(19 de junio de 2003)

La guerra en Iraq no ha terminado, Mr. Bush

Un documentado análisis de los verdaderos fines que perseguía Estados Unidos con su agresión a la nación árabe y la repercusión de las acciones criminales contra la población y la economía iraquíes, realiza en el presente artículo Ernesto Gómez Abascal, quien fungió como embajador de Cuba en Iraq, de donde salió el 18 de abril después de la ocupación militar estadounidense

ERNESTO GÓMEZ ABASCAL*

Colaborador de Tricontinental

Cuando el 18 de abril partimos de Bagdad rumbo a la frontera jordana, lo hicimos con una mezcla de sentimientos que nos oprimían el corazón, pero también con una visión optimista del futuro. Dejábamos atrás una ciudad ocupada por las tropas del imperio neofascista, pero conociendo al pueblo iraquí, estábamos convencidos de que no permitiría que sometieran su país a condición de protectorado o colonia. Hoy ya estamos viendo las primeras señales de la resistencia popular que sin duda devendrá en la nueva etapa de la guerra, la de liberación nacional.

La guerra para ocupar Iraq se había planificado aún antes de que Mr. Bush y su grupo llegaran a Washington a través de fraudulentas elecciones en noviembre del 2000. No se trataba evidentemente de Armas de Destrucción Masiva (ADM) ni de terrorismo, lo cual hoy se ha puesto aún más de manifiesto con lo que se viene publicando y saliendo a la luz pública en torno a la falsificación de pruebas, informes fraudulentos, terrorismo mediático, y presiones de todo tipo, que fueron utilizados y manipulados, en buena medida con la complicidad de "la gran prensa libre estadounidense", para tratar de justificar la operación militar y el genocidio del pueblo iraquí.

Ya en el año 2000 la organización ultra conservadora "Proyecto para un Nuevo Siglo", había elaborado un programa para "reconstruir las defensas de EEUU", que proponía casi todas las acciones que después ha venido llevando a cabo Mr. Bush con la práctica de su llamado "internacionalismo estadounidense", dirigido a la dominación global. Muchos de los que participaron en la elaboración de aquellas ideas son superhalcones con cargos en la actual administración, entre ellos Paul Wolfowitz, Richard Perle, John Bolton, Eliot Cohen, Lewis Libby, Dov Sekheim y Stephen Carbone. Algunos de ellos judíos sionistas o estadounidenses caracterizados por sus vínculos con los intereses de Israel y del sionismo.

Algunas de sus teorías, que tenían antecedentes en los inicios de los años 90, incluían la concepción de la guerra preventiva, la práctica del unilateralismo que conllevaba el desconocimiento de la ONU cuando no se dejara doblegar y la idea de que para que los EE.UU. pudiera mantener su papel de potencia hegemónica en los próximos 20-25 años, le era imprescindible controlar la zona del Medio Oriente, considerando esta en su extensión hacia el Golfo Pérsico y el Mar Caspio, que reúne las mayores reservas de petróleo del mundo y constituye vía estratégica de comunicaciones. El control de estos recursos impediría el desarrollo de potencias que disputaran la hegemonía estadounidense. En este proyecto se incluía la instalación de nuevas bases militares y ya se identificaba a Iraq, Irán y Corea Democrática como países cuyos gobiernos debían ser derrocados. Ello sirvió de base para que Mr. Bush proclamara su llamado "eje del mal".

Otro grupo de los que ocuparon importantes cargos en el gobierno republicano, estaba muy vinculado a las grandes empresas petroleras. El presidente tenía su propia compañía, la Bush Exploration; Chenney integraba el directorio de la Halliburton, la misma que ya ha obtenido jugosos contratos en la reconstrucción de la industria petrolera iraquí; Condolezza proviene de la Chevron; el Secretario de Comercio presidió la Tom Brown y la Sharp Drilling, y otros han sido ejecutivos de la Exxon y la Enron Corporation. Algunos sospechan y otros afirman, que la aventura bélica se planificó respondiendo a intereses de los propios bolsillos de estos señores.

La guerra tuvo dos grandes objetivos, cambiar la situación política en el Medio Oriente, comenzando por la liquidación de gobiernos que hacían oposición a los intereses imperialistas-sionistas y apoderarse de las reservas de petróleo de Iraq, consideradas las segundas del mundo.

