(14 de abril de 2011)
Lo más significativo fue la actitud, el derroche de valor y de
coraje de los combatientes
Segunda parte de la entrevista realizada al General
de División (r) José Ramón Fernández por Magali García Moré
E stando Fidel todavía en La
Habana, yo le había pedido autorización para trasladar a Pálpite mi
puesto de mando. No accedió. Debía mantener mi posición en el
central Australia, me dijo, porque el teléfono instalado en la
oficina del administrador era el único medio de comunicación con La
Habana desde una zona donde, teniendo en cuenta las distancias y los
medios disponibles, el servicio de mensajeros no resultaba rápido ni
seguro. Pero sobre las 17:00 horas el Comandante me indicó que
moviera a Pálpite mi puesto de mando.
El
Comandante en Jefe, acompañado por Fernández, el Comandante Flavio
Bravo (detrás, vestido de miliciano), y otros compañeros.
De inmediato me dispuse a cumplir la orden y pedí al
oficial que me acompañaba, teniente José Martínez González, que
recogiera los mapas y se preparara para acompañarme. Fidel expresó
entonces que los mapas se quedarían allí, con el oficial que
trabajaba con ellos, y que el que se iba era yo.
Un poco antes del oscurecer llegó Fidel a Pálpite.
Permanecería allí durante un tiempo bastante prolongado, no obstante
la preocupación de todos por su vida y el reiterado pedido de que se
marchara y su consiguiente disgusto, como ha sucedido otras veces en
situaciones similares, haciendo valer su derecho de estar allí.
Hizo un análisis completo de la situación y tomó
determinaciones sobre las fuerzas en general. Ordenó que el Batallón
111 al mando del comandante Luis R. Borges Alducín, avanzara por la
dirección Pálpite-Soplillar, tomar a Cayo Ramona y continuar hacia
Helechal, a fin de cortar en ese punto la carretera San Blas-Girón y
evitar que los mercenarios que se encontraban en San Blas, pudieran
retirarse hacia Girón o recibieran refuerzo de Girón, quedando así
separados de su fuerza principal.
Las doce de la noche era la hora que nos habíamos
prefijado para iniciar el avance sobre las posiciones enemigas en
Playa Larga. Era necesario emplazar, ajustar las piezas, determinar
las distancias, alistar las municiones para la preparación artillera
que antecedería el avance.
Ordené
que los cañones 85 hicieran disparos esporádicos y que los morteros
120, situados a cuatro kilómetros de las posiciones enemigas,
dispararan sobre ellas. Recibíamos fuego de artillería desde Playa
Larga y el jefe de los morteros no respondía. Tenía objeciones sobre
su lugar de emplazamiento, por tener el terreno solo una ligera capa
de tierra sobre la roca, lo que podía dañar el sistema de
amortiguación de las piezas al disparar. Como no pude convencerlo,
tuve que conminarlo a que disparara. Lo hizo y esperé con ansiedad
oír la explosión de las granadas de los 120, que pesan 16,4 kg. (36
libras). Silencio. Como no escuché a ninguno de los proyectiles
explotar, volví a dirigirme al jefe de la batería. Era ya de noche y
lo recuerdo farol en mano. Me dijo que era mucha la distancia para
que se escucharan. No me convenció, pues yo sabía que no era así.
Quise revisar entonces las espoletas y descubrí que
estaban disparando sin ellas. Era como tirarle piedras al enemigo.
Si algunas de aquellas granadas le acertaba en la cabeza a un
mercenario, lo mataba; pero en caso contrario no haría efecto
alguno.
En definitiva, en medio de decenas de incidentes
como ese, de falta de preparación, de inexperiencias de todo tipo,
se trabajó arduamente desde el oscurecer hasta la medianoche.
Con estos relatos se ilustra con qué falta de
dominio de la técnica combatieron las fuerzas revolucionarias que
derrotaron a los mercenarios en Playa Girón.
Como
Fidel había dicho, llegaron los tanques y la artillería junto a
otros refuerzos.
