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(11 de abril de 2011)
La Historia cambió en 66 horas
LUIS BÁEZ
Finales de marzo de 1961. Fidel Castro realiza uno de sus
habituales periplos por los planes en construcción que lleva
adelante el Gobierno Revolucionario. En esta ocasión es por la
Ciénaga de Zapata donde se han edificado centros turísticos en la
zona de Girón, Playa Larga y la Laguna del Tesoro. Voy junto a él.
El
Comandante en Jefe conversa con el autor en aquellos históricos días
de 1961.
En Girón está casi terminada la pista de aterrizaje, además de la
carretera que une a la playa con el poblado de Jagüey Grande. Hay
una claridad inusual en el cielo de la madrugada costera, a una hora
—aproximadamente la 1:30— Fidel se detiene cerca de la orilla.
Mientras contempla el horizonte, comenta:
"Este es el lugar ideal para desembarcar" y seguidamente exclamó:
"¡Va y estos h de p... se lanzan por aquí...!"
Pensando en voz alta agregó: "Vamos a instalar una ametralladora
calibre 50 en el tanque de agua —se encontraba ubicado a una
considerable altura— y otra frente a la pista de aviación". Habló de
situar cuatro bocas y un batallón de infantería.
Estos refuerzos igualmente los mandó a colocar en Playa Larga.
Pero los acontecimientos se precipitaron. No hay tiempo para cumplir
las órdenes. Las armas y los hombres no se llegaron a emplazar.
MOVILIZACIÓN
Escuela de Cadetes de Managua. 2:40 a.m. del lunes 17 de abril.
El director del Centro de Estudios, capitán José Ramón Fernández,
duerme. Es despertado por una llamada del Comandante en Jefe Fidel
Castro:
"Se acaba de producir un desembarco mercenario por la Ciénaga de
Zapata", y a su vez le ordena:
"Debes movilizar el Batallón de la Escuela de Responsables de
Milicias que está en Matanzas y trasladarte enseguida al central
Australia".
—Comprendido, compañero Comandante en Jefe —responde Fernández.
Ésta es una de las órdenes iniciales emitidas por el líder de la
Revolución, que desde el primer instante comenzó a dirigir las
operaciones para derrotar a los invasores.
También instruyó al comandante Raúl Curbelo, ministro de
Comunicaciones, de que debía trasladarse a la base aérea de San
Antonio de los Baños, asumir la dirección de ésta y antes del
amanecer hacer volar hacia Girón los pocos aviones de que disponían.
El objetivo: atacar a los buques de la armada invasora.
El Batallón de la Escuela de Responsables de Milicias se
encontraba organizado en seis compañías de infantería y una batería
de morteros de 82 mm.
Ya en la ciudad de Matanzas, Fernández conversó con Fidel.
El Comandante en Jefe le comunicó que se había localizado a los
invasores y que se dirigiera a Jovellanos. Al llegar vuelve a hablar
telefónicamente con el líder de la Revolución quien lo actualiza de
las últimas informaciones que tenía del enemigo. Y siguió rumbo a
Jagüey Grande.
PUESTO DE MANDO
A las 6:00 a.m., Fernández estableció el Puesto de
Mando en las oficinas del central Australia y comenzó a poner en
ejecución las órdenes del Comandante en Jefe; mientras mujeres y
hombres del pueblo se congregaban frente al local pidiendo armas.
En los alrededores se acentuaba la atmósfera de
combate. Milicianos que van y vienen; órdenes, instrucciones y a lo
lejos se alcanzaba a escuchar los fogonazos de la contienda. Las
noticias que procedían del frente agregaban una tensión en la que
alcanzo a percibir que no existe el miedo, pero sí la
desorganización.
Llegué hasta el Australia manejando mi propio auto
desde La Habana. Cuando Fernández divisó aquel Chevrolet del 58
levantando sendas columnas de polvo se dirigió hacia mí, y sin darme
tiempo a decir una palabra me increpó: "¿Y tú qué haces aquí?".
Me presento ante él como corresponsal del diario
Revolución y de la revista Bohemia, que venía a cubrir los sucesos.
Me dijo que podía ir donde quisiera, pero con cuidado. Abrí así el
camino al grupo de periodistas, fotógrafos y camarógrafos que
arribarían más tarde.