Desde la misma llegada al poder a finales del 2000, los principales dirigentes en el gobierno, se movieron intensamente para crear condiciones para la agresión, pero encontraron no pocos obstáculos, que solo fueron parcialmente superados cuando los trágicos sucesos del 11 de septiembre les abrió la posibilidad de imponerse sobre la comunidad internacional y despreciar los mecanismos multilaterales bajo el manipulado argumento de luchar contra el terrorismo y defender su seguridad nacional. No obstante, la guerra y la consecuente ocupación de Iraq, la llevaron a cabo en un ambiente político internacional y regional desfavorable. Encontraron una fuerte oposición de parte incluso de países que habían sido sus tradicionales aliados. No pudieron lograr un mandado de la ONU para su acción y perdieron la batalla en el Consejo de Seguridad. Por primera vez después de concluida la Guerra Fría, se creó un polo de importantes países, Francia, Alemania, Rusia, China, Canadá, Bélgica que se opusieron a la política imperial y no aceptaron sus falsos argumentos, posición que fue compartida por la inmensa mayoría de la Comunidad Internacional, especialmente por los países del Tercer Mundo. Los EEUU, a diferencia de la Guerra del Golfo en 1991, no lograron crear una coalición creíble para llevar a cabo sus planes bélicos.

Por otra parte, casi todos los Organismos Internacionales, incluidas las Organizaciones Regionales, se pronunciaron contra la guerra. El Vaticano y el Papa personalmente desarrollaron una intensa campaña por una solución pacífica. La movilización popular en todos los países alcanzó dimensiones no vistas desde la guerra en Viet Nam.

En el Medio Oriente, Turquía, Arabia Saudita y Jordania, países que poseían compromisos militares previos con Washington y cuyas fronteras con Iraq hubieran facilitado mucho las operaciones militares se negaron a comprometerse pese a las muchas presiones que recibieron. En los países árabes e islámicos, el sentimiento antiestadounidense a nivel popular, ya alimentado desde antes por la "cruzada" lanzada en su contra por el imperio, nunca fue tan alto, lo cual ha aumentado el temor de regímenes corruptos y antipopulares que devenidos en protectorados, observan la ira creciente que se acumula en los pueblos debido a las injusticias, los abusos y la doble moral que se practica contra ellos. Muchos toman conciencia de que esto continuará siendo importante elemento de decisión política, aunque los neofascistas lo desprecien.

Varios importantes amigos de los EE UU en la zona, como los gobiernos de Egipto, Jordania y Arabia Saudita, le aconsejaron que una invasión y ocupación de Iraq podría traer consecuencias imprevisibles y contradictorias para sus intereses, podrían provocarse acontecimientos incontrolables con repercusión regional negativa, le dijeron. El Nuevo Imperio no tuvo en cuenta las experiencias que sufrieron los otomanos y los británicos el siglo pasado y a pesar de que habían perdido la batalla política internacional previa a la guerra, lanzaron la agresión y proclamaron la victoria aprovechándose del rápido y transitorio desenlace.

Ahora pretenden imponer un gobierno títere en Bagdad para lo que piensan utilizar grupos políticos domesticados con abundantes fondos de la CIA durante años en el exterior y tratar de comprar una burocracia que unida a los anteriores les sirvan para estructurar su nuevo protectorado. Ya lograron una resolución en el Consejo de Seguridad de la ONU, la 1483, que le da el visto bueno a la ocupación destrozando principios hasta ahora vigentes en el Derecho Internacional como el no uso de la fuerza, el respeto a la soberanía de los estados, la no intervención y autodeterminación de los pueblos.

La "Autoridad Provisional de la Coalición", bajo el mando del administrador colonial Paul Bremer, pretende estabilizar el país y neutralizar el amplio descontento y la ira popular tratando de mejorar la situación económica a partir de la rápida utilización de los amplios recursos petroleros, cuyos dividendos irían mayoritariamente a manos de empresas estadounidenses que se encargarían de controlarlos después de la privatización. La estabilidad sería condición indispensable para desde allí continuar su proyecto hegemónico regional. Iraq le serviría, según piensan, debido a la tradición laica desarrollada por el gobierno del Partido Baas durante las últimas décadas, para mostrarlo como ejemplo de democracia estilo occidental con el fin de propiciar otros cambios políticos en la zona. El proyecto incluye llevar al país a una normalización de relaciones con Israel para presionar y aislar a otros países que se oponen a ello. Una parte de este plan fue mostrado en las recientes cumbres de Sharm el Sheij y Aqaba, donde participó el propio Bush.

Pero ¿Podrá Estados Unidos alcanzar estos objetivos?

Los que conocen a Iraq y la región estiman en primer lugar que la guerra no ha terminado. Los agresores en su prepotencia, están siendo demasiado optimistas y desprecian el valor de las ideas, los principios, y el patriotismo de los pueblos. El imperio, dirigido por un grupo neofascista, tiene capacidad militar ilimitada de destrucción y posibilidades de ocupación momentánea, pero es dudoso que pueda mantener una ocupación colonial por mucho tiempo. El proyecto de crear una "autoridad nacional", tiene muy pocas perspectivas y la fauna que ha reclutado ni siquiera le ofrece confianza, no tienen ningún arraigo en el pueblo. Ha sido elocuente el rechazo del Sr. Bremer a que representantes iraquíes elijan ellos mismos un Consejo como incipiente autoridad y han precisado que éstos serían designados por "la autoridad".