Los artilleros, al igual que los artilleros
antiaéreos, no superaban los conocimientos más elementales y aún así
estaban mucho mejor preparados que los tanquistas, que apenas sabían
disparar los cañones de sus tanques. Los morteristas disparaban sin
haber colocado ni graduado la espoleta en el proyectil.
Lo más significativo fue la actitud de los
combatientes, el derroche de valor y de coraje, fue grande su
espíritu de victoria y firme la determinación de derrotar al
enemigo. Fue la voluntad de vencer de cada uno de nuestros
combatientes la que propició la rápida liquidación del enemigo.
Todos defendiendo con valentía, tesón y arrojo una Revolución que
sabían ya socialista, poniendo la vida en juego por ella y por la
soberanía de la patria.
A LAS 24 HORAS DEL DÍA 17
El movimiento desde nuestra ubicación para atacar
Playa Larga comenzó a las 24:00 horas del día 17. La Columna 1
Especial de Combate del Ejército Rebelde, bajo el mando del capitán
Harold Ferrer Martínez, marchaba en el segundo escalón detrás de la
Escuela de Responsables de Milicias y los bazuqueros, una fuerza que
equivalía aproximadamente a una compañía armada con bazucas, que
avanzó también sin desplegarse y con distancias y espacios
reducidísimos ya que en el ancho de avance no había más de 20-25
metros, lo que significa que realmente no había despliegue.
Las tropas se mezclaron durante la ofensiva. Como
jefe, estaba consciente de las complejidades de un ataque nocturno,
y mucho más consciente aún de las dificultades de una tropa poco
preparada para ese tipo de acción combativa, apenas sin experiencia
o sin ninguna experiencia y que se aprestaba a combatir de noche,
pero era necesario hacerlo. Había que liquidar la invasión con toda
rapidez y así justamente lo demandaba el compañero Fidel.
Pasaba de una preocupación a otra. Con esa poca
preparación que poseían los jefes y las tropas y en esas condiciones
tenía el mando de una agrupación mixta de fuerzas.
La presencia física de Fidel, o saber que seguía
cada acción, resultaba decisiva.
Eran muchos los asuntos a atender. Solo disponía de
aquel teléfono que enlazaba con La Habana y que ahora en Pálpite me
quedaba a decenas de kilómetros de distancia, mientras que con los
jefes de batallones solo podía comunicarme por mensajes manuscritos
o verbales.
Avanzó nuestra fuerza y llegó a las posiciones que
físicamente ocupaban los mercenarios en Playa Larga. El enemigo
esperó hasta el último momento para romper el fuego. Un fuego
concentrado, infernal. Tronaban los cañones de los tanques, los
cañones sin retroceso, las bazucas, las ametralladoras, los fusiles.
Un combate encarnizado se estaba desarrollando.
Hombres y blindados nuestros llegaron hasta las
mismas trincheras enemigas. Uno de esos tanques, impactado por un
proyectil en una estera, cayó dentro de las posiciones mercenarias.
Perdimos dos tanques. Sufrimos más de treinta muertos y se
reportaron muchos heridos. El adversario tuvo asimismo numerosas
bajas, tal vez más de veinte. El Jefe de la tercera compañía de la
Escuela de Responsables de Milicias, teniente Juan A. Díaz González,
cayó destrozado al parecer por una granada de arma pesada, a menos
de 10 metros de la trinchera ocupada por los mercenarios.
Ni la insistencia y la reiteración del ataque ni el
ímpetu de nuestros combatientes pudieron doblegar la resistencia de
los invasores que ocupaban una posición muy ventajosa, organizaron
bien su fuego y disponían de un buen armamento. Aparentemente, el
ataque había fracasado.
El Comandante en Jefe, que se encontraba en ese
momento en el central Australia, recibió un mensaje de La Habana que
decía que se había producido un desembarco en la zona Norte de Pinar
del Río. Ante el reclamo de información, le confirmaron erróneamente
que se combatía en tierra y decidió trasladarse de inmediato hacia
allá al considerar muy grave la situación si eran ciertos tales
acontecimientos.
