(24 de octubre de 2003)
Iraq: una cosa es con
guitarra...
JORGE MARTÍN
BLANDINO
Ante la abundancia
reciente de agresiones militares de los yankis y sus secuaces, las
grandes cadenas de televisión nos saturan de imágenes de aviones,
cohetes, cañones, buques y tanques de guerra de Estados Unidos que
aniquilan a la víctima de turno sin sufrir el más mínimo rasguño.
Sin duda se trata de una
versión maquillada de los hechos, pero desafortunadamente, hasta
cierto punto, refleja la realidad de guerras que más bien han sido
verdaderas masacres. Asombra cómo algunos han contribuido a que así
ocurra, al enfrentar la agresión ajustándose mecánicamente a lo
aprendido en la academia militar, no pocas veces del propio país
atacante. Las razones pueden ir desde el pensamiento esquemático,
la ineptitud o la desidia, hasta motivos sumamente turbios.
Ello ha permitido a los
generales del Pentágono utilizar al máximo las posibilidades de
los potentes medios de exploración y fuego con que cuentan, para
practicar alegremente el tiro al blanco contra un adversario empeñado
de manera absurda en ponérseles delante, casi al descubierto.
El hecho de que en 1999
las fuerzas armadas yugoslavas no sufrieran pérdidas significativas
tras 78 días de continuos ataques aéreo-coheteriles por parte de
la OTAN, es una prueba fehaciente de la posibilidad de resistirlos,
si se ha hecho previamente una adecuada preparación para la defensa
en todos los sentidos, en particular de los ciudadanos sobre todo en
los aspectos político y psicológico y del teatro de operaciones
militares, y al momento de producirse la agresión se actúa con la
sensatez, la valentía y la inteligencia necesarias.
No podemos olvidar que
las demostraciones de poderío mediante los medios de difusión
masiva son parte sustancial de otra guerra: la dirigida contra la
psiquis del ser humano. Esta, a diferencia de la de tiros y
bombazos, no excluye ni a los propios ciudadanos del imperio, en
quienes trata de arraigar la prepotencia, el miedo a las
"amenazas" provenientes del extranjero y un patrioterismo
barato carente de sentido ético. Pero sobre todo intenta asustar al
resto de los mortales, en primer lugar a los que residimos en esos
"oscuros rincones del mundo" de que habla W. Bush.
De ese gran show mediático
es parte sustancial la imagen del militar norteamericano con su
fusil repleto de aditamentos, su casco y uniforme confeccionados con
materiales supercostosos, su chaleco antibalas, sus medios de visión
nocturna y comunicaciones, su enorme mochila, etcétera, etcétera.
Es la manifestación
contemporánea del viejo conflicto entre emplear las posibilidades
del desarrollo científico-técnico y preservar la capacidad de acción
del combatiente. Nos recuerda al pesado caballero europeo del
Medioevo frente al ligero jinete asiático. Si no se logra un
correcto equilibrio, el exceso de equipo puede dificultar que el
soldado cumpla cabalmente su papel.
Me refiero sobre todo a
después que culminan las acciones combativas regidas por los cánones
tradicionales. Mientras se avanza sobre ruedas o esteras únicamente
tras arrasarlo todo con los cohetes y la aviación desde gran
distancia, las dificultades suelen ser menores, sobre todo si se
enfrenta un adversario con una concepción de lucha equivocada. Pero
cuando supuestamente se ha ocupado determinado territorio y no queda
otra alternativa que custodiar objetivos y patrullar las ciudades y
vías de comunicación, la cosa cambia de manera radical.
Como es conocido,
superan el centenar las bajas mortales sufridas por el ocupante tras
la declaración oficial del fin de la guerra en Iraq. La cifra no
incluye los muchos más fallecidos por enfermedades, accidentes o
suicidios estos últimos han crecido apreciablemente según fuentes
oficiales norteamericanas.
Esto sin contar que no
se ha conocido un solo caso de herido en combate que haya fallecido
posteriormente. Por tanto, si no ha ocurrido un milagro en la
medicina norteamericana, esta información se está ocultando a la
opinión pública, al igual que se ha impedido la presencia de la
prensa en el arribo de los aviones con los féretros de los
soldados.
Más de cien muertes
solo como resultado de acciones armadas irregulares, pese a los
aviones, helicópteros y tanques de precios millonarios y
supuestamente casi invulnerables e infalibles.
Hay una enorme
diferencia entre masacrar a un adversario que decide ajustarse extrañamente
a normas que lo convierten casi en un dócil colaborador, y
enfrentar, en todas partes y a cualquier hora, a ese ser intangible,
omnipresente e impredecible que es el combatiente irregular.
Frente a la posibilidad
de ser víctima de los disparos de un lanzacohetes o un fusil desde
una emboscada, de recibir un tiro de pistola del transeúnte menos
sospechoso; de volar por los aires debido a la explosión de una
mina detonada a distancia, de un vehículo cargado de explosivos o
de una humilde bomba artesanal disimulada en cualquier montón de
desperdicios, de poco vale contar con sistemas automatizados de última
generación, bombas de aviación "inteligentes", cohetes
crucero y satélites.
Ningún ser humano que
se precie de serlo se alegra de la muerte de un semejante, menos
cuando sabe que quienes arriesgan la vida en las guerras de rapiña
son simples peones de los únicos que se benefician de ellas: las
grandes transnacionales y los políticos que representan sus
intereses.
Para el bien de todos,
ojalá los jerarcas imperiales, pese a su arrogancia prepotente,
tengan suficiente seso para aprender las lecciones derivadas de la
ocupación de Iraq. No es lo mismo bombardear y lanzar cohetes desde
lejos que luchar contra todo un pueblo, mucho más si está
organizado y tiene conciencia de por qué lucha. Como afirma el
dicho popular: "una cosa es con guitarra y otra con violín".
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