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(16 de julio de 2011)

Cambios cosméticos en la CIA (XXXI)

GABRIEL MOLINA

El fracaso de la invasión de Playa Girón organizada por la CIA, representó la jubilación política de Allen Dulles. Pero no de los tenebrosos objetivos y métodos de la agencia.

Richard Helms, en cuyas manos Kennedy puso la ejecución de la Operación Mangosta.

En Washington se sabía en julio de 1961 que Dulles estaba ya en seria crisis. La confirmación vino en un despacho noticioso, publicado por el periódico The New York Times, en el cual se daba a conocer que la Agencia estaba siendo reorganizada. La información daba por segura la destitución de Dulles y de su segundo, Richard Bissell, quienes dirigieron personalmente la invasión de Bahía de Cochinos. Agregaba que se produciría en los próximos meses para que no apareciera directamente ligada con lo que en Estados Unidos catalogaban de fiasco.

Con gran fanfarria, Dulles y Bissell fueron efectivamente removidos. El Presidente llegaba el 28 de noviembre desde Washington en un helicóptero al nuevo edificio de la CIA en Langley, Virginia, para participar en su inauguración.

Dulles y los 700 empleados de ese edificio central lo recibieron en el lobby. Kennedy le impuso la medalla de la Seguridad Nacional y le dijo que sus éxitos eran silenciados y sus fracasos enunciados. No obstante, al día siguiente daba posesión al empresario John McCone, en lugar del hombre que había querido sustituir desde abril. No lo hizo entonces, porque "mientras conservase allí a Dulles, los republicanos se sentirían poco inclinados a atacar a la administración en relación con el fracaso de Cuba." (1)

En realidad Kennedy siempre había desconfiado de Dulles y de su homónimo en los servicios secretos internos, J. Edgar Hoover, director del FBI, quien tenía expedientes de todos los hombres políticos de la nación que contenían secretos, incluso de la familia del presidente. Hoover suministró a Dulles información sobre la relación del patriarca, Joseph Kennedy, con mafiosos como John Roselli, hasta los requiebros sexuales del ahora jefe de Estado, cuando pasaba todos los años varios meses en Hollywood flirteando con jóvenes y bellas artistas como Marylin Monroe. En esa época él era legislador de la Cámara de Representantes y ella solo Norma Jean. También del enlace de JFK con el grupo de Frank Sinatra y otros artistas que trabajaron en su elección a la presidencia, y aportaban además sus conexiones mafiosas.

Las casi feroces críticas a la organización de la invasión, recogidas por el Inspector General de la CIA Kirkpatrick en su informe remitido a Kennedy cuatro días antes, lo convencieron de que era necesaria la defenestración de Dulles. McCone era republicano también, por lo que neutralizaría en alguna medida a los miembros de ese partido. A pesar de todo, la nueva ofensiva contra el gobierno revolucionario asumía las mismas premisas de Dulles, y repetía el gran error del jefe de la CIA: confiar en la completa probabilidad de que se producirían alzamientos populares contra el Gobierno de Fidel Castro.

Bisell fue mantenido unos meses más para viabilizar el traspaso de poderes; pero lamentablemente el presidente siguió tomando decisiones malas, como la de poner a la agencia y a la Operación Mangosta en manos de Richard Helms, al nombrarlo en lugar de Bissell, como segundo de McCone, aunque encargó a su hermano Robert vigilar informalmente a la comunidad de inteligencia.

Pero no pudo evitar que ambos fueran infructuosos supervisores de un subdirector tan experimentado y avieso como Helms, quien era un verdadero profesional del espionaje, que comenzó en la Oficina de Operaciones Especiales —la célebre OSS creada por Bill Donovan—, como jefe de las operaciones en Austria, Suiza, Polonia, Checoslovaquia y Hungría. Entonces la OSS estaba dirigida por el general Hoyt Vandenberg, que la convirtió en la central de inteligencia, aunque sin el nombre de CIA que después le impuso su primer director oficial, Allen Dulles.

Kennedy cambió también a algunos otros jefes intermedios en la tenebrosa compañía. Pero la obsesión anticubana no lo había abandonado, se agudizó. La decisión que tomó fue que la CIA continuase sus acciones contra Cuba, especialmente los sabotajes. El diario Prensa Libre, de México, denunció que se estaban entrenando grupos que participaron en Girón, como saboteadores especiales en la base norteamericana de Fort Bragg, en Carolina del Norte. Este fue el inicio de la Operación 40. Allí además de enseñarles toda una licenciatura en prácticas terroristas, modos de asesinar, sabotear maquinarias, hacer explotar barcos, aviones, autos y camiones, falsificación de documentos y toda una inimaginable gama de "trabajos sucios", los proveyeron de galones del ejército de Estados Unidos.

Los 40 de la Operación se convirtieron después en 70. De ahí salieron asesinos como Luis Posada Carriles y Orlando Bosch; jefes de bandas mafiosas como el Padrino José Miguel Battle, José Medardo Albero Cruz y Juan Restoy, quien fue acusado de traficar con el 30 % de la heroína y el 75 % de la cocaína que entraba en Estados Unidos; narcotraficantes como Frank Castro, acusado por tráfico de un millón de libras de marihuana, Alfredo Caballero, acusado de tráfico de cocaína y lavado de dinero, Ricardo Morales Navarrete, Félix Rodríguez Mendigutía, capo junto al propio Posada Carriles del tráfico de coca para financiar la guerra contra los sandinistas en Nicaragua, por cuenta de la CIA. Y lo que es aún peor, muchos fueron marcados como sospechosos, junto a un grupo de espías de la agencia, en la investigación del asesinato de Kennedy realizada por un comité del Congreso, trunca desde 1978 ante la inconmovible postura de la CIA que se niega a desclasificar los documentos más importantes.

Todo el plan contra Cuba estaba otra vez hilvanado en Washington, ensayo de respuesta al aluvión de críticas de los republicanos, especialmente del senador Barry Goldwater, aspirante ya a ser nominado por su partido como candidato a la presidencia. Kennedy volvió al empeño de aniquilar la Revolución Cubana con dos significativas órdenes al secretario de Defensa, Robert McNamara: 1) Crear una fuerza de tarea a fin de ejecutar un programa de acción para "prevenir la dominación comunista del sur de Vietnam" y 2) Preparar un plan para derrocar a Fidel Castro; esta vez cedía a las exigencias que rehusó aceptar en Bahía de Cochinos, pues orientaba utilizar "cualquier medio necesario, con el empleo abiertamente de fuerzas militares de Estados Unidos". (2)

(1) Arthur M. Schlesinger. Los mil días de Kennedy. Ayma S.A. Barcelona. 1965, p.217
(2) Jim Rasenberger. Brilliant Disaster. Simon and Shuster. New York, 2011, p. 317

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