Portada

Recuerdos de Girón

 Comunicados de Fidel al pueblo

 Galerías

(11 de febrero de 2011)

Girón 50

Aquella polémica en Miami (XIV)

GABRIEL MOLINA

Una pintoresca polémica se estaba desarrollando en Miami durante los últimos días de enero y los primeros de febrero de 1961, cuyo resultado no es difícil de identificar en nuestros días. Los personajes parecían extraídos de una tragicomedia. Se trataba de Esteban Ventura Novo y Tony Varona.

El primero se había hecho famoso por su vocación de criminal, por la sangre fría con que asesinaba revolucionarios en tiempos de Batista. Los primeros pasos de Ventura lo caracterizaron como represor de las manifestaciones estudiantiles bajo la severa mirada del Alma Máter. Se podría decir que no tuvo ningún padrino. Sin ayuda de nadie, de asesinato en asesinato, fue ganando los grados con que Batista lo premiaba. De teniente a coronel en solo dos años.

Ventura vs. Varona: el esbirro y el politiquero.

En los últimos años de la tiranía, casi a diario su figura alta y espigada, enfundada en un almidonado traje blanco dril 100 o en su azul uniforme, bigotillo cuidadosamente cortado, irrumpía en las primeras páginas de los periódicos junto a un grupo de revolucionarios detenidos o abrazados a un charco de sangre. La más pública de sus hazañas fue el crimen monstruoso de Fructuoso Rodríguez, José Machado, Juan Pedro Carbó Servia y Joe Westbrook, en Humboldt 7.

Ventura se ensañó particularmente con ellos como venganza por el asalto al Palacio Presidencial, organizado por el Directorio Revolucionario. Y tal vez por el recuerdo de aquella mañana aún siendo teniente, en que franqueó las puertas del hospital Calixto García persiguiendo a los estudiantes. En su afán, el ya conocido esbirro ingresó en uno de los locales del internado. De repente, Juan Pedro Carbó salió del interior de un armario —donde se había escondido— y accionaba el índice y el pulgar, como los niños cuando juegan a los policías y ladrones para simular que portan una pistola, a la par que lo conminaba a rendirse.

Sorprendido por la inesperada y desdeñosa broma, Ventura casi deja caer su arma del susto. Montó en cólera y le gritaba histéricamente:

—¡Te voy a matar, Carbó...Te voy a matar!

Con aquel desenfado que lo caracterizaba, burlándose del destello de temor del represivo, Carbó le contestaba riendo:

—No vas a matar a nadie, Ventura, tú eres una...

Tony Varona, en cambio, era un político profesional, ex primer ministro, ex presidente del Senado, famoso hasta entre los oficiales de la CIA por sus escasas luces mentales. Howard Hunt, el espía norteamericano subordinado a David Attlee Philips en los planes contra Cuba, ha relatado en su libro Give us this day las comprometidas situaciones en que lo colocaba esa característica de Tony. Era tanta su torpeza que se le conocía como Pony. Aquí y allá.

Ventura estaba indignado con Tony porque este lo había vetado públicamente para formar parte en las filas de la CIA contra la Revolución cubana. Esa distinción provocó que el esbirro se dirigiera en carta pública al favorito de la Compañía en esos momentos: "diríamos que los que ocupábamos posiciones destacadas en los cuadros de las fuerzas armadas de nuestro país somos los verdaderos veteranos anticomunistas, porque fuimos los primeros en combatirlos".

Después de esa singular profesión de fe, Ventura pasaba a contar una parte de la historia de Varona. Le relacionaba varios asesinatos cometidos en los gobiernos de los cuales Pony fue un conspicuo dirigente. Mencionaba el crimen de los estudiantes Masó y Regueyro; de la impunidad para matar concedida a ciertos grupos gangsteriles; el cuarto de tortura forrado de corcho del Buró de Investigaciones y le decía que las manos de Tony no solo estaban manchadas de sangre, sino también de oro, por haber participado en la falsa incineración de 40 millones de pesos, cantidad de la que se apropió un grupo en el gobierno de Carlos Prío, encabezado por su hermano y ministro de Hacienda, Antonio Prío.

Mientras acusaba a Varona, se burlaba del tirano que al huir lo dejó embarcado en Cuba: "¿Qué pensaba el doctor Tony Varona acerca de sus obligaciones como premier del gobierno cuando aceptó, tácitamente, la concesión de amplias facilidades al famoso traficante de drogas Lucky Luciano, para que pudiera hacer de La Habana su base de operaciones para toda la América Latina? Esto también produjo oro, doctor Tony Varona, oro que bañó las manos de varios funcionarios del régimen del que era usted premier. El soborno, la ‘botella’, el despilfarro, la dilapidación de los fondos públicos, sentaron sus reales en Cuba, doctor Tony Varona, no precisamente en la época de los manchados por usted sino de los ‘inmaculados’ gobiernos que precedieron al del cobarde que huyó en la madrugada del 1ro de enero... no divida a los cubanos por delitos, sino por épocas... si por delitos los va a arrojar del ‘templo de los puros’, le aseguramos que se le quedará el templo vacío."

En Miami y Guatemala, la polémica VV, Ventura vs. Varona, cuya esencia era la participación de los batistianos en los planes de invasión a Cuba, se generalizaba y amenazaba con poner en peligro la aventura.