Entre mis primeros apuntes recojo que, a medida que
pasan los minutos, son más y más los hombres y mujeres que se
presentan voluntariamente para incorporarse a los combates.
Fernández impartió la orden de dispersar vehículos y
personal hacia lugares no visibles para la aviación enemiga.
Con los únicos medios de que se disponía en aquel
instante en el Australia —9:00 a.m.— se organizó una patrulla con
todos los hombres armados que había: siete en total. Al frente se
situó al administrador del central con la orden de trasladarse a dos
cooperativas cercanas. Corría el rumor de que en esa zona habían
caído paracaidistas.
Los minutos se viven intensamente. Es muy temprano
aún cuando Fernández hizo un recorrido y ordenó bloquear con
vehículos y obstáculos una pista cercana. En el camino se tropezó
con el capitán Manuel Cordero Reyes, jefe del batallón 339 de
Cienfuegos. Estos combatientes se encontraban desde fecha reciente
en la zona, casi todos, en los alrededores del central Australia. Al
tener conocimiento del desembarco, el capitán había ido a
enfrentarlos con los pocos hombres con que contaba. Llevaban armas
ligeras de infantería, fusiles M-52 y metralletas, pero habían sido
rechazados por los mercenarios.
En el puesto de mando se presentó el capitán Conrado
Benítez Lores al frente de un batallón de Colón, Calimete y otras
poblaciones aledañas. Fernández le ordenó trasladarse al frente, y
que desalojara a un grupo que, según comentarios que habían llegado,
estaba atrincherado en la boca de la Laguna del Tesoro.
Inmediatamente después debía apoderarse y fortificar Pálpite y
Soplillar.
El batallón logró avanzar y sobrepasar la boca de la
Laguna, pero no pudo desalojar al enemigo de Pálpite.
Posteriormente llegó el batallón 227 de Unión de
Reyes, al mando del capitán Orlando Pérez Díaz a quien se le orientó
avanzar y reforzar al capitán Benítez.
Poco después de las 9:30 a.m. hizo su entrada en la
zona del Australia el batallón de la Escuela de Responsables de
Milicias.
Fernández explicó la importancia de tomar Pálpite y
a la segunda compañía, al mando del teniente Roberto Concedo León,
ordenó que desde Pálpite avanzara hacia Soplillar, desalojar al
enemigo y obstaculizar una pista existente en el lugar, y la
defendiera contra el posible descenso de paracaidistas.
Una arenga enérgica y optimista se escuchó en la voz
del jefe del puesto de mando. Exactamente a las 12:11 p.m. se
informaba que la misión había sido cumplida.
Desde horas tempranas, Fidel había dado la orden de
ocupar esas localidades con el objetivo de mantener una cabeza de
playa dentro de la Ciénaga. Con esta victoria, se aseguraba la
posibilidad de rápidas operaciones contra el invasor.
ATACAR PLAYA LARGA
"Parece que van a traer un cadáver —exclama alguien en los
terrenos del Australia". Minutos más tarde pasan a nuestro lado en
una camilla el cuerpo de un paracaidista. Está muerto y todavía
tiene el paracaídas ajustado a su cuerpo. Lleva el rostro tiznado de
negro. En su placa de identificación decía llamarse Koch.
Vestía uniforme de sapo, como les decían los combatientes a los
que se camuflaban con distintos tonos de verde.
"Éste es un mercenario que cazamos con la metralleta", me comenta
uno de los milicianos.
En horas del mediodía se recibe la orden de Fidel de que el
batallón de la Escuela de Responsables ataque Playa Larga. Se sabía
que era una operación delicada, por carecer de artillería, tanques y
armas antiaéreas y protección de aviación, lo cual era fundamental
para expulsar a los invasores de sus reductos.
Alrededor de la 1:00 p.m. comienza el ataque, aunque la aviación
enemiga se mantiene incesantemente sobre el batallón sin permitirle,
no obstante su valerosa conducta y esfuerzos, llegar a establecer
contacto inmediato contra las posiciones enemigas en Playa Larga.
AJUSTAR EL FUEGO
A las 4:30 p.m. de alguna parte surge Fidel. Lo acompañan Augusto
Martínez Sánchez y Flavio Bravo. También Osmany Cienfuegos, quien
viene de la capital cargado de mapas. En unión de Fernández, pasan a
un despacho improvisado donde se encuentran los mapas de
operaciones.
