(23 de abril de 2011)
Tensión en la Casa Blanca (XXII)
GABRIEL MOLINA
La banda de la Marina interpretó Mr. Wonderful (Sr.
Maravilloso) la noche del 18 de abril de 1961, cuando el presidente
John F. Kennedy, vestido de etiqueta con Jacqueline del brazo, hizo
su entrada en el espacioso salón de la Casa Blanca en que se
efectuaba la recepción anual a los congresistas.
Kennedy
y su cúpula militar. A su izquierda el almirante Burke.
Pero bajo su ancha sonrisa se adivinaba algún
tormento. En la lejana Ciénaga de Zapata un panorama diferente, bien
angustioso, dominaba el ambiente. Uno de los invasores de la brigada
2506, reclutada y financiada por el gobierno de Estados Unidos para
la invasión por Bahía de Cochinos, Antonio Fernández Álvarez, menos
de 48 horas después del desembarco sentía cierto descontento que se
iba apoderando de todos cuando esperaban se cumpliesen las promesas
de relevo: que no sería continua la pelea, si es que se peleaba. Se
les llegó a decir que sería un paseo, que tras desembarcar iban a
poder hacer señales para doblar hacia la izquierda y seguir hasta La
Habana. Lejos de eso, llevaban retrocediendo más de 24 horas para
resistir en Playa Girón.
En la Casa Blanca casi nadie advirtió que Robert Mc
Namara, Lyndon Johnson y Dean Rusk, que conversaban con Robert
Kennedy, de pronto desaparecieron junto al general Lyman Lemnitzer y
el almirante Arleigh Burke.
Al acercarse la medianoche el grupo había pasado al
Salón Oval para una reunión urgente pedida por el subdirector de la
CIA, Richard Bissell. El tema era la situación de los invasores
acorralados por las milicias y las fuerzas armadas en Playa Girón,
pues, lejos de lo que se había dicho, los cubanos se mantenían
firmes y rechazaban eficazmente la invasión.
Bissell hizo el recuento de la situación militar y
dijo que estaba a punto de una completa derrota. Aconsejó entonces
lo que, a su juicio, era la única manera de evitarla: una
intervención militar directa de las fuerzas armadas.
El presidente les recordó que desde el principio
había declarado que eso no ocurriría y lo había reiterado el día
antes. Pero tanto los jefes de la CIA, como los del Pentágono, no
habían tomado en serio la advertencia. El plan tenía como exitoso
antecedente el operativo de Guatemala en 1954. Tanto confiaban que
desde enero de 1960 lo dirigía el mismo grupo de los trabajos sucios
de la CIA que derrocó al presidente Jacobo Arbenz, formado, entre
otros, por Tracy Barnes, David Atlee Phillips, Howard Hunt y David
Sánchez Morales.
Kennedy temía que un impacto más ruidoso del asunto
le traería peligrosas represalias de la Unión Soviética. El primer
ministro Nikita Jruschov protestaba crecientemente sobre la
situación en Berlín, dividida entre la URSS por un lado y Estados
Unidos, Francia y Gran Bretaña por otro, y se había comprometido con
respaldar a la Revolución cubana en caso de una agresión militar.
Las actitudes de Jruschov habían alarmado a
Eisenhower en 1960 cuando accedió a las reiteradas instancias de
Allen Dulles y autorizó vuelos espías con los U-2 sobre el
territorio soviético. En mayo fue derribado el piloto Francis Gary
Power y ante el rompimiento de las promesas, Jruschov suspendió la
reunión que planeaban realizar en París.
Kennedy pensaba que no debía realizarse un ataque
directo de Estados Unidos por otras razones: conocía bien que las
acciones de la CIA para derrocar a Jacobo Arbenz en Guatemala habían
levantado una ola de antiamericanismo en el mundo, especialmente en
América Latina. Además, lo hacía dudar su propia aureola de liberal
que se vería afectada. Sin embargo, había aprobado la agresión pocos
días después de tomar posesión de la presidencia. Pensó que si
dejaba sin efecto un plan aprobado por su predecesor, sus
adversarios lo llamarían un hombre débil.
El Comandante en Jefe Fidel Castro analizó la
actitud de Kennedy en aquellos momentos: "Fue comprometido por
sus predecesores en la aventura de Girón por confiar demasiado, ya
que no dudaba de la experiencia y capacidad profesional de aquellos.
Fue amargo e inesperado su fracaso, apenas a tres meses de su
investidura. Aunque estuvo a punto de atacar directamente la Isla
con las poderosas y sofisticadas armas de su país, en esa ocasión no
hizo lo que habría hecho Nixon: emplear los cazabombarderos y
desembarcar los marines.
"Ríos de sangre habrían corrido en nuestra Patria,
donde cientos de miles de combatientes estaban dispuestos a morir".
ALTERCADO KENNEDY-BURKE
En septiembre de 1960 Fidel acusó a Burke en la ONU
de irresponsable por sus insinuaciones de que Jruschov defendía a
Cuba para que se sintiese protegida si realizaba un ataque contra la
base naval de Guantánamo. El almirante también había calificado como
secuestro la retención de varios marines por los guerrilleros,
quienes los presentaron como testigos de los bombardeos a la Sierra
en 1957. Aunque Fidel criticó la acción, desde la visita del
vicepremier Anastas Mikoyan a Cuba, en los inicios de 1960, Burke
reclamaba acciones contra un Gobierno "en proceso de caer bajo la
dominación del comunismo internacional".
(1)
El militar —quien había sido condecorado por el
dictador Batista y agitaba contra Fidel casi tanto como Nixon —,
insistió en la reunión de la Casa Blanca que con dos jets podría
acabar con la aviación cubana y así virar la situación. Kennedy
comenzaba a perder la calma y contestó que no quería ver a su país
envuelto en eso. La situación se puso tensa cuando Burke reaccionó
en tono airado:
—¡Diablos, señor presidente, nosotros estamos ya
envueltos!
