(6 de noviembre de 2003)

Iraq: invasión no es conquista

JORGE MARTÍN BLANDINO

¿Hasta qué punto el ejército de Estados Unidos domina realmente el territorio iraquí? Ante la contundencia de los hechos, crece por días la cifra de quienes se hacen tal pregunta, incluidos gran parte de los norteamericanos.

AFPExiste coordinación local
 y regional entre los atacantes, afirma Paul Bremer, administrador estadounidense en Iraq.

Si tomamos en cuenta las declaraciones realizadas hasta fecha reciente por los principales personeros del imperio, puede afirmarse que al menos hasta hace poco tiempo, consideraban invasión y conquista casi como sinónimos. Recordemos a W. Bush, orondo sobre la cubierta del portaaviones Abraham Lincoln y enfundado en un uniforme de piloto, cuando el pasado primero de mayo anunció a bombo y platillos el fin de las operaciones militares, mientras una gran tela a su espalda proclamaba: "Misión cumplida".

Mucho ha llovido en los seis meses transcurridos desde entonces, sobre todo balas, granadas, cohetes, bombas, piedras y gritos de condena sobre los invasores yankis. Ello explica que el Presidente norteamericano ya no hable tanto de victorias, sino de que "no huirá" de Iraq intimidado por los golpes de la resistencia; y que su secretario de Estado Powel confiese que no esperaba ataques tan intensos ni durante tanto tiempo.

Gracias a un desliz burocrático hoy sabemos también que Rumsfeld, secretario de Defensa y uno de los ideólogos de las invasiones a Afganistán e Iraq, decidió compartir con sus más cercanos colaboradores dudas como las siguientes: "¿Estamos ganando o perdiendo la guerra contra el terrorismo? ¿Nuestra situación actual significa que mientras más trabajamos, más atrás nos encontramos?". La realidad hace obvias las respuestas.

Hoy no ocupan las pantallas de las grandes cadenas de televisión y las primeras planas de los periódicos aquellas imágenes asépticas, con frecuencia suministradas por el Pentágono, del impecable batimiento de blancos por la aviación norteamericana o las caras sonrientes de los pilotos yankis tras cumplir su misión sin sufrir bajas.

Desde hace meses en la prensa predominan los rostros de soldados que reflejan tensión, miedo e incluso, desmoralización total; edificios dañados o destruidos, helicópteros derribados, vehículos de combate incendiados y muchedumbre de iraquíes que festejan a plena luz del día los daños causados al invasor.

El hecho de que una rampa artesanal con 40 cohetes recorriera Bagdad hace pocos días y pudiera emplazarse en los alrededores del parque zoológico de la ciudad, para atacar desde ese lugar nada menos que al cuartel general del ocupante, en momentos en que se encontraba allí Paul Wolfowitz, segundo hombre del Pentágono, es un indicio de hasta dónde pueden llegar las acciones de la resistencia, cuando cuenta con el apoyo decidido de la población.

Cientos de iraquíes, ante las cámaras de televisión, se apropiaron tranquilamente de cuanto les interesaba de un tren detenido por una mina y cargado de suministros para el ejército norteamericano; grandes grupos de ciudadanos, a pleno día y en la vía pública, casi de manera cotidiana rocían petróleo sobre los vehículos militares norteamericanos incendiados por alguno de los más de 20 ataques diarios de la resistencia, mientras gritan consignas contra los invasores. Cómo explicar que así ocurra, a menos que los encargados de custodiar dichos medios hayan puesto pies en polvorosa tras los ataques.

No es de extrañar que los soldados yankis actúen así en un país donde el 85% de los habitantes los considera simple y llanamente invasores, según revela un informe del centro iraquí para la investigación y los estudios estratégicos, al que hizo referencia recientemente la agencia alemana DPA.

Los 242 000 efectivos desplegados en Iraq, incluidos alrededor de 133 000 norteamericanos, son incapaces de contener esta ola creciente de repudio. Ante esa realidad, los estrategas del ataque preventivo y de las operaciones aéreo-terrestres relámpago, ahora sueñan con micrófonos virtuales basados en rayos láser y otras tecnologías de última generación, que conviertan al fin en realidad el sueño de detectar a un enemigo intangible y cada vez más efectivo.

Por su parte, algunos políticos piensan que la solución está en sumar a la agresión más soldados de otros países, para compartir los muertos y heridos. Mientras Rumsfeld habla de reclutar nuevamente a los soldados del ejército de Saddam Hussein. Sobran los comentarios.

Están condenados al fracaso los esfuerzos de los halcones del imperio por descubrir cuántos efectivos y qué tipo de armamentos permitirían conquistar a un país dispuesto a resistir. Se empecinan en cerrar los ojos ante la única respuesta realista a esa pregunta clave, muchas veces confirmada por la historia: no hay fuerza capaz de dominar a un pueblo decidido a luchar hasta la victoria.

 

   

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