—En horas de la noche llegarán tanques y artillería de campaña
—informa Fidel.
En esos instantes hace su entrada en el Australia la artillería
antiaérea con el capitán José Álvarez Bravo al frente. Fidel se
mueve de un lado a otro. A grandes pasos y tocándose la barba,
imparte instrucciones.
—Augusto, quédate aquí en el Australia.
—Fernández, trasládate a Pálpite y establece allí el puesto de
mando. Hay que lanzar un ataque a la medianoche, para lo cual
contaremos con tanques, artillería y baterías antiaéreas.
Jesús Álvarez, un muchachito del batallón 339, cuenta a un grupo
lo que le ocurrió en horas de la tarde:
"Me batí cuerpo a cuerpo con un paracaidista que me habló en
español. ¿Saben lo que me dijo?: ‘No me mates, por tu madre.’ ‘Mi
madre —contesté—, está sufriendo por culpa tuya’, pero no lo maté."
Poco después de las 8:00 p.m. comienzan a arribar los tanques a
Pálpite. También llega Fidel.
Esta era una posición que había sido ganada y batida por la
aviación, los morteros y cañones enemigos. Minutos más tarde hacen
acto de presencia la columna especial de combate No. 1 del Ejército
Rebelde, encabezada por el comandante Harold Ferrer, y una compañía
de bazucas.
Fernández ordenó que comenzaran a ajustar el fuego sobre las
posiciones enemigas, con el objetivo posterior de realizar un
barraje preparatorio para el ataque. Los primeros en tirar serían
los cañones de 85 mm, y poco después lo harían los 122 y morteros
120.
Fidel, sin dejar de caminar, da instrucciones precisas:
—Bueno, mañana martes tiene que estar tomada Playa Larga.
El Comandante en Jefe va a montar en un jeep cuando se avisa de
la presencia de un avión enemigo.
—¡Que apaguen las luces! —ordena.
Pronto surcan el cielo las balas trazadoras de nuestras
antiaéreas. Las cuatro bocas vomitan tanto fuego que las naves
enemigas desaparecen. En esos instantes aparece el comandante Luis
Borges Alducín.
—Quédate por ahí y avísame cuando salgan los tanques —le dice
Fidel.
Apenas comenzó a ajustarse el fuego de artillería, el enemigo
replica con el fuego de contrabatería, con cañones de tanques,
cañones sin retroceso.
Uno de los proyectiles causa cuatro bajas entre los compañeros
que accionan una ametralladora cuádruple.
Después de varias correcciones, se ordena que las piezas de todas
las baterías hagan fuego, durante diez minutos, a la máxima
velocidad sobre las posiciones enemigas.
El grupo se encuentra cerca del criadero de cocodrilos, la
claridad natural del cielo llama la atención. ¡Nunca se habían visto
tantas estrellas! De repente se escucha la voz del líder de la
Revolución.
—Es necesario meter fuerzas por Cayo Ramona para cortarles el
paso por dentro de la laguna. El batallón 111 es el que debe ir.
Regresa Borges y da cuenta de que ya los tanques están en marcha.
—¿A quién tú crees que podamos mandar al frente de esa tropa?
—pregunta Fidel y sin esperar respuesta se dirige a Borges.
—¿Tú crees, dentista, que puedas ir?
—Sí —es la contestación breve y decidida.
—¿Y tú, Maciques (Abraham), no te encuentras muy cansado para
servirle de guía?
—No —es la otra respuesta.
Mientras tanto, el combate se hacía cada vez más violento. Desde
el puesto de mando se ven claramente las trazadoras calibre 50, los
morteros y armas de pequeño calibre que disparaban sin cesar. El
ataque sobre las posiciones enemigas se mantiene aproximadamente una
hora.
LA DESBANDADA
En las primeras horas de la mañana del día 18, se le ordena al
batallón de la Escuela de Responsables de Milicias y a la Columna 1
del Ejército Rebelde, retirarse y reorganizarse en el Australia,
pues se iban a introducir tropas frescas acabadas de llegar a la
zona de operaciones.
Al amanecer habían arribado los batallones de milicias 180 y 144.
Se dispuso que el 144, a las órdenes del teniente Leonel Zamora
Rodríguez, se moviera a toda velocidad por Soplillar, hacia Caleta
del Rosario y que allí consolidase posiciones para enfrentar al
enemigo, tanto por Playa Larga, como por Playa Girón, y cortar así
en dos el territorio.
