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(19 de febrero de 2011)
Girón 50
La polémica Ventura-Varona
acabó en reyerta (XVI)
GABRIEL MOLINA
Una silla volando por el aire vino a posarse
sobre la anatomía de Carlos Prío Socarrás, uno de los últimos
politiqueros llegados a Miami para unirse a los planes de invasión a
Cuba.
 Masferrer
y Prío, otras dos “buenas piezas” en la polémica entre esbirros y
politiqueros.
Era el colofón de la polémica sostenida desde
semanas antes entre los esbirros de Batista Esteban Ventura y
Rolando Masferrer, y los de Allen Dulles, Tony Varona y Prío
Socarrás. Los primeros se autodenominaban "puros" y llamaban
"arribistas" y "arrepentidos" a quienes llegaron a las costas
floridanas después de ellos.
Los batistianos comenzaron a llegar a Estados Unidos
desde el mismo Primero de enero de 1959. Y pronto fueron bien
recibidos. Se les reconocían sus méritos. Los otros fueron después.
Ventura no hacía distingos entre Tony Varona y Miró
Cardona. La causa del irrefrenable disgusto de los batistianos era
que los recién llegados se habían apoderado de los fondos
suministrados por el gobierno de Estados Unidos y manejados a través
de la CIA. Incluso más sustanciosos que los recibidos por ellos.
Uno de los periódicos batistianos, en los días
previos a la reyerta, la emprendía contra el grupo formado por la
CIA como fachada dirigente de la invasión que se preparaba.
"El Frente Revolucionario Democrático está en la
agonía —decía el periodiquito batistiano. Su 'coordinador' (Tony
Varona) se esfuerza por hacerlo reaccionar, viaja a Washington, a
Nueva York, a Guatemala. Toca en todas las puertas. Hace
invitaciones a los que antes cerrara por considerarse el dueño de
'La llave de los rayos', pero hay una verdad. El FRD se ha ganado ya
el R.I.P.". Y agregaba más adelante: "Todo ello unido al desenfreno
en el manejo de los cuantiosos fondos que se le pusieron en las
manos, los que solo han sido utilizados para crear el divisionismo,
entorpecer la lucha anticastrista y proporcionar la vida cómoda y
confortable a un grupo de favoritos que han estado viviendo —y aún
viven en el exilio—, en mejores condiciones económicas que las que
antes disfrutaban en Cuba."
La nota periodística seguía la más depurada técnica
del chantaje. Brindaba la información real que poseía, pero sin
entrar en detalles, para que se supiera que se estaba dispuesto a
soltarlos si no había reacción crematística.
Efectivamente, Tony Varona había tenido que viajar a
Guatemala para tratar de acallar las protestas por haber situado la
CIA a ex militares batistianos al frente de la brigada invasora, a
pesar de que él mismo desconfiaba de ellos. Y lo habían obligado a
viajar a Nueva York y Washington, porque el gobierno norteamericano
le imponía aceptar a Miró Cardona por encima de él y a que incluyese
en la nómina a Manuel Ray, un conocido desertor, quien fuera
ministro de obras públicas. Como integrantes estos dos últimos del
primer gabinete de 1959 en Cuba, parecía a la nueva administración
de Estados Unidos que el grupo se hacía menos cuestionable.
No era cierto lo de la vida "cómoda y confortable"
que llevaban estos con los generosos cheques de la CIA, que invertía
varios millones de dólares en el proyecto. Solo que en la otra acera
el tejado era de frágil cristal.
A la llegada de los "líderes" para el acto convocado
en una nave acondicionada con sillas de tijera por el FRD, los
batistianos se apostaron en la calle para recibirles con rechiflas.
Discusiones y bofetadas estallaban antes de que la policía yanki
interviniese para restablecer el orden a garrotazos.
Adolorido física y mentalmente, Prío negaba en sus
palabras que el acto se hubiese convocado para dividir. El resumen
lo hacía Miró Cardona, quejándose también del incidente, y terminaba
con su habitual estilo ampuloso: "La historia impoluta pasará de
comunión en comunión, mientras haya mujer cubana que sostenga el
cáliz de la procreación..."
