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(18 de noviembre de 2010)
Girón 50
Béisbol y Guerra Fría (IV)
Gabriel Molina
Ni siquiera el
béisbol escapó a la implacable guerra iniciada por Estados Unidos
contra Cuba, desde hace medio siglo.
El
equipo cubano ganó el campeonato
de la liga Internacional y después se coronó también en la Pequeña
Serie Mundial, al vencer al Minneapolis Millers, campeón de la otra
liga Triple A, la American Association. Gene Mauch, manager de los
Millers, quien aparece entre Fidel y Guerra Matos, desmintió
versiones de que jugaron intimidados.
El 26 de julio
de 1959, a seis meses del triunfo de las armas, el 6to. aniversario
del Asalto al Cuartel Moncada coincidió con un juego de la Liga
Internacional, categoría Triple A, entre los Cuban Sugar Kings y
Alas Rojas de Rochester. Oleadas de campesinos fueron invitados a la
capital para conmemorarlo y Fidel llamó a asistir al de la víspera.
El Ejército
Rebelde compró 10 000 entradas para los campesinos y soldados. Pero
en la euforia de la conmemoración, a las 12 de la noche, algunos
dispararon tiros al aire y una bala al descender —se dijo—, rozó a
Frank Verdi, del Rochester, coach en tercera base y otra a Leo
Cárdenas, torpedero local. Los jueces suspendieron el encuentro.
Muchos en Cuba pensaron que la suspensión fue parte de la conjura,
pues el gobierno de Eisenhower ya había comenzado a tomar medidas
hostiles.
Los
revolucionarios triunfantes en enero de 1959 habían tratado de
llevar a cabo su programa sin hostilidad hacia Washington. Pero el
tinte conservador del gobierno presidido por el juez Urrutia tendía
a impedir medidas radicales, y en febrero 13 de 1959 Fidel Castro
asumió el cargo de Primer Ministro, en sustitución de José Miró
Cardona, quien poco después sería designado como uno de los líderes
de la oposición que organizaba Washington.
La radical Ley
de Reforma Agraria que el nuevo gobierno promulgó a los tres meses,
en mayo 17, atrajo enseguida una serie de represalias de Washington,
ya que lesionó sobre todo intereses de la United Fruit. Desde abril
de 1959 ya el vicepresidente Nixon había convencido al Presidente de
que Fidel era "peligroso" para los intereses de Estados Unidos. En
julio, ante la actitud de Urrutia, Fidel renunció. El 23 un paro
general del país obliga en pocas horas a la renuncia del presidente,
quien es sustituido por Osvaldo Dorticós y Fidel se reintegra al
premierato.
Días antes, el
20 de julio, un diario de Rochester ya se unía a las campañas con un
editorial titulado "El desmoronamiento de Castro", donde se afirmaba
que los turistas y empresarios se estaban alejando de este país. Que
los Sugars perdían dinero y que Maduro planeaba venderlo. Fidel
reiteró su promesa de sufragar las deudas para mantenerlo en la
Liga, pues era importante para el deporte y la recreación de Cuba.
Entretanto,
Washington ya había concebido un plan subversivo y la CIA pasó a
reclutar agentes masivamente en Cuba y por doquier, para sabotear la
Revolución. Una semana antes del juego, el 21 de julio, George
Beahon, que cubría al equipo para el diario Rochester Democrat and
Chronicle, pretendía adivinar: "el domingo 26 de julio, fecha de
aniversario de la revolución, promete ser excitante si no azaroso.
El jefe Castro ha llamado a 50 000 ciudadanos a invadir La Habana
desde las provincias y viajar con sus machetes. El sentimiento
general de los cubanos es que los americanos son hipercríticos del
gobierno revolucionario en una medida tal que un poco de ron y
afilados machetes empuñados, pueden crear un serio incidente
internacional".(1) Era el aspecto propagandístico
del plan.
Al ocurrir el
incidente en la madrugada del 26 de julio, George Sisler, director
general del equipo hizo un precipitado llamado al presidente del
club, Frank Horton, quien les ordenó regresar.
El escritor
Howard Senzel, testimonia que la prensa de Estados Unidos, lejos de
reconocer esta actitud, hacía creer que se trataba de cambiar al
fútbol las preferencias del pueblo cubano. Investigó el incidente y
llegó a sospechar que fue preparado y se exageró su importancia, a
pesar de que nadie fue herido seriamente y de las disculpas enviadas
por Felipe Guerra Matos, director de Deportes.
El cinco de
septiembre del mismo 1959, Horton anunciaba que no volvería a Cuba y
otros seis clubes dijeron lo mismo. Sin embargo, el campeonato
continuó hasta el final a despecho de la campaña.
El aliento
brindado por la Revolución al béisbol fue mucho. Los Cubans
terminaron en primer lugar en la Internacional y después, en
octubre, se coronaron campeones en la Pequeña Serie Mundial. No se
podía admitir tal éxito. La Guerra llegó al béisbol: el 8 de julio
de 1960, el nuevo Secretario de Estado, Christian Herter hizo
presión y tras una reunión en Washington con Ford Frick, comisionado
de las Grandes Ligas, se decidió transferir la franquicia de La
Habana a Jersey City, pues "el clima en Cuba ya no es saludable para
nuestro pasatiempo nacional". (2) Al dar a conocer
la noticia, Horton se justificó con la necesidad de proteger a los
peloteros por la situación allí. Cuando un periodista le preguntó a
cuál situación en Cuba se refería respondió: Bueno, lo que dicen que
pasa en Cuba.
Senzel considera
ingenuo pensar que los servicios secretos norteamericanos no estaban
mezclados en el plan del béisbol, ya que este resultó el último
juego de un equipo de Estados Unidos en Cuba. El despojo de la
franquicia pretendía condicionar la opinión pública. El Gobierno
cubano, los medios, las instituciones y el dueño del club,
protestaron y alegaron que la presencia de Cuba brindaba la
verdadera característica internacional de la Liga. Pero todo fue
inútil. Ya estaban en marcha los planes para invadir a Cuba y se
preparaba justificarla con una declaración en agosto de 1960 de la
Octava Conferencia de Cancilleres, en Costa Rica, so pretexto de una
alegada injerencia de la URSS, que se materializaría con la invasión
por Playa Girón en abril de 1961.
En el deporte se
completó la agresión con la medida de que no podría jugar ningún
cubano en el "béisbol organizado" sin romper con su gobierno, pues
las leyes del bloqueo impiden que sean remunerados. Medio siglo
después aún existen esas sanciones.
(1)Howard
Senzel. Baseball y la Guerra Fría Harcourt Brace Jovanovich, USA,
1977. Pág. 76
(2)Howard
Senzel Ibid. Pág. 123 |