Al 180, al mando del teniente Jacinto Vázquez de la Garza, se le
instruye que avance con los tanques por la carretera Pálpite-Playa
Larga y tome esta última en cooperación con una fuerza que, al mando
del teniente Palacios, rodearía al enemigo desde Buenaventura.
Alrededor de las 8:00 a.m., cuando las tropas comenzaban a
moverse contra las posiciones enemigas, aparece un grupo de civiles
que vienen de Playa Larga y portan una bandera blanca. Informan que,
ante la presencia de las fuerzas revolucionarias, el enemigo
abandonó la posición. El teniente Vázquez de la Garza regresa a
Pálpite para comunicarle a Fernández lo que acaba de conocer.
Ante la posibilidad de que algunos mercenarios quisieran rendirse
o que se tratara de una estratagema, se ordena que se tomen las
medidas oportunas. Al llegar al lugar se descubre que los invasores
habían abandonado Playa Larga.
Por la carretera, en camiones, vienen cerca de cien familias con
paquetes atados a los hombros. La evacuación recuerda estampas de
los documentales de otras guerras. Han sido prisioneros de los
mercenarios.
—Se están rindiendo —dicen—. Van hacia el mar.
Un barco semihundido se ve a lo lejos. Playa Larga se convierte
en pocas horas en un bastión inexpugnable, fuertemente artillado y
con una guarnición poderosa y entusiasta, lista para entrar en
combate.
Por indicaciones de Fidel, el capitán Fernández traslada hacia
aquí el centro de operaciones. Comienza el asalto final a Playa
Girón.
A NUEVE KILÓMETROS
Al puesto de mando llega el comandante Efigenio Ameijeiras, quien
conversa con el capitán Fernández sobre la situación.
A las 3:15 p.m. se da la orden de avanzar sobre Girón. A unos 23
kilómetros de Playa Larga, la aviación enemiga ataca la columna de
vehículos.
Un miliciano con una herida en el estómago y con quemaduras
debido al ataque aéreo es conducido a Playa Larga para prestarle los
primeros auxilios. A pesar de su estado delicado no cesa de repetir
"Patria o Muerte". Es estremecedor.
La carretera queda obstaculizada con los vehículos destruidos.
Cuando logran apartar los carros quemados, se continúa el avance
sobre el enemigo.
En horas de la noche se incorpora el Batallón de la Policía
Nacional Revolucionaria que escribiría una de las páginas más
brillantes en el enfrentamiento a los invasores.
Al oscurecer, las tropas se encuentran a nueve kilómetros de
Playa Girón.
El hoy general de división Samuel Rodiles era entonces el segundo
jefe del Batallón de la Policía. El 15 de abril, el Comandante en
Jefe lo manda a buscar al Punto Uno, junto con Efigenio.
Les da instrucciones de garantizar el orden y neutralizar junto
con la Seguridad a los elementos contrarrevolucionarios, si se
producía una invasión.
El general de división recuerda:
"El día 18, muy temprano, Fidel nos mandó a buscar nuevamente. Le
explicó a Efigenio que el Batallón de la Policía tenía que ir hacia
la zona de operaciones con la misión de impedir que los mercenarios,
que estaban en Girón, fueran de refuerzo a Playa Larga y los que
estaban en Playa Larga no se pudieran retirar para Girón.
"Nos planteó que de esa manera el enemigo se sentiría dividido e
inseguro porque al tener la fuerza revolucionaria en su retaguardia,
eso lo iba a desconcertar e impediría la cooperación entre ellos.
"Efigenio nos dio la orden de dejar el armamento pesado y llevar
subametralladoras y fusiles. Rápidamente se organizó el batallón y
se envió delante la compañía ligera de combate dividida en dos al
mando de los capitanes Luis Artemio Carbo y José Sandino,
respectivamente. La de bazucas se nos incorporó en Jovellanos".
Los recibe Efigenio, quien les informa que Playa Larga está
ganada y que la misión ha cambiado. Rodiles debe hacer contacto con
el Capitán Fernández para recibir las instrucciones.
"Al llegar a Playa Larga, Fernández ordena avanzar rumbo a Girón.
En primer lugar irán los tanques, detrás una unidad del Ejército
Rebelde, seguida de nosotros.
