(1 de noviembre de
2003)
Iraq: Conmoción y
pavor
JORGE MARTÍN
BLANDINO
Bajo este título
pudiera escribirse sobre los devastadores golpes aéreo-coheteriles
a que fue sometido Iraq a comienzos de año, uno de ellos bautizado
por Estados Unidos con igual nombre. Este no deja duda acerca del
objetivo principal que perseguían con los 780 cohetes crucero y las
23 mil bombas lanzados contra todo tipo de objetivos, incluidos
mercados, viviendas, conductoras de agua y otras instalaciones
vitales para la población.
Un
tercio de los soldados encuestados recientemente dijo estar
desanimado y la mitad señaló que probablemente deje las fuerzas
armadas.
Para reforzar el propósito
de aterrorizar a los iraquíes y quebrantar su voluntad de
resistencia, antecedió y después acompañó a esos ataques una
campaña de brutales amenazas y falsas promesas mediante millones de
octavillas y centenares de horas de transmisiones de radio y
televisión.
Pero no es ese el tema
central de estas líneas. Su propósito es reflexionar sobre los
efectos psicológicos que los medios de combate infinitamente más
modestos de la resistencia iraquí, junto a las continuas muestras
de rechazo de ese pueblo, vienen provocando en las tropas de ocupación
norteamericanas.
"Entre los soldados
hay muchos frustrados y con miedo". "Hemos tenido ataques
en los que niños nos han tirado granadas. Y si no puedes confiar en
un niño, ¿en quién vas a confiar?". Así declaró a la
prensa hace pocos días Camilo Mejía, jefe de una escuadra de la
Infantería de Marina norteamericana destacado en Iraq, según
reporta la agencia alemana DPA. El joven militar también afirmó
que se sienten "solos y exhautos".
Ante declaraciones como
estas llama la atención que a finales de junio Donald Rumsfeld,
secretario de Defensa norteamericano, restó importancia a estos
ataques. En sintonía con tal opinión, el teniente general Ricardo
Sánchez, jefe de las tropas norteamericanas en Iraq, afirmó que el
nivel de bajas que estaban sufriendo no era significativo.
No sé si estos señores
piensan así actualmente, pero es casi seguro no tienen igual
criterio gran parte de los más de 130 mil soldados norteamericanos
desplegados en Iraq o los que saben pueden ser enviados a ese país
en cualquier momento.
A los efectos de las
estadísticas del Pentágono, puede que un muerto diario más o
menos sea una cifra poco preocupante. Sin embargo, si las
declaraciones de estos personeros son sinceras, están subvalorando
el impacto psicológico en sus tropas de las constantes noticias
sobre nuevos ataques. Quienes son permanentes aspirantes a ponerle
su nombre a una de esas bajas "nada significativas",
parten de una lógica muy diferente a la de Rumsfeld y Sánchez.
No es difícil imaginar
cómo deben sentirse el marine Mejía y sus colegas, embarcados por
su Gobierno en una aventura bélica a la que no ven objetivos ni
final. Son decenas de miles de hombres y mujeres obligados a vivir
en condiciones adversas y en un país donde casi pueden tocar el
odio de sus habitantes. Como ha confesado el ya mencionado general Sánchez,
"eso los vuelve nerviosos y a veces también agresivos".
Ello explica la facilidad con que aprietan el gatillo.
Recientemente AFP informó
que Human Rights Watch, organización nada sospechosa de ser
antinorteamericana, tiene confirmada la muerte de al menos 94
civiles iraquíes solamente en Bagdad, a manos de soldados yankis
"en circunstancias legales cuestionables".
Pero las víctimas no se
limitan a los civiles asesinados o a los soldados yankis que pierden
la vida o resultan heridos debido a las acciones de la resistencia.
A ellas se suma, además de los accidentes, las enfermedades y otras
causas, el creciente número de militares norteamericanos que acuden
al suicidio para librarse de la pesadilla a que los ha llevado el
ansia de hegemonía mundial de sus gobernantes, la que además ha
obligado a enviar de regreso a Estados Unidos a alrededor de medio
millar de efectivos aquejados de trastornos mentales.
Así acontecen las cosas
en un interminable círculo vicioso. Cada día crecen no solo la
conmoción y el pavor entre las tropas ocupantes, sino también sus
crímenes. El principal resultado es un mayor rechazo, odio y deseos
de venganza en la población iraquí, que se traducen en más
acciones de la resistencia con las consiguientes nuevas bajas de
soldados estadounidenses. Ello a su vez multiplica el temor y la
agresividad de los invasores, con lo que el escenario queda listo
para iniciar un nuevo ciclo de muerte y destrucción.
El Gobierno de Estados
Unidos es el único responsable de haber dado el impulso inicial a
esa terrible noria que mata diariamente tanto a iraquíes como a
norteamericanos. No conforme con ello, acelera irresponsablemente
cada vez más su tenebroso giro.
Esa es la triste
realidad del presente, pero a la vez confirma que tarde o temprano
el pueblo iraquí obligará al imperio a detener su terrible espiral
de crímenes y abandonar Iraq incondicionalmente.
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