En horas de la mañana del sábado 2 de mayo de 1959,
el Comandante Fidel Castro hace entrada en la sede de la Conferencia
de los 21 en Buenos Aires. Un murmullo de nerviosa expectación
quebró el usual empaque diplomático mientras Fidel con grave
semblante, se encaminaba hacia su puesto.
Cuando se aquietaron los rumores, habló el canciller
argentino Florit: —Queda abierta la sexta reunión plenaria de la
comisión especial para estudiar la formulación de las nuevas medidas
de cooperación económica.
—En mi carácter de presidente de esta reunión,
prosiguió Florit, tengo el alto honor de expresar el sentir unánime
de los delegados al recibir entre nosotros al señor delegado de
Cuba, doctor Fidel Castro. Y poco después dio la palabra al líder de
la Revolución cubana
El héroe de la Sierra se puso de pie con las manos a
la espalda. Empezó a hablar pausadamente, espaciando las frases,
apenas sin levantar el volumen de la voz.
—Señor presidente, señores delegados: Quiero antes
que todo, pedir una excusa, por haber roto la norma de hablar
sentado, por no habituarse a mi estilo y sentirme mejor de pie.
Además, por la invasión de reporteros y periodistas, me sería
imposible ver al resto de la delegación.
No he traído un discurso escrito, he preferido
correr los riesgos de hablar con toda espontaneidad y sinceridad. A
veces la máquina de escribir traiciona el pensamiento, y como
tenemos confianza en las verdades que ya se hacen evidentes en la
conciencia de nuestro continente, es por lo que no debemos vacilar
en expresarlas con toda claridad. Soy aquí un hombre nuevo en este
tipo de reunión, somos además en nuestra patria, un gobierno nuevo.
Y tal vez por eso sea también que traigamos más frescas las ideas y
la creencia del pueblo. Es porque sentimos todavía como pueblo que
hablamos aquí como pueblo y como un pueblo que vive un momento
excepcional de su historia, como un pueblo que está lleno de fe en
sus propios destinos.
Vengo a hablar aquí con la fe de este pueblo y con
la franqueza de ese pueblo. Habiendo escuchado atentamente los
discursos que aquí se han pronunciado, habiendo leído u oído todos
los que se pronunciaron anteriormente hemos encontrado en ellos
realmente magníficas piezas oratorias, magníficos pronunciamientos,
evidentes verdades. No hay duda de que en las conferencias
internacionales, el pensamiento de los hombres capacitados de
nuestro continente, ha sabido, por lo general, enfocar las
cuestiones que afectan a los intereses de América. No hay dudas de
que tenemos claridad mental suficiente para analizar y comprender
nuestros problemas.
No hay dudas de que hacemos enfoques claros, de que
encontramos soluciones. El fallo está en que realmente muchas veces
no se convierten en realidades. Las conferencias internacionales se
convierten por esta razón en meros torneos oratorios. La
consecuencia de ellos, y debo decirlo aquí con entera franqueza, es
que los pueblos apenas si se enteran de las cosas que se discuten en
las conferencias internacionales. Los pueblos apenas si se preocupan
por las cuestiones que se discuten en las conferencias
internacionales. Los pueblos apenas si creen en las soluciones a que
se llegue en las conferencias internacionales. Sencillamente no
tienen fe. Y no tienen fe porque no ven realidades. Y no tienen fe,
porque las realidades muchas veces están en contradicción con los
principios que se adoptan y se proclaman en las conferencias
internacionales. No tienen fe porque hace muchos años que los
pueblos nuestros están esperando soluciones verdaderas y no las
encuentran. Debemos pues, partir de esta realidad. Debemos empezar
por reconocer que los pueblos de América Latina han perdido su fe en
los organismos internacionales que representan a sus respectivos
países porque muchas veces incluso los intereses nacionales no están
bien representados en estas conferencias. Y que por tanto se hace
necesario despertar la fe de los pueblos y la fe de los pueblos no
se despierta con promesas, la fe de los pueblos no se despierta con
teorías. No. La fe de los pueblos no se despierta con retóricas, la
fe de los pueblos se despierta con hechos; la fe de los pueblos se
despierta con realidades; la fe de los pueblos se despierta con
soluciones verdaderas. Nosotros debemos tener muy en cuenta, que el
más terrible vicio que se puede apoderar de las conciencias de los
hombres y de los pueblos es la falta de fe y la falta de confianza
en sí mismos. Nosotros debemos plantearnos aquí muy sinceramente las
posibilidades que tenemos de influir de una manera decisiva en la
solución de nuestros problemas; precisamente mediante el esfuerzo
unido de todos los pueblos de este hemisferio, mediante la
coincidencia de criterios, ya que coincidimos plenamente en
necesidades, ya que coincidimos plenamente en aspiraciones, en los
planteamientos de los pueblos de la América Latina.