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(5 de febrero de 2011)

La poesía en el combate

ÁNGEL FERNÁNDEZ VILA (HORACIO)

En la tarde del día del desembarco, 17 de abril de 1961, ya tomada Playa Girón por los mercenarios, desplegamos fuerzas de las milicias del Batallón de Aguada de Pasajeros, milicianos trabajadores del INRA (Instituto Nacional de Reforma Agraria) y miembros del Destacamento de Seguridad de las FAR en las obras de la Ciénaga, en la línea de defensa establecida en las afueras del batey del Central Covadonga, a la entrada de la carretera que conduce a la playa, a fin de impedir el avance de las fuerzas mercenarias aerotransportadas desembarcadas por la madrugada en Jocuma, a dos kilómetros de Covadonga.

Todas las fuerzas revolucionarias se unieron en Girón para defender el Socialismo.

Aún no habían llegado los refuerzos de los batallones de milicias procedentes de Santa Clara y Cienfuegos, los cuales se movilizaban urgentemente hacia esta zona por donde entrarían a la ciénaga para combatir contra el enemigo invasor, que hasta ese instante estaba siendo contenido heroicamente por fuerzas del batallón cienfueguero 339.

Las fuerzas que, cumpliendo órdenes del Comandante en Jefe, debían impedir a toda costa el avance de los mercenarios hacia el Central, combatían contra las primeras avanzadas enemigas, eran heterogéneas y obedecían a diferentes mandos, aunque todas patrióticas, valientes y decididas a rechazar, a cualquier precio, el intento enemigo de ocupar nuestro territorio.

Para que se tenga una idea: un sector de la línea de defensa establecida lo ocupaban obreros milicianos del INRA, junto a trabajadores del Central Covadonga. Allí estaban funcionarios y trabajadores de la oficina de la Zona de Desarrollo Agrario que, bajo las órdenes del Delegado de la Zona, combatían al enemigo que avanzaba hacia el Central. Entre otros, ocupaban trincheras, el director económico de la Delegación del INRA, Luis Borrego; el contador principal, Luis Marrero ("Marré"); el agrimensor Duquesne (El Chino); el ayudante del Delegado, soldado Ramón Alonso, y otros trabajadores de la Zona de Desarrollo.

En medio del combate se me acerca mi ayudante y me comunica que me dirigiera urgentemente hacia el lugar que ocupaba el Jefe de la guarnición del Ejército Rebelde del Central Covadonga, que se encontraba al frente de sus hombres cubriendo un sector de fuego próximo al nuestro, pues había anunciado que tenía un serio problema y que tendría que retirar a sus hombres de la línea.

Me desplacé rápidamente hacia la posición que ocupaba este oficial e indagué cuál era el problema.

Me comunicó, algo alterado, que si no sacábamos de la línea al compañero Marrero se vería obligado a retirar sus hombres para impedir que fueran alcanzados por los disparos que a derecha e izquierda producía este inexperto combatiente.

Pedí al oficial que se mantuviera en su puesto, ya que inmediatamente resolvería la situación planteada. Me trasladé hacia la trinchera ocupada por "Marré" y que compartía con el agrimensor Duquesne y traté de convencerlo de que debía abandonar esa posición, pues debido a su fuerte miopía no podía precisar al enemigo y sus erráticos disparos estaban poniendo en peligro a nuestros combatientes.

"Marré" argumentó en contra de mi orden: "Yo veo algo, pero además Duquesne está conmigo, y como él solo alcanzó un revólver, me ayuda dirigiendo el cañón de mi fusil hacia los mercenarios y, entonces, yo disparo. Creo que ya hemos hecho blanco en algunos".

Le expliqué que así no se podía combatir y que estimaba que él podía ser más útil en la retaguardia, custodiando nuestra oficina en Aguada de Pasajeros, pues los aviones enemigos sobrevolaban el poblado y pudiera presentarse algún otro desembarco o situación que requiriera la protección de ese importante dispositivo administrativo.

En medio del intenso combate que estaba teniendo lugar, y en el que ya habíamos tenido nuestra primera baja mortal, el cabo del Ejército Rebelde Nicanor Egoscue, carpintero de nuestra oficina, "Marré" argumentaba apasionadamente la necesidad de permanecer combatiendo en su trinchera y se oponía fuertemente a mi decisión de trasladarlo a la retaguardia.

Ante esta situación y el requerimiento del Jefe del Puesto del Ejército Rebelde de Covadonga, no me quedó otra opción que ordenarle a "Marré", a pesar del disgusto que sabía que esto le ocasionaría, que cumpliera mi orden sin más dilación y se retirara de la línea de defensa.

Años después de aquel combate, estando yo todavía al frente de las obras de la Ciénaga, llegó a mis manos un ejemplar de la revista Unión donde el compañero Luis Marrero, "Marré", hoy Premio Nacional de Literatura y destacado miembro de la UNEAC, firmaba una interesante crónica de los combates de Girón, y tras relatar simpáticas anécdotas de los milicianos trabajadores del INRA que, junto a él combatieron al enemigo, me dedicaba unas agrias líneas, a las que en verdad me había hecho acreedor, en las que expresaba: "¼ ese Vila de mierda que me impidió combatir a los mercenarios desembarcados por Girón".

Expresaba así, el poeta, entonces combatiente por el amor a su Patria y por sus convicciones revolucionarias, el dolor que aún sentía por no haber podido permanecer peleando frente al enemigo hasta su total aniquilamiento durante aquella heroica gesta.

Aquel sentimiento de "Marré" es la poesía patriótica que se anida en el pecho de todos los revolucionarios, la que no tiene en cuenta limitaciones, y la que los transforma en heroicos combatientes en defensa de una causa justa como la Revolución, el Socialismo y la vida del pueblo, como ocurrió hace 50 años.

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