A continuación aparece copia del mensaje que el
compañero Fidel me envió a las tres de la mañana del 18 de abril,
donde se hace referencia a este asunto.
Fernández:
Estoy resolviendo lo del parque de cañón. Los otros tanques
llegarán a Australia al amanecer.
Por el día decidiremos el momento oportuno de moverlos.
Augusto quedará en Australia. Yo tendré que salir dentro de un
rato hacia La Habana. Estaré en comunicación constante con
ustedes.
Mándame noticias constantemente sobre el curso de las
operaciones.
¡Adelante!
Fidel Castro
Australia, abril 18, 61
3 a.m.
P.D. Todavía no he recibido noticias desde el papelito en que me
informaste que el enemigo disminuía el volumen de fuego.
Así pasó la madrugada del 17 al 18; con el enemigo
contenido, una fuerte presión nuestra en la dirección de Playa Larga
y las fuerzas revolucionarias organizándose para el ataque final.
Igualmente se combatía en las otras dos direcciones de ataque:
Covadonga y Yaguaramas.
En horas de la mañana del 18 recibí la información
de la llegada inminente a Pálpite de los batallones 123, 144 y 180,
todos de La Habana. Con el propósito de evitar el amontonamiento de
fuerzas innecesarias en la zona. Los recién llegados, sumados a los
que ya estaban, totalizarían más de cinco mil hombres. Indiqué que
la Escuela de Responsables de Milicias y la Columna 1 Especial de
Combate del Ejército Rebelde, que no descansaron en las últimas 48
horas y tuvieron una cantidad importante de muertos y heridos, se
retiraran a los alrededores del central Australia y quedaran como
reserva disponible.
Habían luchado con valentía, pero no habían podido
derrotar al enemigo bien armado y preparado. Sin embargo, el enemigo
fue incapaz de esperar el segundo ataque y entregó la posición pocas
horas después, retirándose sigilosa y velozmente a bordo de camiones
propios de la brigada.
RECIBO OTRO MENSAJE
En un mensaje de las 04:40 horas del día 18, que
recibí bastante después en Pálpite, el Comandante en Jefe me
ordenaba enviar un batallón hacia la Caleta del Rosario. Esa tropa
se trasladaría hacia Soplillar, continuaría con rumbo Este y luego
hacia el Sur para llegar a su destino. Así se cortaría la carretera
que une Playa Larga con Playa Girón y se completaría una operación
que dividiría en tres al enemigo.
El Batallón 227 había llegado a Pálpite pasado el
medio día del propio día 17, y tal como se le había ordenado se
dirigió a Soplillar, donde se encontraba la segunda compañía de la
Escuela de Responsables de Milicias y continuó directamente hacia el
Sur a la Caleta del Rosario para cortar al enemigo. Se lo había
ordenado de modo claro y categórico cuando lo recibí en Australia.
No obstante lo anterior, cumplí como correspondía la
orden del compañero Fidel y asigné esa misión al Batallón 144 al
mando del Teniente MNR Leonel Zamora Rodríguez.
Demoró en el movimiento el Batallón 144; no llegó a
tiempo a la Caleta y no pudo impedir, por tanto, que ante lo
acontecido la noche anterior, el enemigo abandonara Playa Larga y se
retirara en vehículos hacia Girón.
