[...] Siempre hay el impaciente que cree que esto es
un paseo de rosas, que esto es una tarea fácil. Hay mucha gente que
tiene en la cabeza un poco de lo que le enseñan a través de las
novelas, en los cuentos de hadas y en las películas, que todo
siempre termina bien y todo siempre parece muy fácil, y no tiene ni
la menor idea de las dificultades con que se tiene que encontrar un
gobierno [¼ ] Y, además, una república
que se edificó sobre cuatro siglos de colonia. Y sobre esa base que
ni siquiera fue removida, porque aquí, cuando el país logró su
independencia tuvo que edificarla sobre la base de la colonia, sin
destruir aquellos cimientos; sobre una base colonial creció este
injerto republicano que a nosotros nos ha tocado ahora gobernar, por
suerte, con la colaboración del pueblo, sin la cual estimo que sería
virtualmente imposible esta tarea [...]
[...] Naturalmente que esto no le ha hecho mucha
gracia a nadie. Mejor dicho, no a nadie, no le ha hecho mucha gracia
a todo el mundo, sobre todo por allá por el Norte [...] Yo no me
explico: si movemos un dedo aquí, inmediatamente tiene que ver todo
el mundo con ese dedo que nosotros movemos aquí, ¡en nuestra patria
libre y soberana, señores! (APLAUSOS.)
No se explica qué pasa con los cubanos, no sé qué
quieren de los cubanos. Parece que ellos no se imaginan la clase de
pueblo que es el pueblo cubano, la clase de hombres y mujeres con
que cuenta este pueblo, la clase de niños y de ancianos con que
cuenta este pueblo, porque aquí hasta los muchachos de cuatro años
ya saben lo que es Revolución y lo que es patria, ¡han aprendido
mucho! (APLAUSOS.) No sé si piensan que nosotros estamos condenados,
por naturaleza, a ser una especie de pueblo atrasado, una especie de
pueblo explotado, una especie de pueblo esclavo; un pueblo para
vivir explotado, pasando hambre, sin trabajar aquí nadie, durmiendo
en un solar, víctima del garrotero, víctima de todos los
especuladores, víctima de todo el mundo. ¡Qué bonito! Eso ha sido
hasta hoy: víctima de los gobernantes traidores y miserables.
Realmente, si no se respetaba a este pueblo como
debía respetarse, era porque los jefes de este pueblo, los
gobernantes, los representantes, los mandatarios del pueblo, no se
hacían respetar. Porque es lógico que cuando un gobernante, en vez
de dedicarse a trabajar en lo que tiene que trabajar, que es en
hacer leyes justas, en estudiar los problemas, en resolverlos con
mucha calma y mucha paciencia, se dedica a enriquecerse, se dedica a
coger por aquí, por allí, por acá, con todas las manos, por
dondequiera, pues no lo respeta nadie, porque cuando viene un
funcionario extranjero a hablar con aquel señor, ya lo mira con
sorna: no está hablando con un gobernante —no hay moral para
parársele allí a discutir y a defender sus derechos—, está hablando
con un señor que está explotando a ese mismo pueblo, y lo que hacen
es que lo tientan, lo sobornan, le ofrecen más dinero, buscan un
arreglo. Y así ha estado el pueblo. Los gobernantes eran los
primeros que se ponían de acuerdo con los intereses extraños. Un
poco más y casi uno no acaba de explicarse cómo no arruinaron la
república, cómo no la vendieron. Es casi un milagro [...]