El almirante, héroe de la II Guerra Mundial y jefe
del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos,
casi se había insubordinado pocos días antes. Robert Kennedy reveló
en 1964 que "a pesar de las órdenes del presidente de que no se
usasen fuerzas americanas, las dos primeras personas que
desembarcaron en la Bahía de Cochinos eran americanos enviados por
la CIA... oficiales operativos de la CIA dijeron a la brigada cubana
que si el presidente tratase de bloquear la invasión, arrestasen a
quienes lo dijeran y siguieran con ella adelante de todos modos."
(2)
Los dos oficiales operativos de la CIA que iniciaron el desembarco
eran William Robertson y Grayston Lynch, conocidos entre los que se
entrenaban como Rip y Gray.
Dulles estaba seguro de que Kennedy cedería en
involucrar directamente a sus fuerzas armadas. José Pérez San Román,
exoficial del ejército de Batista que fue designado jefe militar de
la invasión "testificó, junto a otros sobrevivientes, que los
consejeros de la CIA les prometieron la ayuda militar de Estados
Unidos que fuese necesaria".
(3) A pesar de las
órdenes, Burke envió el portaaviones Essex y helicópteros del Boxer
a pocas millas de la costa.
Sin embargo, transcurridas tres horas, la reunión
terminó sin que pudiesen hacerle aprobar la intervención directa. A
las cuatro de la madrugada, aún Bissell demandaba que los aviones
jets intervinieran. El capitán piloto Enrique Carreras en un caza a
chorro hundió el Houston y atacó después el Río Escondido, sobre el
que hizo blanco y se estaba hundiendo; había completado la faena y
cumplido la orden dada por Fidel desde el primer momento: priorizar
los ataques de la exigua aviación contra los buques mercenarios para
escindir la logística de los invasores.
Kennedy transó entonces con los reclamos y aceptó
enviar jets Sabre desde el portaviones Essex a proteger otros B-26,
pilotados por norteamericanos. Ellos tratarían de impedir ataques de
las FAR a las lanchas que, desde los barcos Blagar y Bárbara J.,
intentaban cargar suministros para los mercenarios. Ya desde los
barcos dijeron que no podían arriesgarse a cargar y transportar en
plena luz del día.
Meses después de Girón, en distintas ocasiones,
Kennedy lamentó haber dado luz verde a la invasión a pesar de sus
dudas. Cuando Bill Keller, editor ejecutivo del The New York Times
se quejaba del fallo que habían tenido en el diario al no investigar
más sobre la denuncia de la preparación del ataque, JFK replicó que
hubiese deseado lo publicasen, pues así tal vez le hubiesen evitado
el fiasco. En otra oportunidad, a Turner Catledge, también del
Times, le dijo: si hubiesen publicado más sobre la operación, nos
habrían salvado de un colosal error.
Vale la pena reseñar lo que escribió un hombre tan
cercano a los Kennedy como Arthur Schlesinger: "la realidad fue que
Castro resultó ser un enemigo mucho más formidable y estar al mando
de un régimen mucho mejor organizado de lo que nadie había supuesto.
Sus patrullas localizaron la invasión casi en el primer momento, sus
aviones reaccionaron con rapidez y vigor. Su policía eliminó
cualquier probabilidad de rebelión o sabotajes detrás de las líneas.
Sus soldados permanecieron leales y combatieron bravamente. Él mismo
nunca fue presa del pánico, y si se le pudo atribuir alguna falta,
fue el haber estimado con exceso la fuerza de la invasión y el haber
mostrado una preocupación indebida en el ataque por tierra contra la
cabeza de playa. La forma en que se desenvolvió fue impresionante".
(4)
Es elocuente esta admisión de Schlesinger, autor por
encargo del Libro Blanco conque Washington justificó la invasión que
preparaba. Y raro el error de Fidel que señala. Si se tiene en
cuenta el plan de Estados Unidos: mantener la cabeza de playa
durante al menos 72 horas para intervenir directamente, habría que
concluir en que no es una falta, sino que tal vez sea el más
importante aspecto de la estrategia de Fidel, pues la invasión costó
muchas vidas, pero nunca tantas como hubiera ocurrido si las fuerzas
armadas de Estados Unidos hubiesen participado de modo directo.
La energía desplegada por el comandante para empeñar
toda la fuerza disponible a fin de derrotarlos antes de las 72
horas, permitió lograr una victoria estratégica. De ese modo frustró
la cobertura legal pretendida de conservar la cabeza de playa
lograda el primer día, trasladar allí a José Miró Cardona, Tony
Varona y otros políticos cubanos escogidos para reconocerlos como
gobierno de Cuba, que la CIA los tenía humillantemente incomunicados
en Opa Locka, Florida, para que David Atlee Phillips y Howard Hunt,
involucrados en la ejecución de numerosas acciones terroristas
contra Cuba y planes de atentados contra la vida de Fidel,
redactasen las triunfalistas mentiras que se publicaban en la
mayoría de los órganos de la llamada prensa libre.
(1) Aleksandr Fursenko & Timothy Naftali. One
Hell of a gamble. W.W. Norton & Co. New York 1997, p. 39
(2) Arthur Schlesinger. Robert Kennedy and his
times. Ballantine Books. New York. 1978, pp. 486 y 487.
(3) Warren Winkle & William Turner, The fish is
red. Haerper & Row. New York. 1981, pp. 100-101
(4) A. M. Schlesinger. Los miI días de Kennedy.
Ayma S. A. Barcelona, 1966, p. 219 |