(7 de mayo de 2003)

Recado para olvidadizos

ELSON CONCEPCIÓN PÉREZ

La historia más reciente se remonta al año 1999, cuando todavía no había una administración promotora de una política exterior fascista, instalada en la Casa Blanca.

Fue el ataque a Kosovo, una provincia autónoma yugoslava, convertida tras la agresión en un enclave militar donde todavía hay miles de soldados estadounidenses y de otros países de la OTAN.

La memoria histórica recuerda cómo comenzó todo, y la intensa campaña mediática sobre la llamada limpieza étnica que cometían los serbios contra los albaneses de Kosovo.

Nunca un medio occidental transmitió siquiera una imagen de los terroristas de origen albanés que cundían por aquellas tierras y que habían provocado el pánico y la desestabilización.

El Pentágono, y en especial el Complejo Militar Industrial, necesitaba inventar una guerra para probar medios y tecnologías de avanzada al servicio de la destrucción y la muerte.

Y, aunque la supuesta limpieza étnica era en Kosovo, los bombardeos se extendieron por toda Yugoslavia, incluida Belgrado, su capital, y víctimas de las salvajes bombas y misiles fueron guarderías infantiles, embajadas, emisoras de televisión, hospitales, todos los puentes sobre el Río Danubio, fábricas, convoyes de refugiados, ómnibus y trenes cargados de civiles, viviendas, en fin, todo lo que tenía vida en la nación balcánica.

Unos 2 000 civiles yugoslavos muertos, entre ellos 80 niños, incalculables daños económicos, ecológicos y otros, fueron el resultado de la obra estadounidense.

Luego los medios dejaron de lado la limpieza étnica y la gran misión norteamericana se concentró entonces en asentar sus fuerzas por tiempo indefinido en Kosovo, y desviar la atención internacional hacia la detención y entrega al Tribunal Internacional de La Haya, creado a instancias de Washington, del hasta entonces mandatario yugoslavo, Slobodan Milosevic.

El suelo, el aire y las aguas de la nación yugoslava quedarían para siempre contaminados por el uranio empobrecido de los 31 000 obuses revestidos de ese metal radiactivo, lanzados por la aviación norteamericana.

Tampoco en esa ocasión el imperio contó con la autorización del Consejo de Seguridad de la ONU. Fue también una agresión ilegal, inmoral e innecesaria.

LUEGO VINO AFGANISTÁN

Aún sin reconstruir a la Yugoslavia destruida por los bombardeos, y manteniendo sobre ella las sanciones impuestas por Estados Unidos, el imperio lanzó su ofensiva bélica contra Afganistán, uno de los países más pobres del planeta.

Para esta acción le vino como anillo al dedo el acto terrorista del 11 de septiembre del 2001. Volvió la guerra mediática a jugar su papel, esta vez sembrando el fantasma de Bin Laden, Al Qaeda y las amenazas terroristas.

Preparado el escenario mundial por la acción de la gran prensa, hacia la nación asiática se lanzaron los más modernos medios aéreos, navales, tropas especiales (rangers y boinas verdes), y otros.

La historia de lo ocurrido en aquel territorio, quizás por lo reciente o por el interés del invasor en que no se divulgue, no se ha contado todavía. La cantidad de los civiles afganos víctimas de la furia imperial quizás no se conozca nunca. ¿Miles, decenas de miles? ¿Quién sabe? Habría que retirar miles de millones de toneladas de piedras y tierra de montañas y edificaciones desaparecidas gracias a las bombas para, si es que queda algo, encontrar los pedazos de los afganos muertos durante los salvajes ataques.

De Bin Laden —algunos lo dan por muerto durante los bombardeos, hecho guardado en secreto por los norteamericanos para mantenerlo como bandera en la cruzada anti-terrorista—, poco o nada se habla.

Pero los soldados invasores, por miles, permanecen en territorio afgano. Y de la reconstrucción de Afganistán se hace mutis.

Esta vez ya el emperador estaba en el trono y con su mirada fija en la experiencia de un Adolfo Hitler y en su filosofía, que ahora retoma el nuevo führer.

EL TURNO LE TOCÓ A IRAQ

En Iraq la propaganda tomó nuevas dimensiones. Es muy raro encontrar en alguna gran prensa occidental y mucho menos en las televisoras norteamericanas, mención alguna a los 940 000 proyectiles con uranio empobrecido lanzados en los 11 000 ataques aéreos contra Iraq cuando la guerra del Golfo.

Nunca he visto o leído algún material periodístico de esos grandes medios que aborde el tema de los más de un millón de niños y ancianos iraquíes, que han muerto como consecuencia de las sanciones impuestas por el Consejo de Seguridad de la ONU, a instancias de Estados Unidos.

Sin embargo, la Fox, la CNN y otros activos medios estadounidenses parecían ser la voz oficial del Pentágono en la gran campaña contra Iraq, acusándolo de poseer y fabricar armas de exterminio masivo y hasta de tener vínculos con Al Qaeda.

Horrorosa guerra mediática que hizo inclinar la balanza entre la opinión pública norteamericana para favorecer la decisión del emperador de lanzarse al ataque, sin el consentimiento del Consejo de Seguridad de la ONU, y con el rechazo de casi todo el mundo.

Y se bombardeó otra vez a Iraq. Se destruyó su riqueza cultural e histórica, y se mató de nuevo a miles de civiles, cifra que quizás nunca se conozca en su totalidad, y se ocupó un país cuyo pueblo aborrece el dominio extranjero.

Se repite la historia de Yugoslavia y Afganistán. En nuevo escenario y con otros intereses —el petróleo—, pero con las mismas diatribas —armas químicas, en esta oportunidad—usadas como justificación para que sus medios tecnológicos de muerte lanzaran todo tipo de misiles, bombas de fragmentación y de profundidad.

Vale refrescar en la memoria histórica más reciente estos tres hechos que explican el neofascismo que se está instalando por Estados Unidos y su pretensión de erigirse en dictadura mundial.

Entretanto, nuevos países están pendientes de las amenazas que surgen de la llamada "guerra al terrorismo", cortina de humo con la que se proyectan el militarismo y la mentalidad racista de los halcones de Bush hijo.

 

 

   

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