Cuando el 18 de abril partimos de Bagdad rumbo a la
frontera jordana, lo hicimos con una mezcla de sentimientos que nos
oprimían el corazón, pero también con una visión optimista del
futuro. Dejábamos atrás una ciudad ocupada por las tropas del
imperio neofascista, pero conociendo al pueblo iraquí, estábamos
convencidos de que no permitiría que sometieran su país a condición
de protectorado o colonia. Hoy ya estamos viendo las primeras señales
de la resistencia popular que sin duda devendrá en la nueva etapa
de la guerra, la de liberación nacional.
La guerra para ocupar Iraq se había planificado aún
antes de que Mr. Bush y su grupo llegaran a Washington a través de
fraudulentas elecciones en noviembre del 2000. No se trataba
evidentemente de Armas de Destrucción Masiva (ADM) ni de
terrorismo, lo cual hoy se ha puesto aún más de manifiesto con lo
que se viene publicando y saliendo a la luz pública en torno a la
falsificación de pruebas, informes fraudulentos, terrorismo mediático,
y presiones de todo tipo, que fueron utilizados y manipulados, en
buena medida con la complicidad de "la gran prensa libre
estadounidense", para tratar de justificar la operación
militar y el genocidio del pueblo iraquí.
Ya en el año 2000 la organización ultra
conservadora "Proyecto para un Nuevo Siglo", había
elaborado un programa para "reconstruir las defensas de
EEUU", que proponía casi todas las acciones que después ha
venido llevando a cabo Mr. Bush con la práctica de su llamado
"internacionalismo estadounidense", dirigido a la dominación
global. Muchos de los que participaron en la elaboración de
aquellas ideas son superhalcones con cargos en la actual
administración, entre ellos Paul Wolfowitz, Richard Perle, John
Bolton, Eliot Cohen, Lewis Libby, Dov Sekheim y Stephen Carbone.
Algunos de ellos judíos sionistas o estadounidenses caracterizados
por sus vínculos con los intereses de Israel y del sionismo.
Algunas de sus teorías, que tenían antecedentes en
los inicios de los años 90, incluían la concepción de la guerra
preventiva, la práctica del unilateralismo que conllevaba el
desconocimiento de la ONU cuando no se dejara doblegar y la idea de
que para que los EE.UU. pudiera mantener su papel de potencia hegemónica
en los próximos 20-25 años, le era imprescindible controlar la
zona del Medio Oriente, considerando esta en su extensión hacia el
Golfo Pérsico y el Mar Caspio, que reúne las mayores reservas de
petróleo del mundo y constituye vía estratégica de
comunicaciones. El control de estos recursos impediría el
desarrollo de potencias que disputaran la hegemonía estadounidense.
En este proyecto se incluía la instalación de nuevas bases
militares y ya se identificaba a Iraq, Irán y Corea Democrática
como países cuyos gobiernos debían ser derrocados. Ello sirvió de
base para que Mr. Bush proclamara su llamado "eje del
mal".
Otro grupo de los que ocuparon importantes cargos en
el gobierno republicano, estaba muy vinculado a las grandes empresas
petroleras. El presidente tenía su propia compañía, la Bush
Exploration; Chenney integraba el directorio de la Halliburton, la
misma que ya ha obtenido jugosos contratos en la reconstrucción de
la industria petrolera iraquí; Condolezza proviene de la Chevron;
el Secretario de Comercio presidió la Tom Brown y la Sharp
Drilling, y otros han sido ejecutivos de la Exxon y la Enron
Corporation. Algunos sospechan y otros afirman, que la aventura bélica
se planificó respondiendo a intereses de los propios bolsillos de
estos señores.
La guerra tuvo dos grandes objetivos, cambiar la
situación política en el Medio Oriente, comenzando por la
liquidación de gobiernos que hacían oposición a los intereses
imperialistas-sionistas y apoderarse de las reservas de petróleo de
Iraq, consideradas las segundas del mundo.
Desde la misma llegada al poder a finales del 2000,
los principales dirigentes en el gobierno, se movieron intensamente
para crear condiciones para la agresión, pero encontraron no pocos
obstáculos, que solo fueron parcialmente superados cuando los trágicos
sucesos del 11 de septiembre les abrió la posibilidad de imponerse
sobre la comunidad internacional y despreciar los mecanismos
multilaterales bajo el manipulado argumento de luchar contra el
terrorismo y defender su seguridad nacional. No obstante, la guerra
y la consecuente ocupación de Iraq, la llevaron a cabo en un
ambiente político internacional y regional desfavorable.