Debo aclarar que Soplillar se ubica al Sureste de
Pálpite y median unos 6 kilómetros entre ambos puntos; y hay que
seguir avanzando y luego dirigirse al Sur para salir a la Caleta del
Rosario. Un vecino de la zona, que dijo conocer la región, se
ofreció a servir de guía. A la hora de partir, el guía no apareció,
lo que provocó confusión y algún retraso. Pero aquel batallón, con
guía o sin él, partió a cumplir su misión. Expliqué entonces a su
jefe que una vez salido de Pálpite avanzara hacia el Sureste durante
cuarenta y cinco minutos o una hora, antes de girar hacia el sur y
salir a la Caleta o a sus cercanías. El jefe del Batallón 144 no
encontró el camino o no adelantó lo suficiente. Antes de tiempo tomó
rumbo Suroeste y se aproximó a Playa Larga en el punto donde el
camino termina. Se percató entonces de su error y volvió hacia
atrás. Cuando salió al fin a la Caleta del Rosario ya la agrupación
mercenaria se había retirado, lo que hizo al amanecer, según la
propia versión del enemigo, y desobedeciendo a José A. San Román,
jefe militar de la Brigada Mercenaria 2506, que les exigía
permanecer en Playa Larga y defender esa posición.
La Columna 2 Especial de Combate del Ejército
Rebelde al mando del capitán Roger García Sánchez, recibió estando
en Soplillar, en la mañana del día 19, la orden de Fidel de seguir
la ruta del Batallón 111 e interceptar, en Helechal, la carretera
San Blas-Girón.
Cuando ambas unidades arribaron a Helechal, entre
las tres y las cuatro de la tarde del 19 de abril, hacía ya tres o
cuatro horas que San Blas había sido tomado por las fuerzas
provenientes de Covadonga y Yaguaramas. No se cumplió tampoco aquí
la misión ordenada por Fidel.
No se cortó al enemigo en dos entre Playa Larga y
Playa Girón ni entre San Blas y Playa Girón. Lo digo con sentido
autocrítico. Esas dos misiones ordenadas por el compañero Fidel que
no fueron cumplidas, en un caso, Caleta del Rosario por no haber
sido capaz el Batallón 227 que sí llegó a tiempo de contener al
enemigo y no lo hizo, y el 144 por no realizar a tiempo el
movimiento y tomar las posiciones ordenadas; y en Helechal, por no
ejecutarse por el Batallón 111 y la Columna 2 Especial de Combate
del Ejército Rebelde.
Todo ello trajo duras críticas y provocó un
justificado y enorme disgusto del Comandante en Jefe. De haberse
realizado exitosamente hubiera sido posible la derrota enemiga el
día 18.
A las cinco de la mañana de este día 18 estábamos
todavía en Pálpite y dimos la alerta a todas las fuerzas en el
lugar, especialmente a la artillería antiaérea que fue colocada en
"posición uno" en espera de un ataque de la aviación enemiga. Era
lógico pensar que se produciría. El día anterior la aviación
mercenaria había atacado en ese lugar a la Escuela de Responsables
de Milicias.
Sabían nuestros enemigos que el ataque nocturno a
Playa Larga partió de ese sitio y que había allí una concentración
de fuerzas. Era previsible entonces que intentaran atacarnos al
amanecer, dejando el sol a su espalda para ocultarse. De ahí las
medidas que se tomaron. En efecto, amanecía cuando un avión se
aproximó y no atacó Pálpite, pues se desvió por el fuego intenso que
inició nuestra artillería antiaérea ante su proximidad.
Por declaraciones de mercenarios capturados, que
corroboran documentos desclasificados después, supimos que ese avión
informó de las numerosas fuerzas que se agrupaban en Pálpite. Ese
aviso decidió, en mi opinión, que de modo inmediato y sin más
consultas, Erneido Oliva, segundo jefe militar de la Brigada,
dispusiera la retirada apresurada de Playa Larga del batallón 2 y
las unidades de refuerzo bajo su mando, y su traslado a Playa Girón.
El 123, bajo el mando del Teniente MNR Orlando
Suárez Tellería, no llegó hasta el mediodía, y al batallón 180 al
mando del Teniente MNR Jacinto Vázquez de la Garza le encomendé,
poco después de amanecer, atacar y tomar Playa Larga.