Pero la pugna, desde luego, no era solo entre
batistianos y no batistianos. Se trataba de algo más y así lo
definía Lomberto Díaz, ex ministro en los gobiernos auténticos y
jefe de la organización de Tony Varona en Cuba hasta que huyó del
país. Junto a César Lancis y otros, Lomberto declaraba enjuiciando
la conducta de su jefe Tony Varona: "Con dolor asistimos al
deplorable espectáculo que ofrecen hombres que, desconectados de la
realidad cubana, se entregaron a una frenética lucha por el poder
personal..."
Así eran los "demócratas que iban a liberar a Cuba".
Conociéndolos bien, Fidel los enjuició así: "Lo más que se les ha
ocurrido en su vida es ir allá de mendigos al Gobierno yanki a
pedirles dinero y a pedirles armas, y a buscar al FBI y a la CIA,
los esbirros yankis, para que les faciliten armas y les hagan planes
y les preparen campañas terroristas... ¿Esos son los hombres que van
a venir a derrocar al pueblo armado? ¡No nos hagan reír!... Porque
ese gobierno de mercenarios no les dura (en Cuba) ni 24 horas."
DISCREPANCIAS DEL SENADOR FULBRIGHT
En esos mismos días, en Washington, el presidente
Kennedy invitaba a James William Fulbright, presidente de la
Comisión de Relaciones Exteriores del Senado de Estados Unidos, a
pasar con él la Pascua de Resurrección en Palm Beach. Ambos eran
católicos.
Al conocer la invitación, Fulbright redactó un
memorándum ayudado por Pat Holt, miembro de su equipo de trabajo, el
que entregó al Presidente al abordar el avión que los llevaría al
sur, cerca de Cuba.
El memorándum, contentivo de los puntos de vista del
Senador, expresaba: "La cuestión de la política de Estados Unidos
respecto a Cuba, supone escoger entre dos posibilidades prácticas:
"1) Derrocamiento del régimen de Castro.
"2) Tolerancia del régimen de Castro, combinada con
esfuerzo para aislarlo y separar el resto de América Latina de él.
"Puede añadirse una tercera posibilidad —modificar
al régimen de Castro. Pero Castro ha tenido muchas oportunidades de
modificarlo y las ha rehusado, por lo cual este curso parece más
teórico que real. Tal vez, sin embargo, no debe ser rechazado hasta
que el Presidente esté conscientemente satisfecho, a través de
cualquier canal privado adecuado de que no es posible seguir este
curso".
Más adelante, Fulbright añadía: "No se puede contar
con un colapso del régimen de Castro o su derrocamiento violento,
sin la ayuda de fuerzas internas.
"Casi a diario, sin embargo, la prensa trae relatos
y en algunos casos fotos, de los exiliados cubanos sosteniendo
entrenamiento militar en bases secretas en la Florida o en algún
lugar del Caribe, o en Guatemala, para una invasión a Cuba. Es un
secreto a voces que el gobierno de Estados Unidos ha presionado a
los exiliados a unirse y que Estados Unidos está apoyando, o al
menos tolerando, actividades en su suelo con el objetivo de retornar
a Cuba..."
Después de analizar los pro y los contra —para
Estados Unidos— de cada uno de los posibles cursos de acción
respecto a Cuba, Fulbright afirmaba:
"Debe también afrontarse la perspectiva de que una
invasión a Cuba por exiliados encontraría una formidable resistencia
que los exiliados, por sí solos, no serían capaces de vencer.
Entonces surgiría la cuestión de si Estados Unidos desearía dejar
caer el intento (en la probable esperanza de que pueda ser ocultado
el papel jugado por Estados Unidos) o si los Estados Unidos
responderán con la progresiva asistencia necesaria para asegurar el
éxito. Esto incluiría en última instancia el uso de fuerzas armadas,
y si llegamos a eso, incluso encubiertos en la legitimidad,
echaríamos a perder el trabajo de 30 años tratando de hacer olvidar
las tempranas intervenciones..."
Las ideas de Fulbright suscitaron más preocupaciones
en el recién estrenado Presidente. Kennedy sabía que a Fulbright no
le faltaba razón, pero.... |