Encontraron una fuerte oposición de parte incluso de países que
habían sido sus tradicionales aliados. No pudieron lograr un
mandado de la ONU para su acción y perdieron la batalla en el
Consejo de Seguridad. Por primera vez después de concluida la
Guerra Fría, se creó un polo de importantes países, Francia,
Alemania, Rusia, China,
Canadá, Bélgica que se opusieron a la política imperial y no
aceptaron sus falsos argumentos, posición que fue compartida por la
inmensa mayoría de la Comunidad Internacional, especialmente por
los países del Tercer Mundo. Los EEUU, a diferencia de la Guerra
del Golfo en 1991, no lograron crear una coalición creíble para
llevar a cabo sus planes bélicos.
Por otra parte, casi todos los Organismos
Internacionales, incluidas las Organizaciones Regionales, se
pronunciaron contra la guerra. El Vaticano y el Papa personalmente
desarrollaron una intensa campaña por una solución pacífica. La
movilización popular en todos los países alcanzó dimensiones no
vistas desde la guerra en Viet Nam.
En el Medio Oriente, Turquía, Arabia Saudita y
Jordania, países que poseían compromisos militares previos con
Washington y cuyas fronteras con Iraq hubieran facilitado mucho las
operaciones militares se negaron a comprometerse pese a las muchas
presiones que recibieron. En los países árabes e islámicos, el
sentimiento antiestadounidense a nivel popular, ya alimentado desde
antes por la "cruzada" lanzada en su contra por el
imperio, nunca fue tan alto, lo cual ha aumentado el temor de regímenes
corruptos y antipopulares que devenidos en protectorados, observan
la ira creciente que se acumula en los pueblos debido a las
injusticias, los abusos y la doble moral que se practica contra
ellos. Muchos toman conciencia de que esto continuará siendo
importante elemento de decisión política, aunque los neofascistas
lo desprecien.
Varios importantes amigos de los EE UU en la zona,
como los gobiernos de Egipto, Jordania y Arabia Saudita, le
aconsejaron que una invasión y ocupación de Iraq podría traer
consecuencias imprevisibles y contradictorias para sus intereses,
podrían provocarse acontecimientos incontrolables con repercusión
regional negativa, le dijeron. El Nuevo Imperio no tuvo en cuenta
las experiencias que sufrieron los otomanos y los británicos el
siglo pasado y a pesar de que habían perdido la batalla política
internacional previa a la guerra, lanzaron la agresión y
proclamaron la victoria
aprovechándose del rápido y transitorio desenlace.
Ahora pretenden imponer un gobierno títere en
Bagdad para lo que piensan utilizar grupos políticos domesticados
con abundantes fondos de la CIA durante años en el exterior y
tratar de comprar una burocracia que unida a los anteriores les
sirvan para estructurar su nuevo protectorado. Ya lograron una
resolución en el Consejo de Seguridad de la ONU, la 1483, que le da
el visto bueno a la ocupación destrozando principios hasta ahora
vigentes en el Derecho Internacional como el no uso de la fuerza, el
respeto a la soberanía de los estados, la no intervención y
autodeterminación de los pueblos.
La "Autoridad Provisional de la Coalición",
bajo el mando del administrador colonial Paul Bremer, pretende
estabilizar el país y neutralizar el amplio descontento y la ira
popular tratando de mejorar la situación económica a partir de la
rápida utilización de los amplios recursos petroleros, cuyos
dividendos irían mayoritariamente a manos de empresas
estadounidenses que se encargarían de controlarlos después de la
privatización. La estabilidad sería condición indispensable para
desde allí continuar su proyecto hegemónico regional. Iraq le
serviría, según piensan, debido a la tradición laica desarrollada
por el gobierno del Partido Baas durante las últimas décadas, para
mostrarlo como ejemplo de democracia estilo occidental con el fin de
propiciar otros cambios políticos en la zona. El proyecto incluye
llevar al país a una normalización de relaciones con Israel para
presionar y aislar a otros países que se oponen a ello. Una parte
de este plan fue mostrado en las recientes cumbres de Sharm el Sheij
y Aqaba, donde participó el propio Bush.
Pero ¿Podrá Estados Unidos alcanzar estos
objetivos?
Los que conocen a Iraq y la región estiman en
primer lugar que la guerra no ha terminado. Los agresores en su
prepotencia, están siendo demasiado optimistas y desprecian el
valor de las ideas, los principios, y el patriotismo de los pueblos.
El imperio, dirigido por un grupo neofascista, tiene capacidad
militar ilimitada de destrucción y posibilidades de ocupación
momentánea, pero es dudoso que pueda mantener una ocupación
colonial por mucho tiempo. El proyecto de crear una "autoridad
nacional", tiene muy pocas perspectivas y la fauna que ha
reclutado ni siquiera le ofrece confianza, no tienen ningún arraigo
en el pueblo. Ha sido elocuente el rechazo del Sr. Bremer a que
representantes iraquíes elijan ellos mismos un Consejo como
incipiente autoridad y han precisado que éstos serían designados
por "la autoridad".
