Algunos pensaron que no sería difícil burlar esa orden. Pero no,
la medida no iba a quedar confiada al azar. El Departamento de
Estado, al conocer que muchos norteamericanos iban a terceros países
para venir a Cuba, establecieron como una violación de la ley viajar
a la mayor de las Antillas indirectamente por vía de Centro o
Sudamérica y amenazaron con multas de hasta 5 000 dólares o prisión
de hasta cinco años, o ambas sanciones, a quienes lo violasen. Era
una respuesta a 30 estudiantes de California, que se proponían
llegar a La Habana vía México. Amenazaron con detenerlos en la
frontera mexicana de persistir en su intento.
No por casualidad ese mismo día 29 se tomaba en Estados Unidos
otra medida, también de carácter político y económico. La compañía
Harrys & Company procedía a confiscar 20 carros con manteca en West
Palm Beach, Florida, adquiridos por el Estado cubano en una
operación de compra que ascendía a la suma de 750 000 dólares. La
Harrys alegaba que realizaba la reclamación porque el Instituto
Nacional de la Industria Turística de Cuba no le había abonado un
contrato publicitario. Era por lo menos la tercera confiscación de
la Harrys, lo cual hacía pensar que la supuesta deuda era
inagotable.
Un ejecutivo de los medios masivos, Harold P. Mike, se encargaba
de revelar el trasfondo de la confiscación, al explicar cómo se
trataba de hacer pasar hambre suprimiendo todas las exportaciones a
Cuba para que "hagan algo". Se inspiraba en aquella cruel decisión
de Lester Mallory, subsecretario de Estado asistente: "negarle a
Cuba dinero y suministros (...) con el objetivo de provocar hambre,
desesperación y derrocar al gobierno".
En junio de 1961 el autor de Adiós a las armas fue obligado a
abandonar el país sin regreso. Y se incrementaron las presiones del
FBI contra él.
Medio siglo después, en junio del 2011, el gobierno de Washington
no perdona a Hemingway su desobediencia ante la orden de condenar a
Cuba: la administración Obama, aunque accedió a permitir a Susan
Wrynn, curadora de la Colección Hemingway de la Fundación John. F.
Kennedy y otros tres o cuatro intelectuales viajar a La Habana, aún
mantiene las prohibiciones dictadas por Eisenhower.
El Departamento del Tesoro también negó licencias para venir a 14
investigadores norteamericanos que participarían en el Coloquio
Ernest Hemingway, efectuado en el Hotel Ambos Mundos donde residió
el laureado escritor. Asimismo, limitó la entrada a Cuba de 20 yates
de pescadores norteamericanos que pretendían asistir al Torneo
Internacional Hemingway de la Pesca de la Aguja, aunque autorizaron
a algunos.
La prohibición de viajar a Cuba ha recorrido un camino tortuoso
en estos 50 años. Después que el presidente Carter la dejó si
efecto, su sucesor, Reagan, la reinsertó. A fines de su mandato, el
presidente Clinton concedió licencias para determinados tipos de
visitas, con el objetivo confesado de ganar influencia con una
política de persona a persona. Pero desde su asunción al gobierno,
el presidente Bush volvió a prohibir los viajes y limitó hasta las
visitas de cubano-americanos, como parte de un paquete de medidas
para complacer a la extrema derecha cubana de Miami, que veía
alejarse sus prerrogativas en esa perspectiva.
La controvertida disposición ha propiciado prácticas corruptas en
el Congreso de ese país, como el caso de Tom Delay, jefe de la
mayoría republicana en la Cámara baja, quien, en unión de
legisladores de origen cubano y otros financiados por ellos,
impidieron con escabrosas maniobras que se restituyera a los
norteamericanos la facultad de viajar a Cuba, aprobada en el año
2000 como resultado de una iniciativa bipartidista. Durante el
trámite de ajuste entre los proyectos del Senado y la Cámara, Delay,
sencillamente los hizo desaparecer, a instancias de Ileana Ros,
Lincoln y Mario Díaz-Balart, miembros del grupo de seguidores del
tirano Fulgencio Batista que maneja fondos del gobierno para
sobornar y corromper a funcionarios de los poderes legislativo y
ejecutivo de Estados Unidos, uno de los más serios problemas del
sistema.
A principios de este año 2011, un tribunal de Texas declaró
culpable al excongresista Tom Delay en un proceso que se le siguió,
ahora por lavado de dinero proveniente de fuentes ilegales, para
emplearlo en sobornar legisladores. El influyente político texano
había sido obligado a renunciar hace cinco años por utilizar grandes
cantidades de efectivo de corporaciones para financiar campañas de
siete aspirantes a la Cámara baja en los comicios del 2002.
Un congresista del partido demócrata, William Delahunt, denunció
durante el primer mandato del presidente Bush el alegre modo en que
se dilapida el dinero asignado por el gobierno de Estados Unidos
para contribuir al derrocamiento del gobierno de Fidel Castro, bajo
el manto de "programas de ayuda a grupos diversos para facilitar la
transición democrática pacífica".
Bush había ganado la presidencia, a pesar de recibir menos votos,
gracias a los fraudes efectuados durante las elecciones por los
activistas cubano-americanos encabezados por los congresistas Díaz-Balart
y Ros-Lehtinen, para hacerle ganar el estado de la Florida, apoyado
en esos fondos.
Buena parte de los dólares destinados a financiar las campañas
contra Cuba, son destinados a sobornar legisladores para torpedear
los esfuerzos realizados por instituciones políticas, sociales,
religiosas, empresariales, sindicales, agropecuarias y otras, para
normalizar las relaciones y en especial para terminar con las
prohibiciones de viajar a Cuba.
El grupo Public Campaign menciona varias ocasiones en las que
legisladores cambiaron su posición sobre asuntos relacionados con
Cuba, en especial la prohibición de visitarla, meses después de
haber recibido dinero de un llamado Comité de Acción Política (PAC).
Tras la Segunda Guerra Mundial, Washington acusaba a los países
socialistas de tender una cortina de hierro. Pero no ha vacilado en
encerrar a Cuba bajo una cortina de fraudes.