Alrededor de las 8:00 de la mañana del día 18,
cuando el Batallón 180 se aproximaba a Playa Larga, salieron a la
carretera varias decenas de personas —hombres, mujeres y niños— que
portaban sábanas blancas. Eran vecinos del lugar que permanecieron
allí prisioneros de los mercenarios. Gracias a ellos pudimos conocer
algunos detalles de la composición de la fuerza enemiga: no había
ningún extranjero en aquella tropa pero se comportaba como un
ejército de ocupación, venían organizados, armados y reclutados por
una potencia extranjera que los pagaba.
Cumpliendo órdenes la sexta compañía de la Escuela
de Responsables de Milicias, al mando del teniente José A. Palacios
Suárez con un tanque y una batería de morteros de 82 mm, se movía en
la maleza para salir a Buenaventura. Tomada ya Playa Larga, esa
unidad se iba abriendo paso trabajosa y lentamente a través de la
vegetación para llegar a ese destino, que no alcanzó. Se le mandó un
mensaje y pudo ser localizada antes de que saliera a Buenaventura.
Se retiró por el mismo sendero que abrió para avanzar.
En la mañana del día 18, estando todavía en Pálpite,
tuve la primera información de valor sobre la magnitud de la
invasión mercenaria y acerca de sus jefes. Un mercenario capturado
con una aparatosa pero no grave herida superficial a lo largo de la
espalda, me brindaría datos interesantes.
Lo interrogué durante unos minutos mientras se
buscaba la manera de que fuera trasladado para que lo asistiera un
médico. Le dije lo que él estaba obligado a decir y lo que no estaba
obligado, y lo invité a que me diera información sobre la invasión.
INFORMACIÓN SOBRE LA INVASIÓN
El prisionero ofreció, aproximadamente, el número de
hombres que componía la Brigada y dijo que sus dirigentes
principales eran José Antonio Pérez San Román y Erneido Andrés Oliva
González, primer y segundo jefe, respectivamente, de la tropa
invasora. Añadió que en esos momentos Oliva estaba al mando de los
hombres posesionados en Playa Larga, que eran los del Batallón
número 2, cuyo jefe era Hugo Sueiro. Me informó que oficiales de las
fuerzas armadas de los Estados Unidos los habían entrenado y de los
barcos de la Marina de Guerra de ese país en las cercanías.
La información nos corroboró el carácter
verdaderamente mercenario de la Brigada. Lo menciono para que las
nuevas generaciones no olviden que Washington reclutó a centenares
de esos hombres con la finalidad de reimplantar en Cuba el sistema
político y social que comenzó a ser desmantelado aquí a partir del
1ro de enero de 1959.
Y que el imperio sigue tratando de hacerlo con saña
y sin escrúpulos.
Por aquel prisionero supe además, y lo constaté a
medida que pasaban las horas, que soldados y oficiales del antiguo
Ejército formaban parte de la Brigada mercenaria y que al menos una
decena de esos exoficiales fueron alumnos o condiscípulos míos en la
Escuela de Cadetes de Managua, lo que para mí, en el plano personal,
era vergonzoso.
Varios de ellos, cuando me vieron, se arrodillaron.
Imploraban por su vida. Decían: "Tú sabes que yo tengo mujer e
hijos¼ ", como si los milicianos y militares que los enfrentamos no
los tuviésemos también. Fue un espectáculo muy triste. Sin embargo,
no se tomó represalia alguna con ellos. Ninguno resultó maltratado
ni ofendido. Se le dio agua al sediento y se les alimentó de acuerdo
con las posibilidades. Todos los heridos y lesionados recibieron
prioritariamente asistencia médica. La política seguida por el
compañero Fidel en la Sierra Maestra se cumplió: absoluto respeto a
los prisioneros, heridos o no.
No quiero dejar de mencionar en este recuento un
caso al que he aludido otras veces. José A. Pérez San Román y
Erneido A. Oliva González pertenecían al mismo curso en la Escuela
de Cadetes. Pérez San Román fue el primer expediente de su
promoción, y Oliva, el segundo expediente.
