No se imaginan la clase de pueblo que es el pueblo cubano

(Fragmentos del discurso pronunciado por el Comandante Fidel Castro Ruz, Primer Ministro del Gobierno Revolucionario, en el resumen de la asamblea extraordinaria de los empleados de la compañía cubana de teléfonos, para respaldar las nuevas tarifas telefónicas y la intervención, efectuada en el teatro de la CTC, el 6 de marzo de 1959)

[...] Siempre hay el impaciente que cree que esto es un paseo de rosas, que esto es una tarea fácil. Hay mucha gente que tiene en la cabeza un poco de lo que le enseñan a través de las novelas, en los cuentos de hadas y en las películas, que todo siempre termina bien y todo siempre parece muy fácil, y no tiene ni la menor idea de las dificultades con que se tiene que encontrar un gobierno [¼ ] Y, además, una república que se edificó sobre cuatro siglos de colonia. Y sobre esa base que ni siquiera fue removida, porque aquí, cuando el país logró su independencia tuvo que edificarla sobre la base de la colonia, sin destruir aquellos cimientos; sobre una base colonial creció este injerto republicano que a nosotros nos ha tocado ahora gobernar, por suerte, con la colaboración del pueblo, sin la cual estimo que sería virtualmente imposible esta tarea [...]

[...] Naturalmente que esto no le ha hecho mucha gracia a nadie. Mejor dicho, no a nadie, no le ha hecho mucha gracia a todo el mundo, sobre todo por allá por el Norte [...] Yo no me explico: si movemos un dedo aquí, inmediatamente tiene que ver todo el mundo con ese dedo que nosotros movemos aquí, ¡en nuestra patria libre y soberana, señores! (APLAUSOS.)

No se explica qué pasa con los cubanos, no sé qué quieren de los cubanos. Parece que ellos no se imaginan la clase de pueblo que es el pueblo cubano, la clase de hombres y mujeres con que cuenta este pueblo, la clase de niños y de ancianos con que cuenta este pueblo, porque aquí hasta los muchachos de cuatro años ya saben lo que es Revolución y lo que es patria, ¡han aprendido mucho! (APLAUSOS.) No sé si piensan que nosotros estamos condenados, por naturaleza, a ser una especie de pueblo atrasado, una especie de pueblo explotado, una especie de pueblo esclavo; un pueblo para vivir explotado, pasando hambre, sin trabajar aquí nadie, durmiendo en un solar, víctima del garrotero, víctima de todos los especuladores, víctima de todo el mundo. ¡Qué bonito! Eso ha sido hasta hoy: víctima de los gobernantes traidores y miserables.

Realmente, si no se respetaba a este pueblo como debía respetarse, era porque los jefes de este pueblo, los gobernantes, los representantes, los mandatarios del pueblo, no se hacían respetar. Porque es lógico que cuando un gobernante, en vez de dedicarse a trabajar en lo que tiene que trabajar, que es en hacer leyes justas, en estudiar los problemas, en resolverlos con mucha calma y mucha paciencia, se dedica a enriquecerse, se dedica a coger por aquí, por allí, por acá, con todas las manos, por dondequiera, pues no lo respeta nadie, porque cuando viene un funcionario extranjero a hablar con aquel señor, ya lo mira con sorna: no está hablando con un gobernante —no hay moral para parársele allí a discutir y a defender sus derechos—, está hablando con un señor que está explotando a ese mismo pueblo, y lo que hacen es que lo tientan, lo sobornan, le ofrecen más dinero, buscan un arreglo. Y así ha estado el pueblo. Los gobernantes eran los primeros que se ponían de acuerdo con los intereses extraños. Un poco más y casi uno no acaba de explicarse cómo no arruinaron la república, cómo no la vendieron. Es casi un milagro [...]

   

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