(23 de septiembre de 2003)

La ONU, Iraq y Estados Unidos

ELSON CONCEPCIÓN PÉREZ

Coincidencias de este mundo donde la irracionalidad de las guerras y los agresores se está imponiendo a la mesura y la lógica de las mayorías, y a sus instituciones defensoras de la paz:

Mientras la ONU se debate entre el "ser o no ser", donde pujan la esperanza de la mayoría y la falta de credibilidad a la que ha sido llevada por la administración norteamericana, en el cementerio Des Roix de la ciudad suiza de Plain Palais, reposan las cenizas de Sergio Vieira de Mello, jefe de la misión de Naciones Unidas en Iraq, muerto como consecuencia de un ataque con dinamita a las oficinas de la institución en Bagdad.

APSalón plenario de la Asamblea General de la ONU.

En lo netamente humano, como en lo político, fue un fuerte golpe para la organización que no aprobó la invasión y ocupación foránea de la nación del Golfo, y que desde mucho antes había sido atacada en sus cimientos por el Gobierno norteamericano que la ignora, y hace las más crueles fechorías a sus espaldas.

Pero, a pesar de todo la ONU está ahí y ha comenzado esta misma semana sus sesiones la Asamblea General, donde el tema de Iraq, como es lógico, ni puede ser obviado, ni relegado a un segundo plano, porque hay factores que así lo exigen: país ocupado militarmente por fuerzas extranjeras, con una economía en declive, una infraestructura o deteriorada o destruida por la invasión, y una resistencia cada vez más activa que emprende acciones diarias contra las fuerzas extrañas que pisan su suelo.

Inconcluso aun, y sin perspectivas de arreglo inmediato está el debate, tanto en su sede de Nueva York como en gobiernos e instituciones de los más variados países, sobre cómo participaría la ONU en el proceso de garantizar la estabilidad y la paz en Iraq, y cómo contribuiría a su reconstrucción.

Nuevamente la administración Bush se afila los dientes para imponer su criterio y hacer que Naciones Unidas participe en la creación de una fuerza militar internacional en la nación árabe, pero que el mando absoluto de la misma lo mantenga Estados Unidos.

El propio secretario general de la ONU, Kofi Annan, declaró que esa organización "no está interesada en enviar cascos azules a Iraq, ni está en condiciones de administrar ni garantizar la seguridad en esa nación".

Y luego aseveró Annan: "La ONU podría brindar un valioso apoyo en la reconstrucción del sistema político. Podemos ayudar a los iraquíes a que gobiernen ellos su propio país".

El problema es claro aunque no se diga directamente: que sean los propios iraquíes quienes definan y construyan su presente y futuro, y para ello tienen que retirarse todas las fuerzas extranjeras de ocupación que hoy están en su suelo.

Recordemos que también a espaldas de la ONU, el presidente Bush nombró a un administrador estadounidense en Iraq, y creó un llamado Consejo de Gobierno provisional con personas escogidas y designadas por Washington.

¿Qué otra humillación pueden esperar el mundo y Naciones Unidas de parte del poder imperial norteamericano?

Incluso, uno de los principales consejeros del Pentágono estadounidense, Richard Perle, rechazó la idea manejada por distintos gobiernos y foros internacionales, de una eventual administración de Iraq por parte de Naciones Unidas.

Y el argumento del citado personaje es el del típico cowboy: "La ONU no puede inmiscuirse en los asuntos internos de un país aunque exista una amenaza real para la paz en el mundo".

Sin embargo, la administración Bush, ante las cada vez mayores acciones de la resistencia iraquí y el número en aumento de las bajas norteamericanas, quiere ahora utilizar a la ignorada ONU para que convoque y convenza a un número de gobiernos a que envíen sus tropas al país del Golfo, y, por supuesto, que contribuyan al pago de eso que llaman "reconstrucción de Iraq".

Kofi Annan, procurando aires más frescos o temperaturas más bajas, convocó a los cancilleres de los cinco países miembros del Consejo de Seguridad con derecho al veto a una reunión en Ginebra, en busca de consenso y claridad de cómo enfrentar el problema iraquí.

Pero la cita no resolvió nada. Volvieron a contraponerse los puntos de vista de los halcones (Estados Unidos y Gran Bretaña) contra los de naciones como Francia, que no aprobó nunca la guerra y tampoco lo hace ahora respecto a la hegemonía estadounidense en el plan que debe encabezar la ONU —y Estados Unidos no acepta— para solucionar la crisis.

En la reunión de Ginebra, el canciller francés, Dominique de Villepin, no coincidió con la postura de su homólogo norteamericano Colin Powell, y exigió un calendario preciso para que el poder en Iraq vuelva a mano de los iraquíes.

La cita ginebrina culminó con una posición muy dividida, que exigió con urgencia la realización de otras consultas, como la de este sábado en Alemania, entre los jefes de gobierno de Londres, París y Berlín.

Pero tampoco en la capital germana se pudieron unificar posturas, por cuanto mientras el mandatario galo, Jacques Chirac, y el canciller alemán, Gerhard Schroeder, quieren un papel mucho más influyente para la ONU y una transición más rápida hacia un gobierno elegido por los propios iraquíes, el premier inglés, Anthony Blair, el más cercano aliado de Washington, sigue al pie de la letra la posición de Bush y augura una larga presencia militar foránea en la nación del Golfo.

Sin consenso ni acercamiento real, se llega a la Asamblea General de la ONU, donde el tema de Iraq aparecerá como una pesadilla para muchos y ante la incertidumbre de lo que pueda hacer una organización que nunca se comprometió con la guerra y que ahora quiere ser manipulada y utilizada por quienes la ignoraron y la pisotearon.

Quizás tenga toda la razón el senador demócrata norteamericano, Joseph Biden, quien ha presionado al Gobierno por el costo de la guerra, y acogió la idea de una fuerza internacional bajo el mando de la ONU, porque "soportamos el 95% de las muertes, el 95% de las tropas y el 95% de los costos. Y los costos son asombrosos, el número de soldados asombroso y el tiempo de permanencia es importante".

Pudiera añadirse que el número de norteamericanos muertos en Iraq, desde que el presidente Bush diera por terminadas las acciones el pasado primero de mayo, aumentó este fin de semana a 165 que, sumados a los 138 que perecieron durante la invasión misma, eleva a 303 las familias norteamericanas que solo han vuelto a ver a sus hijos dentro de un ataúd envueltos en la bandera norteamericana.

 

   

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