"Pasamos la noche en Punta Perdices. Antes del amanecer, Efigenio
me nombró Jefe del Batallón y me impartió instrucciones de que
avanzara. Quedó Marcelino Sánchez, como segundo jefe. Empezamos a
movernos."
Aproximadamente a las 4:00 a.m. del día 19, se ordenó iniciar el
fuego y comenzar el despliegue para el combate. En esta operación se
llegó a casi un kilómetro de Girón, donde había una fuerte oposición
de defensa por parte de los invasores que contaban con cañones sin
retroceso, tanques, ametralladoras pesadas e infantería.
Las posiciones de la artillería se situaron a cuatro kilómetros
de Girón: cuatro baterías de obuses 122, una de morteros 120 y una
de cañones 85. Los resultados fueron efectivos, y después de que los
invasores son neutralizados se ocupan numerosas armas pesadas.
Algunos de los capturados se interesaban en conocer el procedimiento
que se había utilizado para ajustar el fuego de tal modo que éste
les cayera encima continuamente.
Alrededor de la 1:00 p.m. el volumen de metralla de los morteros
mercenarios disminuyó ostensiblemente. Se comienza a preparar un
nuevo ataque con la intención de asaltar las posiciones.
Esto acontecía en un sector de las operaciones. Por la carretera
de Covadonga-Girón se encontraban tropas dirigidas por los
comandantes Filiberto Olivera, Pedro Miret, Félix Duque y el capitán
Emilio Aragonés. Desde Yaguaramas-Girón avanzan fuerzas a las
órdenes del comandante René de los Santos y el capitán Víctor Dreke;
por el camino paralelo a la costa marchan el comandante Raúl
Menéndez Tomassevich y el capitán Orlando Pupo, entre otros, que
también desempeñan una labor importante en la derrota de los
invasores.
FIDEL EN GIRÓN
El Jefe de la Revolución llega a Girón. Viene en un tanque. Como
la artillería sigue cañoneando, manda a decirle a Miret que deje de
tirar.
Fidel imparte órdenes y redacta el parte donde anuncia al mundo
la victoria sobre la invasión mercenaria.
"Después se dirigió al muelle, desde donde se veían dos barcos a
cierta distancia —precisa Rodiles—. Fidel empezó a encender y a
apagar las luces de una linterna. Me quedé pensativo y me dije:
"Usted verá..."
"Le pregunté por qué hacía eso y me contestó: "Para ver si se
equivocan, creen que son los mercenarios, los vienen a rescatar y le
caemos a cañonazos".
El Ejército Rebelde y la Milicia liquidaron la invasión. Se
capturaron 1 200 prisioneros. La historia de América Latina cambió
en 66 horas.
NO SE PUEDE DEMERITAR LA VICTORIA
Esa propia noche del 19 se hicieron algunos prisioneros y se
emplea casi todo el tiempo en organizar la defensa de Girón contra
posibles nuevos ataques.
Uno tras otro, aisladamente o en pequeños grupos, fueron
capturados casi todos los invasores; muchos creen que van a ser
fusilados de inmediato y piden favores. Otros no hacen más que
llorar y repetir que los han embarcado.
En dos días se capturan unos 700 que se entregan, agotados por el
hambre, la sed y sin escapatoria posible.
Comentamos lo que ha repetido el Jefe de la Revolución muchas
veces: "En el exilio, los mercenarios de toda laya se unirán con la
ayuda yanqui, con dinero yanqui y con armas yanquis para tratar de
derrotar la Revolución".
Aquí, son tratados correctamente por quienes los capturan.
Ningún prisionero es maltratado, ningún herido es dejado de
asistir, a ningún hambriento o sediento se le niega el agua o el
pan. En esto se es estrictamente respetuoso durante las operaciones,
independientemente del carácter de las acciones del enemigo.
No quiere decir que no afloren las pasiones. En los instantes en
que un número considerable de invasores es conducido hacia los
sitios habilitados en Girón, algunos miembros del Ejército Rebelde y
milicianos no se pueden contener y les dirigen algunos insultos a
los detenidos.
La reacción de Fidel es inmediata. Indignado, manda a reunir a
los combatientes. Se sube en una caja y desde allí se escucha a toda
voz:
"...Cojones, no los insulten; que no se puede demeritar la
victoria." |