Tras la epopeya de la mayor isla del Caribe, en el exterior, los
amigos de Cuba siguieron movilizándose y haciendo declaraciones,
advirtiendo contra una intervención directa en la patria de Martí,
ya que, por ejemplo, en Chile se filtraba que Estados Unidos
conminaba a las cancillerías del continente a apoyar una nueva
agresión o a permitir que se realizase.
Contra ella se levantaba la consigna que recorría el mundo: ¡Cuba
sí, yankis no! Así ocurrió en París, bajo una incesante lluvia,
cuando millares de trabajadores contestaban el saludo de Benoit
Franchón, secretario general de la poderosa central sindical
francesa, al nacimiento del socialismo en Cuba.
En cambio, en el continente americano ocurrían hechos bien
distintos; por ejemplo, en Costa Rica y Venezuela. En Caracas, ese
apoyo provocaba la agresión de la policía con armas de fuego y
dejaba un saldo de 16 heridos. En San José, bandas fascistas
atacaban a manifestantes que respaldaban la hazaña cubana.
Ese fue el momento escogido por los entonces gobernantes de Costa
Rica para amenazar con el rompimiento de relaciones, si Cuba
fusilaba a uno solo de los mercenarios. La respuesta de Cuba fue que
la nación ponía su mejor empeño en mantener normales relaciones
diplomáticas con ese Gobierno, pero no podía condicionarlas a
decisiones que incumbían por entero a los órganos competentes y a la
soberanía del país.
El Gobierno Revolucionario no disimulaba su indignación al
rechazar la nota oficial. Respondió que causaba asombro cómo ese
interés por el respeto a la vida humana no se manifestó ante las
víctimas inocentes causadas por los bombardeos y la invasión, cuando
ni siquiera formularon una declaración de condena a la agresión.
Fidel, días después, denunció la campaña de Washington para
obligar a los gobiernos de América Latina a romper relaciones con
Cuba. Y señalaba específicamente al de Costa Rica. El gobierno del
presidente Echandi, sin tener en cuenta la generosidad con que
estaba siendo tratado el gran número de prisioneros tomados, había
amenazado en nota diplomática con romper si se fusilaba a alguno.
El líder cubano señalaba el increíble hecho de que el Gobierno de
Costa Rica no rompiese relaciones con el agresor: Estados Unidos, ni
con sus cómplices, los gobiernos de Somoza e Ydígoras, sino que
profiriera amenazas contra el agredido.
Desde Moscú, un editorial del periódico Pravda analizaba el día 2
de mayo de 1961 las informaciones de fuentes norteamericanas sobre
las discusiones en Washington para una intervención directa contra
Cuba. Y en una frase encerraba la seria advertencia del país de los
soviets contra esas aventuras belicistas: "El que prenda la llama y
avive el fuego puede abrasarse las manos y arder con él".
La denuncia entregada por el Gobierno Revolucionario a los
embajadores acreditados en Cuba sobre la continuación de esos
planes, provocó una advertencia de la Unión Soviética sobre "las
serias consecuencias para los mismos Estados Unidos de América" que
traería un ataque directo armado a Cuba.
El senador Wayne Morse, presidente de una subcomisión de asuntos
internacionales del Senado de Estados Unidos, sacó a la luz pública
el intenso debate que se estaba produciendo en los primeros días de
mayo de 1961 entre la elite del poder.
El legislador demócrata por el estado de Oregón, agitando su
blanca cabellera, señaló que no se debía dejar a los grupos que
favorecen una guerra preventiva determinar la política.
Agregó que vastos sectores de los Estados Unidos no apoyan la
intervención y consideraba un error mayor invadir a Cuba. Los
gobiernos de México, Ecuador y Brasil manifestaron prontamente su
inalterable apoyo al principio de no intervención. En Washington, el
secretario de Estado, Dean Rusk, declaraba que estaba realizando
urgentes consultas con los gobiernos latinoamericanos sobre la
actitud a seguir con Cuba.
El presidente Kennedy fue interrogado por un corresponsal sobre
la proclamación de la Revolución socialista en Cuba. En una evasiva
respuesta, manifestó que su gobierno
no tenía el propósito "en estos momentos" de adiestrar otra
fuerza de contrarrevolucionarios cubanos en Norteamérica o en otro
país. Añadió que la política exterior de Estados Unidos se guía por
la Doctrina Monroe y que la proclamación hecha por Fidel Castro
preocupaba a Estados Unidos y al hemisferio occidental.
Las palabras del presidente estadounidense no descartaban una
intervención directa e invocaban la doctrina Monroe, de América para
los americanos, que había servido siempre como base teórica para las
agresiones de Estados Unidos en el continente. Cuando Kennedy
recibió a José Miró Cardona, presidente del llamado Consejo formado
por la CIA como pantalla de la invasión, hacía crecer más la
desconfianza sobre las intenciones de la administración
norteamericana. Robert McNamara, entonces secretario de Defensa del
gobierno de Estados Unidos, dijo, posteriormente, que ellos estaban
en ese momento histéricos con respecto a Cuba.
En la obra Robert Kennedy y su tiempo, editada en EE.UU. en 1978,
se admite que en esos días de mayo de 1961 la Fuerza Aérea de
Estados Unidos presentó un plan para un asalto contra el "régimen de
Castro". Otro plan, auspiciado por la CIA y el Pentágono, pretendía
crear una brigada de contrarrevolucionarios cubanos en el ejército
de Estados Unidos, que después se materializó con el grupo y la
Operación 40. Ya se había formado un equipo de trabajo sobre Cuba,
desde abril, en que estaban representados, a los más altos niveles,
la CIA, el Pentágono, el Departamento de Estado, el Consejo de
Seguridad Nacional y otros. Pero no se ponían de acuerdo sobre cómo
proceder. Temían a un segundo fracaso y a la opinión internacional.
Estaban ante un dilema.