(18 de noviembre de
2003)
Iraq: bombas contra
el desconcierto
JORGE MARTÍN
BLANDINO
El notable crecimiento
de las acciones de la resistencia en Iraq y el consiguiente
incremento de las bajas entre los ocupantes, han puesto en crisis la
guerra psicológica que acompaña a la agresión a ese país.
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Dos
de los helicópteros UH-60 abatidos fueron impactados por
lanzagranadas antitanque ligeros RPG-7, de unos 300 metros
de alcance efectivo contra blancos móviles.
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La caída de 4 helicópteros
con escasos días de diferencia y 39 bajas mortales, al menos dos de
ellos derribados mediante modestos cohetes antitanque, estremeció
los cimientos de la campaña mediática que durante años se ha
esforzado en convencernos de que los aviones y helicópteros yankis
son invulnerables. Se ha dispersado en cierta medida el coro
monocorde de periodistas, funcionarios y voceros militares sobre
"ofensivas relámpago", "golpes fulminantes" y
"libertadores".
Como si fuera poco, el
atentado de Nasiriyah, en el supuestamente pacificado Sur iraquí,
con un saldo de casi una veintena de militares italianos muertos,
confirma la apreciación contenida en un informe de la CIA filtrado
a la prensa, de que aumenta el apoyo popular a la resistencia y la
situación se hará más difícil para el ocupante en todo el país.
Primero el general James
L. Jones, jefe de las fuerzas de Estados Unidos en Europa, se salió
del discurso oficial al opinar que la violencia en Iraq es más
responsabilidad de ciudadanos de ese país que de extranjeros. Pocos
días después varios congresistas reclamaron la renuncia del
secretario de Defensa Rumsfeld, por considerarlo responsable de una
situación que el vicesecretario de Estado Armitage calificó de un
"levantamiento que es bastante parecido a una guerra".
Como según W. Bush la
guerra concluyó el pasado primero de mayo, Condoleezza Rice, su
consejera de Seguridad Nacional, se sintió obligada a desmentir a
dichos funcionarios: "Lo que pasa es que algunos elementos del
viejo régimen han hecho causa común con combatientes extranjeros
para alimentar lo que se podría considerar una rebelión".
Pero los esfuerzos de
Rice por huir de la palabra "guerra" no se corresponden
con los actos del Gobierno de Estados Unidos. El presidente de la
Junta de Jefes de Estados Mayores de las fuerzas armadas de ese país,
general Dick Myers, anunció la aplicación de una nueva estrategia
en Iraq, que incluirá el empleo de aviones de combate y bombardeos.
En concordancia con
tales declaraciones, el general Ricardo Sánchez, jefe de las tropas
ocupantes, amenazó con aplicar mano dura, sin excluir ninguna de
las armas a su disposición, contra una resistencia que según él
ya suma entre 30 y 35 acciones diarias y seguirá aumentando en los
próximos meses. Todo ello pese al arresto de unos 5 mil iraquíes,
acusados de ser parte de los que Rice denomina "algunos
elementos del viejo régimen", a los que se suman apenas 20
sospechosos de ser miembros de la red Al Qaeda.
Marchan a todo tren las
maniobras políticas encaminadas a disfrazar la ocupación de Iraq
con un ropaje más aceptable, junto a los esfuerzos por involucrar a
más gobiernos y organismos internacionales, por si la situación
llegara a hacerse insostenible para Estados Unidos. Aunque para que
nadie se vaya a confundir, Rumsfeld dejó bien claro que nada de
esto tiene que ver con la presencia militar norteamericana.
Pero a la vez el
desconcierto generalizado que predomina entre las tropas yankis, se
está tratando de contrarrestar con un retorno a las bombas, cohetes
y cañones, por muy difícil que resulte comprender cómo van a
emplear dichos medios en un territorio que afirman dominar
totalmente.
Apenas unos horas después
del derribo del segundo helicóptero, la televisión transmitió imágenes
dignas de la más encarnizada batalla campal entre dos ejércitos
regulares: un espectacular cañoneo y bombardeo nocturno que tuvo
como único blanco una modesta construcción en los suburbios de la
ciudad de Tikrit.
Por su parte, un
portavoz de la 82 División Aerotransportada declaró: "Hemos
usado aviones F-16 dotados de bombas guiadas para destruir la
casa", al referirse a un ataque contra un supuesto refugio de
la resistencia al Sur de Bagdad. Fue el comienzo de las operaciones
Martillo de Hierro, en la capital iraquí, y Ciclón Hiedra Dos, en
torno a las ciudades de Tikrit, Mosul y Baiji, que ya han convertido
en ruinas a numerosos edificios, sin que el mando norteamericano se
haya molestado en informar la cifra de muertos provocada por esas
salvajes acciones.
No hay que ser experto
militar para comprender cuan descabellado y criminal resulta
combatir a luchadores clandestinos urbanos mediante la artillería y
la aviación. Ni al más falto de seso entre los dictadores aupados
hasta hace pocas décadas por Estados Unidos, se le ocurrió acudir
a algo tan absurdo. Únicamente recuerda la brutal venganza de
Hitler contra la Varsovia insurrecta o el actual genocidio israelí
contra los palestinos.
Los generales del Pentágono
están conscientes de que acciones de este tipo poco o nada influirán
en el orden militar y solo producirán nuevas víctimas inocentes,
que como también afirma el ya citado informe de la CIA, incrementarán
el odio al ocupante y el apoyo a quienes lo combaten.
Las bombas, cohetes y
proyectiles de artillería que han comenzado a caer nuevamente sobre
Iraq, no van dirigidos a exterminar los combatientes de la
resistencia. Apuntan directamente contra la moral de lucha del
pueblo iraquí, y sobre todo intentan levantar el alicaído ánimo
de las tropas norteamericanas con el espectáculo del máximo
despliegue de su poderío militar. Un poderío considerable, es
cierto, pero muy lejos de ser invencible.
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