Y en realidad revoluciones en el mundo ha habido muy
pocas. La palabra incluso ha llegado en ciertas circunstancias a ser
antipática por los hechos que bajo su manto se han tratado de cubrir,
pero en verdad, que como todos nosotros sabemos por lo que hemos
estudiado de historia, revoluciones en el mundo, es decir, cambios
verdaderamente profundos y justos ha habido muy pocos [...]
Una revolución implica cambios, cambios que
necesariamente chocan con el estado social existente y naturalmente que
concita contra sí toda una serie de fuerzas poderosas, las fuerzas de
los que han estado detentando el poder y los privilegios, las cuales
lógicamente tratan de defender por todos los medios posibles esas
ventajas que han estado disfrutando; no se resignan tranquilamente a
perderlas, y los que conocen la historia de las revoluciones saben de
las tremendas dificultades que han tenido que vencer para llegar a ser
realidades, para obtener en muchas ocasiones una parte siquiera de lo
que pretenden, porque son muchos y muy poderosos los intereses que se
oponen a ella, y particularmente en nuestro caso cubano, porque contra
nuestra Revolución no solo se concitan intereses internos, que los hay,
no debemos cegarnos, y aunque nos duela tenemos que reconocer que contra
ella se concitan poderosos intereses internos, no por el número, sino
por sus recursos, por su influencia, por su maña e incluso porque
cuentan a su favor con todas las ventajas que implica el estado de
ruina, de incultura y los malos hábitos y vicios que durante años,
decenas de años, y en ocasiones siglos, han sembrado en los pueblos. Y
contra nuestra Revolución se concitan intereses extraños a la nación;
puede decirse que se concitan todos los intereses que en los demás
pueblos de nuestro continente temen a una revolución como esta, temen el
triunfo de una revolución como esta. No porque cuando nosotros hagamos
una ley revolucionaria los estemos perjudicando en sus propios
intereses, sino porque la nación cubana está dando un ejemplo, porque
todos los pueblos de América tienen puestos sus ojos en la nación
cubana.
[...] No dejamos de comprender dónde está la razón de
los que pagan las campañas que van contra la Revolución, movilizan
recursos contra la Revolución, inventan argumentos contra la Revolución
y comienzan a asociarse ya con los criminales de guerra, y en esto no
invento, pero basta saber, ya no por informaciones que tenemos en
nuestro poder, sino observando las coincidencias cada vez más señaladas,
de las actitudes cada vez más audaces de los que dentro y fuera de la
patria quieren que esta Revolución fracase. [...]
Cuando se hace una ley revolucionaria y justa donde el
Estado empieza por dar sus tierras a los propios campesinos, donde el
Estado, prácticamente, se queda sin tierras–si se exceptúan las
destinadas a la reserva forestal o algunas otras con fines de beneficio
nacional–, si se hace una Ley Agraria para recobrar incluso muchas de
las tierras que le robaron al Estado, si se hace una Ley Agraria también
para recuperar las mejores tierras de la nación en manos extranjeras
[...]si gracias a esa reforma cientos de miles de campesinos van a
disfrutar de la propiedad de la tierra, a esa ley que todavía deja
considerable capacidad de tierra en manos privadas, se le califica de
una ley antidemocrática, de una violación a los principios de la
Constitución de la República, y se hacen campañas contra nosotros [...].
A Trujillo, a Somoza, a los criminales, a los grandes dictadores, a esos
no se les dedica campaña, esos son prohombres de la democracia.
Esos son prohombres de la libertad, esos son prohombres
de los sagrados derechos de la propiedad; nosotros somos totalitarios,
enemigos de la democracia, enemigos del derecho de propiedad, pero vale
decir dos cosas:
En primer término, cómo no calificaron de totalitaria la
Constitución de 1940? Porque la Constitución de 1940 decía que la ley
prescribe el latifundio y la ley señalará un máximo de extensión de
tierra para determinar cada tipo de cultivo agrícola industrial. La ley
señalará el máximo de extensión de tierra, mas como nunca la ley señaló
el máximo, la Constitución era democrática, mas cuando se señala el
máximo, como el máximo que se señaló no era de treinta mil caballerías
sino de treinta, ¡ah! entonces la Constitución, la ley, no es
democrática. La cuestión no estaba en la ley, la cuestión estaba en el
límite. Si la Revolución hubiese establecido lo que venía bien a los
grandes trusts extranjeros y a los grandes intereses de unos pocos,
entonces esa hubiese sido la ley más democrática del mundo; si en vez de
un tres y un cero, hubiésemos añadido dos más, tenga la seguridad de que
ahora en vez de ser calificado el gobierno de totalitario y de
antidemocrático, de abusador; de violador de la Constitución y de los
sacratísimos derechos de esos intereses, yo estaría condecorado a estas
horas por los latifundistas [...]
Estas tierras no son solo de nosotros, no son solo de
los que hoy vivimos en Cuba, y sería egoísta pensar que la tierra es de
los seis millones que vivimos hoy, porque todos nosotros, aunque no
queramos, más tarde o más temprano, habremos desaparecido, y detrás de
nosotros vendrán otras generaciones; estas tierras no son solo de
nosotros, y mucho menos de unos cuantos de nosotros; estas tierras
pertenecen también a las generaciones venideras, tendrán que vivir de
ellas los doce millones del futuro [...]
(En el encuentro con abogados el 8 de junio de 1959.
Tomado del periódico Revolución)