El desarrollo de los hechos le estaba dando la razón al esbirro sobre el politiquero. La CIA prefería a los batistianos en sus filas. La CIA pensaba como Ventura: los primeros anticomunistas habían sido los es-birros. Pero no se trataba de que Tony vetase a todos los batistianos. La cuestión era con ciertos batistianos como Ventura. A otros, como Calviño y el chino King, se les había aceptado. Pero la presencia de Ventura Novo era demasiado escandalosa.

Arthur Schlesinger, consejero del presidente Kennedy además de escritor, admitió más tarde esa preferencia, adornándola con razones tácticas: "Los consejeros norteamericanos se impacientaban ante lo que consideraban sutilezas políticas. Ellos preferían hombres con experiencia militar profesional (del ejército de Batista) como Pepe San Román que había sido entrenado en Fort Belvoir y Fort Benning, en Estados Unidos, en los que se podía confiar para cumplir las órdenes dadas."1

En realidad eran los oficiales batistianos quienes tenían experiencia militar, aunque en la Sierra Maestra no les valió de nada.

Como pantalla de la agresión, la CIA había formado en junio de 1960 un llamado "Frente Revolucionario Democrático", en que agrupó a cinco de los principales cabecillas. Uno de ellos era Tony Varona, quien se apresuró a declarar cuando fue escogido que se devolverían los bienes confiscados por el régimen de Castro a sus propietarios americanos y cubanos. Pero el control de la CIA originó resentimientos dentro del mismo frente, apuntaba Schlesinger. En septiembre la CIA designó a Tony Varona coordinador del grupo, lo cual provocó la renuncia de uno de los miembros, Aureliano Sánchez Arango, antiguo ministro de educación y de relaciones exteriores en el gobierno de Prío, al que también perteneció Tony Varona.

Esa tormenta pasó. Pero en los campos de entrenamiento se reflejaban estas pugnas al acaparar los batistianos las jefaturas. Los parciales de Tony Varona y de Manuel Artime, jefe político de la brigada, reclamaban la presencia de ambos en Guatemala para exponerles personalmente las quejas. Esas y las del trato despectivo que les daban muchos de los instructores norteamericanos. Pero a los "dirigentes" del frente la CIA no les permitía visitar los campos de entrenamiento de Retalhuleu, y estaban obligados a aceptar las órdenes o se les cortaban los jugosos ingresos.

Mas la situación hizo crisis y a despecho de la opinión de los jefes de la CIA en los campos de entrenamiento, en Washington se decidió autorizar a Tony Varona y Artime a trasladarse allí para tratar de resolver el problema. Pero en la jefatura de la CIA no se permitían veleidades, pues para eso pagaban todos los gastos, incluso la vida acomodada y los periplos por América y Europa de los cabecillas. Se dieron instrucciones a Howard Hunt de que los condujese a la base de entrenamiento en Guatemala y que redujese a todos a la obediencia.

Hunt era un viejo amigo de Miguel Ydígoras, el presidente de Guatemala. Cuando la CIA organizó y ejecutó en Guatemala el plan contra el presidente constitucional Jacobo Arbenz en 1954, Hunt era el jefe de acción política. Oficial de inteligencia desde los viejos tiempos de la Organización Servicio Secreto (OSS), tenía el orgullo de haber sido felicitado incluso por Eisenhower en el operativo de 1954. Los Varona y Artime de aquella aventura fueron los coroneles Carlos Castillo Armas y, precisamente, Miguel Ydígoras. Hunt llevó a Varona y Artime a ver al presidente Ydígoras, quien se caracterizaba por sus excentricidades, como la muy comentada ocasión en que se puso a bailar la suiza ante las cámaras de televisión.

Varona debía agradecimiento a Ydígoras por haber cedido el territorio de Guatemala para instalar los campos de entrenamiento. Ydígoras debía agradecimiento a Varona por haber utilizado a los hombres de la futura brigada 2506 en sofocar la revuelta militar contra el gobierno, algo más de dos meses antes. Pero ambos sabían que en realidad debían esos favores a la CIA, y para respaldar intereses de Estados Unidos, Hunt narró la entrevista de Ydígoras y Varona que seguramente fue deliciosa.

Varona puso su voz más engolada que de costumbre y trató de imprimir sinceridad a sus palabras en un retórico discurso. Pero Ydígoras dictaba un memorándum a su secretaria mientras el ex premier disfrazado de libertador hablaba. En definitiva ya había desempeñado ese papel y lo conocía bien. Hunt escribiría irónicamente después que fue una prueba del talento de Ydígoras para hacer dos cosas a la vez. El futuro "plomero" de Watergate fue noticia en los años 70 por haber dirigido la operación de espionaje de Nixon contra el cuartel general del Partido Demócrata en Washington, usando a los mismos individuos de origen cubano que cuando los planes de invasión. En Retalhuleu, Varona no tuvo más remedio que atenerse a las instrucciones de Hunt y calmar a sus amigos. Aunque varios de ellos ya habían sido puestos tras rejas en la selva guatemalteca.

Esas preferencias por los batistianos no dejaron de reflejarse, incluso con matices más intensos, en los congresistas de origen cubano que lideran las conspiraciones contra Cuba, en los últimos años encabezados por Ileana Ros Lehtinen y los hermanos Díaz-Balart, hijos y nietos de altos funcionarios del régimen de Batista, muy ligados a él.

1 Arthur M. Schlesinger: Los mil días de Kennedy, Ayma Sociedad Anónima, Barcelona, 1966, p. 179.

Subir