Hago un paréntesis y avanzo en el tiempo para
referirme a Oliva:
Al triunfo de la Revolución, Oliva pasaba un curso
en una Escuela del Ejército de Estados Unidos, en Panamá. Regresó a
Cuba en enero o febrero de 1959 y nos vimos en una visita que él
hizo al campamento de Managua. Pasó el tiempo y cuando el Comandante
en Jefe me asignó la tarea de organizar la Escuela de Responsables
de Milicias, yo solo tenía un grupo de profesores, ya insuficiente,
para cumplir su misión en la Escuela de Cadetes.
El Compañero Fidel había organizado en el Instituto
Nacional de Reforma Agraria un grupo de cuarenta o cincuenta
oficiales del antiguo Ejército que habían pasado a trabajar a sus
órdenes como inspectores.
Pedí a Fidel que me facilitara unos quince de
aquellos oficiales para que sirvieran como profesores en la Escuela.
Y, entre ellos, escogí a Oliva, inteligente, preparado, negro y
aunque prepotente, no fácil en su trato y un tanto resentido, estimé
que podría ser útil.
Fidel ordenó que aquellos oficiales seleccionados se
me presentaran y en las entrevistas que sostuve con ellos les
explicaba la misión que teníamos por delante en la formación de
oficiales para las Milicias.
Con Oliva tuve un trato especial, pues no asistió a
la reunión colectiva y lo recibí solo. Le expliqué la tarea en
detalle y le pregunté varias veces si aceptaba. Insistí en que era
voluntario lo que le pedía, que podía aceptar o no. Aceptó.
Se acercaba el inicio del curso y Oliva, aduciendo
problemas familiares, pidió un permiso de dos o tres días para
ausentarse de la Escuela. Le concedí el permiso y cuando se cumplió
el plazo, llamó por teléfono para solicitar una prórroga. Se la
concedí, no sin advertirle la fecha de inicio del curso y de lo
imprescindible que resultaba que estuviera presente.
Llegó el día que comenzó el curso y Oliva no llegó.
Mandé que lo localizaran en su casa. No estaba y los familiares
alegaron que desde dos días antes no sabían nada sobre él. En
resumen, Oliva había abandonado el país.
Cuando concluyeron las acciones de Playa Girón se
dispuso que los mercenarios, a medida que fueran capturados, se les
internara en los vestidores (taquillas) del centro turístico,
situados entonces en el área donde ahora está el bar del Hotel Playa
Girón y locales de oficinas que le siguen.
Se colocó a un alumno de la Escuela de Responsables
de Milicias de Matanzas, José Guarino Castillo González, quien en la
puerta custodiada tomaba el nombre de cada capturado que llegaba.
Cada dos o tres horas me informaba y yo me daba una vuelta por el
lugar a fin de conocer cuántos y quiénes habían sido capturados.
Está establecido que el prisionero, con
independencia de su grado, rinda cortesía militar al oficial que lo
capturó o que bajo su custodia se encuentre.
En una de mis visitas al vestidor, advertí a alguien
que no se puso de pie a la voz de "atención". Permaneció sentado con
los codos apoyados en las rodillas y la cabeza entre las manos. Me
paré frente a él.
Prisionero ¿usted no sabe que tiene que ponerse de
pie?
El hombre, un poco reticente, levantó la cabeza. Era
Oliva. Había dado un nombre falso en la entrada a fin de evadir su
responsabilidad. Se puso en atención al instante.
-Me hicieron prisionero porque se me acabaron las
balas de la pistola –me dijo.
Saqué mi pistola y se la tendí.
-Toma la mía.
Reaccionó de inmediato:
-Esto es un abuso por parte suya.
Ese fue el único abuso cometido con los prisioneros.
En verdad, lo reconozco, era un abuso. Pero creo que
tenía algún derecho ante la traición personal de que fui objeto por
parte de un hombre que fue mi alumno y a quien brindé la opción
voluntaria de servir a la Revolución y estar a mis órdenes en una
tarea digna. En cambio, me engañó, desertó y vino a enfrentarse a su
pueblo en nombre de una potencia extranjera.
(Continuará) |