Mantener la ocupación de un país de 25 millones de
habitantes, que ampliamente los rechaza, con 438 000 kilómetros
cuadrados de extensión requerirá de cientos de miles de soldados
que tendrán que dislocarse en un medio duro y adverso dispuestos a
ejercer una represión feroz que necesariamente provocará una
escalada en la ira del pueblo y en sus acciones.
El pueblo iraquí, en buena medida disgustado y
generalmente apático hacia un gobierno que había cometido errores
estratégicos como la guerra contra Irán y la aventurera invasión
a Kuwait y cuya política lo había afectado sensiblemente, tiene
larga historia de lucha anticolonialista e independentista. Es un
pueblo políticamente educado, con tradición nacionalista árabe,
con orgullo nacional, con profundo sentimiento patriótico,
antimperialista y antisionista. Este fue el pueblo que hizo fuerte
resistencia a la invasión en muchas ciudades del sur del país. Si
en otros lugares como en Bagdad no se llevó a cabo la resistencia
esperada, esto no puede atribuirse a falta de sentimientos patrióticos,
sino a causas que tal vez tengan que ver con la traición u otros
factores que todavía no están claros, pero que más temprano que
tarde se conocerán.
Desde los primeros días de la llegada de las tropas
invasoras a Bagdad, los iraquíes comenzaron a manifestarse contra
la ocupación. Posiblemente la mayoría del pueblo no desee volver a
la situación política anterior a la invasión, pero mucho menos
desean convertirse en colonia. Quieren que se les respete como
pueblo y curar las heridas del ultraje sufrido, mantener la dignidad
nacional, administrar su petróleo y los cuantiosos recursos económicos
que poseen, no quieren que se pisotee su cultura ni que se les
obligue a adoptar costumbres ajenas a su tradición. No están
dispuestos a admitir que quienes brindan todo su apoyo al terrorismo
sionista los obliguen a reconciliarse traidoramente con éstos,
quieren tener la posibilidad de practicar una política exterior
independiente en beneficio de los intereses propios y árabes. Un
pueblo que profesa casi en su totalidad la religión islámica, no
está dispuesto a aceptar imposiciones que disminuyan la importancia
de la religión que tan enraizada está en su cultura y su historia,
ya sean chiitas o sunitas. Para luchar contra la ocupación, ya lo
han dicho los principales dirigentes religiosos, no hay diferencias
entre unos y otros y muchos conciben allí el islamismo como una
ideología de resistencia y liberación.
La resistencia contra la ocupación, que ya ha
comenzado aunque todavía es incipiente, va a desarrollarse en un
tipo de guerra donde los resultados ya no dependerán del poderío
del sofisticado armamento sino de otros factores como los
sentimientos y el orgullo patriótico, la justeza de la causa, el
apoyo popular, el conocimiento del terreno e ideas y principios éticos
y morales que son los que van a crear un balance muy superior sobre
un enemigo que defiende una ilegal ocupación llevada a cabo por
intereses económicos y hegemonismo político, apoyado en el
terrorismo mediático y la mentira.
El escenario que puede crearse es complicado pero
podría ser contrario a los intereses de Washington. Ya están
aumentando las presiones contra Irán y Siria, países fronterizos
con Iraq y opuestos al hegemonismo estadounidense sionista, para
tratar de intimidarlos y acusarlos de lo que pueda suceder en suelo
iraquí. Las tensiones en la región deben aumentar, pero las bajas
norteamericanas y la movilización popular que se va a generar, serán
un factor determinante. Al grupo neofascista de Washington puede que
no le sea fácil continuar explicando los resultados de una guerra
que no ha terminado y que comienza a perder, y que llevó a cabo
bajo el pretexto proclamado y repetido hasta la saciedad de
encontrar y destruir Armas de Destrucción Masiva (ADM), que no han
aparecido y de supuestos vínculos con Al Qaeda que no existen.
La guerra no ha terminado Mr. Bush. Claro que ya no
será la guerra que al Imperio conviene, donde puede destruir desde
el aire y desde el cosmos con sus criminales bombas inteligentes
guiadas por láser, sus cohetes Tomahawk, sus columnas de tanques y
transportadores blindados. Ya no podrá contar con objetivos
prefijados y visibles para bombardear a su antojo. Ahora tiene que
ocupar y servir de policía represiva contra el pueblo, dispersarse
en los pueblos, calles y plazas, donde hay mucha gente armada con
patriotismo.
¿Cuántos iraquíes más piensa matar para tratar
de mantener la ocupación, Mr. Bush?
¿Podrá el mandato otorgado por la Resolución 1483
librarlo de la derrota?
¿Podrá ganar esta guerra Mr. Bush?