decenas de
personas intentan mover a prisa las enormes cargas, que
arriban de infinidad de lugares pero que demoran en llegar
hasta quienes las urgen, otros tantos aviones surcan el
cielo haitiano esperando poder aterrizar.
Después de muchas horas de esperas y sobrevuelos, pudimos
llegar a esta tierra martirizada. A la salida del aeropuerto
internacional Toussaint Louverture, una avalancha de hombres
agarrados de las cercas pide ayuda desesperada. En lo que
quedó de sus casas, en el quimbo improvisado o en las
calles, les espera una numerosa familia que clama por agua y
alimentos. A la vista de estos haitianos están las cajas con
la ayuda, en sus pechos el cañón de los militares.
El dolor comienza allí, se expande y no encuentra fin.
Miles de personas caminan de un lado a otro por las
devastadas calles de Puerto Príncipe, la sombra del
terremoto camina con ellos, y con cada réplica se levanta
también el ensordecedor grito de los casi tres millones de
personas que sufren hoy en la capital de Haití. Familias
enteras deambulan cogidas de las manos y con las espaldas
llenas de bultos, con celo cuidan lo que el terremoto les
dejó. No faltan en el cargamento los potes vacíos que
esperan repletar de agua. Los que ya la consiguieron bañan a
sus pequeños a la intemperie, cada gota del preciado líquido
que vierten sobre los niños la acumulan luego en viejas
vasijas y la vuelven a reciclar.
Los caminos están entorpecidos por montañas de escombros,
también por cuerpos sin vida. La hinchazón de los miembros y
el hedor insoportable hacen aún más grotesco el escenario
haitiano, no parece esta una ciudad real, una capital de
este siglo "civilizado". Las imágenes que Haití muestra este
enero del 2010, rozarían la ficción si detrás de ellas no
estuviera el sufrimiento irresistible y quizás interminable
de millones de haitianos.
Los cuerpos, algunos tapados con sábanas, otros
descubiertos sin compasión, se acumulan unos encima de
otros. Si horas atrás a sus pies lloraban los familiares,
hoy tienen que conformarse con decirles adiós, quemarlos e
intentar sobrevivir. Como aquel señor en moto y cargado de
trastos que al ver la bandera cubana pegada en el cristal
del vehículo que nos trasladaba, gritó por la ventana:
"Cubanos, mucho dolor, perdí a mi esposa y mis trece hijos".
Pero enseguida siguió a toda velocidad pues un camión,
proveniente de la vecina República Dominicana, comenzaba a
repartir comida. Entonces empieza para él la ley del más
fuerte, mientras fuerzas de la ONU intentan mantener el
orden en torno al vehículo, casi en zafarrancho de combate.
No hay el más mínimo espacio en los parques, estadios y
descampados. Allí se arremolinan unos contra otros buscando
cabida para montar, con palos y pocas sábanas, el quimbo que
los protegerá del tremendo sol. Algunos de ellos ya no
tienen casas, pero a muchos los invade el miedo de regresar
a sus hogares o las ruinas de ellos y que se repita el
temblor que sumió al país en el caos. Allí duermen, comen,
se bañan, evacuan sus necesidades fisiológicas...
Cientos de edificaciones de la ciudad de Puerto Príncipe
están en el piso, pareciera —como dijo Fidel en sus
Reflexiones—, que una potente bomba cayó y arrasó. Pero lo
cierto es que la naturaleza, indignada por la depredación de
los más ricos, se ensaña con los más pobres. Están hoy en el
piso casi todos los ministerios, mercados, escuelas,
hospitales, iglesias, casas... hasta el simbólico Palacio
Nacional, sede de la Presidencia, está hecho añicos. Aun
cuando ya se empiezan a contabilizar los muertos, ninguna
cifra será real mientras no quede limpia la ciudad, pues
debajo de tantos escombros se presumen incontables los
fallecidos. La situación en Haití está hoy lejos de
resolverse.
Y aunque la ayuda llegue, si no se organiza un sistema
que engrane cada pieza, la recuperación continuará siendo
tardía. Pero más allá de resolver el problema inmediato de
comer o beber, Haití necesita lograr desarrollarse, pues
como le escuché a alguien decir acá: "No necesitamos peces,
necesitamos aprender a pescar y necesitamos tener las
herramientas para pescar".
Ya cae la noche en Haití, a lo lejos el llanto continúa.
Mientras, nuestros galenos continúan atendiendo sin
descanso. Los campamentos habilitados para prestar ayuda
médica parecieran la salvación de los sufridos haitianos. En
brazos, carretillas, bicicletas, parihuelas... llegan los
heridos por decenas. De la entrega de nuestros médicos,
Granma continuará reportando.
Historia de un
IL-18, que insistió y entró
Más de dos días necesitaron los tripulantes del carguero
IL-18 de Aerocaribbean, para tocar suelo haitiano. Llevaban
8.4 toneladas de medicamentos, utensilios médicos, comida,
agua, casas de campañas y avituallamiento. Pero las
difíciles condiciones del aeropuerto internacional de Haití
les imposibilitaban entregar la carga.
Del
avión cubano de Aerocaribbean se descargan medicamentos,
utensilios médicos, comida, agua, casas de campañas y
avituallamiento.
Luego de dos intentos para salir del aeropuerto Antonio
Maceo de Santiago de Cuba, el tercero pareció definitivo, la
orden de despegar y el permiso para aterrizar presuponían el
cumplimiento de la misión. Pero luego de casi dos horas
sobrevolando la capital haitiana en espera de poder
descender, el combustible comenzó a escasear. La orden de
regresar a Santiago tuvo que ser dada, no sin antes lamentar
el fracaso.
Pero a las 5 de la madrugada de ayer volvían los
capitanes Víctor Valdés y Emilio Hernández, a despegar de
suelo cubano con destino a Haití. En esta ocasión el
sobrevuelo fue por más tiempo, casi daban las 10 de la
mañana cuando entraba al Toussaint Louverture la nave
Palmiche (así le decía la tripulación al avión por el
apellido de uno de sus capitanes, en recordación también al
legendario Elpidio). ¡Ahora sí la misión esta cumplida!,
dijeron a gritos los tripulantes y chocaron sus manos. En
tierra los aguardaban desesperados.