Mantener la ocupación de un país de 25 millones de habitantes, que ampliamente los rechaza, con 438 000 kilómetros cuadrados de extensión requerirá de cientos de miles de soldados que tendrán que dislocarse en un medio duro y adverso dispuestos a ejercer una represión feroz que necesariamente provocará una escalada en la ira del pueblo y en sus acciones.

El pueblo iraquí, en buena medida disgustado y generalmente apático hacia un gobierno que había cometido errores estratégicos como la guerra contra Irán y la aventurera invasión a Kuwait y cuya política lo había afectado sensiblemente, tiene larga historia de lucha anticolonialista e independentista. Es un pueblo políticamente educado, con tradición nacionalista árabe, con orgullo nacional, con profundo sentimiento patriótico, antimperialista y antisionista. Este fue el pueblo que hizo fuerte resistencia a la invasión en muchas ciudades del sur del país. Si en otros lugares como en Bagdad no se llevó a cabo la resistencia esperada, esto no puede atribuirse a falta de sentimientos patrióticos, sino a causas que tal vez tengan que ver con la traición u otros factores que todavía no están claros, pero que más temprano que tarde se conocerán.

Desde los primeros días de la llegada de las tropas invasoras a Bagdad, los iraquíes comenzaron a manifestarse contra la ocupación. Posiblemente la mayoría del pueblo no desee volver a la situación política anterior a la invasión, pero mucho menos desean convertirse en colonia. Quieren que se les respete como pueblo y curar las heridas del ultraje sufrido, mantener la dignidad nacional, administrar su petróleo y los cuantiosos recursos económicos que poseen, no quieren que se pisotee su cultura ni que se les obligue a adoptar costumbres ajenas a su tradición. No están dispuestos a admitir que quienes brindan todo su apoyo al terrorismo sionista los obliguen a reconciliarse traidoramente con éstos, quieren tener la posibilidad de practicar una política exterior independiente en beneficio de los intereses propios y árabes. Un pueblo que profesa casi en su totalidad la religión islámica, no está dispuesto a aceptar imposiciones que disminuyan la importancia de la religión que tan enraizada está en su cultura y su historia, ya sean chiitas o sunitas. Para luchar contra la ocupación, ya lo han dicho los principales dirigentes religiosos, no hay diferencias entre unos y otros y muchos conciben allí el islamismo como una ideología de resistencia y liberación.

La resistencia contra la ocupación, que ya ha comenzado aunque todavía es incipiente, va a desarrollarse en un tipo de guerra donde los resultados ya no dependerán del poderío del sofisticado armamento sino de otros factores como los sentimientos y el orgullo patriótico, la justeza de la causa, el apoyo popular, el conocimiento del terreno e ideas y principios éticos y morales que son los que van a crear un balance muy superior sobre un enemigo que defiende una ilegal ocupación llevada a cabo por intereses económicos y hegemonismo político, apoyado en el terrorismo mediático y la mentira.

El escenario que puede crearse es complicado pero podría ser contrario a los intereses de Washington. Ya están aumentando las presiones contra Irán y Siria, países fronterizos con Iraq y opuestos al hegemonismo estadounidense sionista, para tratar de intimidarlos y acusarlos de lo que pueda suceder en suelo iraquí. Las tensiones en la región deben aumentar, pero las bajas norteamericanas y la movilización popular que se va a generar, serán un factor determinante. Al grupo neofascista de Washington puede que no le sea fácil continuar explicando los resultados de una guerra que no ha terminado y que comienza a perder, y que llevó a cabo bajo el pretexto proclamado y repetido hasta la saciedad de encontrar y destruir Armas de Destrucción Masiva (ADM), que no han aparecido y de supuestos vínculos con Al Qaeda que no existen.

La guerra no ha terminado Mr. Bush. Claro que ya no será la guerra que al Imperio conviene, donde puede destruir desde el aire y desde el cosmos con sus criminales bombas inteligentes guiadas por láser, sus cohetes Tomahawk, sus columnas de tanques y transportadores blindados. Ya no podrá contar con objetivos prefijados y visibles para bombardear a su antojo. Ahora tiene que ocupar y servir de policía represiva contra el pueblo, dispersarse en los pueblos, calles y plazas, donde hay mucha gente armada con patriotismo.

¿Cuántos iraquíes más piensa matar para tratar de mantener la ocupación, Mr. Bush?

¿Podrá el mandato otorgado por la Resolución 1483 librarlo de la derrota?

¿Podrá ganar esta guerra Mr. Bush?

* Ex embajador de Cuba en Iraq, de donde salió el 18 de abril después de la ocupación militar estadounidense.

 

   

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