(21 de noviembre de
2003)
Perdedores
JUAN
GELMAN*
Los veteranos y los
efectivos estadounidenses heridos, enfermos y/o discapacitados como
consecuencia de la invasión y ocupación de Iraq padecen un afán
ahorrativo de la misma Casa Blanca que no escatima miles de millones
de dólares para alimentar su sueño imperial y continuar su carrera
armamentista. Se aducirá que ese afán es la herencia puritana de
quienes colonizaron el país siglos ha. Solo que estos enfrentaban
duras condiciones a partir de cero y hoy Estados Unidos —obvio—
es la primera potencia del planeta.
Ron Paul, representante
republicano por Texas, se escandalizó recientemente por la situación
de los militares repatriados, heridos e internados en el Walter Reed
de Washington: "Algunos convalecientes —escribió— fueron
obligados a costear de su bolsillo las comidas del hospital. Otros
que regresaban a casa con una licencia de dos semanas debieron pagar
su transporte desde la costa Este. Otros más tuvieron que comprar a
sus expensas botas para el desierto, gafas de visión nocturna y
otros aditamentos militares. Es chocante que nuestras tropas tengan
que pagar por elementos básicos que se les deberían proporcionar
con cargo al presupuesto de la defensa". Dicho de otra manera:
los soldados norteamericanos pagan para ser muertos y heridos en una
guerra que nadie les consultó.
El número de heridos
por accidente o por batalla contra la resistencia iraquí es
cuidadosamente maquillado en los registros oficiales. Veterans for
Common Sense reveló en su boletín del 11-8-03 www.Veterans
forCommonSense.org que en uno solo de los hospitales alemanes —el
de la ciudad bávara de Landstuhl— habían sido tratados hasta esa
fecha más de 7 000 efectivos yankis transportados desde Iraq. La
experiencia militar indica que un 95% sale con vida de esa dura
peripecia; si es así, habrían muerto 350 soldados que el cómputo
oficial de bajas no toma en cuenta. La situación de los heridos
trasladados a EE.UU. dista de ser brillante. Un cable de UPI del
17-10-03 relata que más de 600 heridos y enfermos, muchos de los
cuales combatieron en Iraq, se hacinan en la base militar Fort
Steward esperando diagnósticos y tratamientos que tardan en llegar.
Si llegan.
Viven en oscuras
barracas de cemento, tienen que cruzar un arenal para ir al baño
colectivo, deben pagar el papel higiénico que usan y la comida que
consumen, algunos esperan meses antes de que un médico los vea y
otros se resignan y renuncian al 80% de las prestaciones debidas con
tal de volver a sus hogares. Son reservistas y miembros de la
Guardia Nacional, en general menospreciados por los profesionales
del ejército y, a la vez, los más proclives a convertirse en bajas
por su escaso entrenamiento en una guerra de guerrillas donde la
primera línea del frente se encuentra en todas partes. Eran hombres
sanos cuando llegaron a Iraq y ahora sufren extraños males
pulmonares y cardíacos. Pero los jefes deciden que muchos casos se
deben a "una condición previa" y esto elimina las primas
y subsidios por enfermedad o discapacitación a los que tienen
derecho por ley. Solo cuando el tema afloró —tímidamente y hace
poco— en los medios norteamericanos, el Pentágono envió más
personal médico a Fort Stewart y el Senado pidió y obtuvo para los
allí internados unos flacos 8,10 dólares diarios para comprar
comida. El ahorro es el ahorro, sí señor.
Además irrita a jefes,
oficiales y tropas un hecho inédito en la tradición bélica de
EE.UU.: Bush hijo se disfraza de militar para cantar victorias que
no son, pero nunca asiste al funeral de quienes regresan envueltos
en la bandera estadounidense. Charles Sheenan-Miles, veterano de la
primera guerra del Golfo y director ejecutivo del Instituto de
Investigación de Políticas Nucleares, declaró al respecto que
"es enorme el impacto de que el Presidente no hable (de las
bajas)... Hemos escuchado esa retórica constante de que apoyar a
las tropas equivale a apoyar las políticas del Presidente. Si uno
está contra la guerra, está contra las tropas. Y este es uno de
los datos clave que muestran la mentira de todo eso. El Presidente,
el Pentágono y en menor medida el Congreso no han tenido el menor
respeto por la gente que en su nombre va a la guerra".
Más que irrespeto es
deliberación: no hay que asociar a Bush hijo con los caídos. El
Pentágono ha prohibido a los medios que se fotografíen los ataúdes
que salen de Iraq y también los que llegan a EE.UU. La Casa Blanca
pretende que la ocupación progresa y entonces muertos no hay. Ese
empeño ocultador ha cambiado el léxico militar: las llamadas
"bolsas de cadáveres" durante Viet Nam, o "bolsas de
restos humanos" cuando Kosovo, ahora se denominan "tubos
de traslado". Semejante acto mágico no cambia su contenido y
solo los periódicos de provincia se ocupan de las pérdidas locales
que la gran prensa nacional ignora. Bush es un ganador. El perdedor
es nada.
* Poeta
argentino (Tomado del periódico Página 12, Argentina)
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