Cuba quedó, con esto, empeñada con un enemigo poderoso e
inclemente. Y mucha sangre se derramaría aún antes de lograr la
verdadera independencia
Como preámbulo adecuado para tanta historia grande, la primera
Constitución de la República en Armas sesionó en Guáimaro,
territorio situado al este de Camagüey, y donde se reunieron los
principales protagonistas de la insurrección en abril de 1869,
apenas unos meses después de iniciada la primera contienda por la
libertad de la nación.
En ese encuentro, en el que participaron los más valiosos
representantes de la independencia, lo imprescindible de la unidad
dentro de la revolución se impuso a las diferentes concepciones
sostenidas hasta el momento en el campo insurrecto.
Los criterios de Carlos Manuel de Céspedes sobre un mando único,
donde las funciones civiles y militares fuesen controladas por la
misma persona, se contraponían al parecer de los camagüeyanos,
quienes eran partidarios de separar ambos poderes, con una división
interna del mando civil.
Imaginemos por un instante a aquellos hombres de recia
personalidad, educados la mayoría en los mejores colegios del país y
en el extranjero, decididos a arriesgar vidas y bienes en la
contienda, firmes y convencidos de sus propios criterios.
Veamos con el poder del pensamiento el ardor con que defendieron
sus concepciones, el hervor magnífico de las ideas en medio del
ímpetu y el arrojo, y tendremos un pálido panorama de las sesiones
de la Asamblea de Guáimaro.
Al fin, se impuso el bloque coherente y firme conformado por
camagüeyanos y villareños, en el cual marcó su impronta el joven
abogado Ignacio Agramonte y Loynaz, de cuya pluma surgió el proyecto
de Constitución.
Los delegados aprobaron una Carta Magna en la que se normaba la
estructura del aparato de dirección con la división en los poderes
ejecutivo, legislativo y judicial.
Carlos Manuel de Céspedes fue designado primer Presidente de la
República en Armas, y como vicepresidente resultó electo el
camagüeyano Salvador Cisneros Betancourt.
Guáimaro marcó también una pauta importante con la voz de Ana
Betancourt de Mora. Por primera vez de forma pública una mujer
defendió los derechos femeninos con la pasión que caracteriza al
sexo más resistente y voluntarioso.
Ana Betancourt demandó ante las autoridades revolucionarias el
cese de la explotación femenina, y expresó la voluntad de las
cubanas de defender a la Patria de voz y acción.
La Asamblea también seleccionó la bandera de la estrella
solitaria como enseña nacional, y en el artículo 24 de su
Constitución señaló como punto de partida de un proceso ya
irreversible: "Todos los habitantes de la República son enteramente
libres".
Se remarcaba así el principio propugnado por Céspedes de la
abolición de la esclavitud, condición imprescindible para el
nacimiento de una nación verdaderamente libre y soberana.
Por primera vez en Cuba representantes de los distintos
territorios aunaban esfuerzos y presentaban un bloque único de
combate. Guáimaro fue el lugar adecuado para proporcionarle a los
cubanos el aparato legal imprescindible. A partir de entonces la
República en Armas fue reconocida por varios gobiernos y marcó su
huella en el proceso evolutivo del pensamiento cubano.
Ya comenzábamos a ser nación.
CONSTITUCIÓN DE BARAGUA
Al finalizar la entrevista bajo los mangos de Baraguá, en marzo
de 1878, el general Arsenio Martínez Campos le había preguntado a
Maceo cuánto tiempo necesitaba para que se reanudaran las
hostilidades. Ocho días, fue la respuesta relampagueante que
recibió. Como exclamó uno de aquellos bizarros soldados mambises
presentes, el 23 de marzo se rompería el corojo. Martínez Campos se
retiró y horas después escribió: "La Historia juzgará quién ha
tenido la razón en este asunto".1
Cuando los telégrafos de la isla comunicaron la noticia de que
combatientes de Oriente habían rechazado plegar sus banderas, una
ola de asombro y admiración se extendió por todas partes y el nombre
del general Antonio Maceo traspasó para siempre las fronteras de
Cuba. Había salvado el honor de los cubanos.
Maceo sabía que resultaba preciso apurar todos los preparativos
de la continuación de la batalla y, entre estos, establecer una
nueva legalidad. De manera que los 104 oficiales congregados en su
campamento fueron llamados a crear la nueva institucionalidad
mambisa. El desprestigio ganado por la anterior, dio por resultado
que a nadie se le ocurriera la posibilidad de un regreso a algo
semejante a la cámara de Guáimaro.
Ya era de noche cuando el cuerpo de oficiales, sin la presencia
de los jefes, Maceo, Manuel de Jesús Calvar, Titá, y Vicente García,
quien acababa de llegar al campamento, se constituyó en órgano
deliberante. Quien lo presidía, el coronel Silverio del Prado,
comenzó por exponer que ante ellos se abría una opción de honor:
seguir a Maceo o la cobardía del pacto. Los gritos unánimes de los
presentes no lo dejaron adelantar: ¡A la guerra! ¡A la guerra!,
proclamaron.
Después, una comisión electa por aquella junta decidió, mediante
una simple constitución de seis artículos, la nueva
institucionalidad cuyas bases esenciales consistían en la formación
de un gobierno de cuatro miembros que elegiría un general en jefe y
quedaría facultado para hacer la paz sobre la base de la
independencia. Cualquier otra determinación solo podría hacerse por
autorización del pueblo. A media noche el toque de silencio del
clarín cerró una jornada que repercutiría para siempre en la
historia de Cuba.
ASAMBLEA DE JIMAGUAYÚ
El 16 de septiembre de 1895 una delegación del Ejército
Libertador de la República de Cuba en Armas proclamó la Constitución
de Jimaguayú.
Esta Carta Magna establecía un Consejo de gobierno integrado por
seis figuras que aunaban los poderes ejecutivo y legislativo y que
no interfería al aparato militar.
Como Presidente de la República en Armas fue elegido en esta
ocasión el camagüeyano Salvador Cisneros Betancourt, y ocupó la
vicepresidencia Bartolomé Masó.
Por su parte, en las secretarías de Guerra, Hacienda, Interior y
del Exterior estuvieron Carlos Roloff, Severo Pina Estrada, Santiago
García Cañizares y Rafael Portuondo Tamayo, respectivamente.
La Carta Magna de Jimaguayú constituyó, en sí, una fórmula para
organizar internamente la Revolución de 1895. No obstante, en su
artículo 24 establecía la obligatoriedad de que si en dos años la
guerra no estaba ganada, debía convocarse a otra asamblea.
Esta decisión fue muy acertada y eliminaba per se las
dificultades que la ausencia de un mecanismo similar había provocado
en la de Guáimaro; a la par, la unificación lograda en la de
Jimaguayú constituía un paso de avance en la organización
revolucionaria.
ASAMBLEA DE LA YAYA:
La guerra se prolongaba sin avizorarse aún el triunfo, y en
septiembre de 1897 se hizo efectivo el artículo 24 de la
Constitución de Jimaguayú, concebido a tales efectos.
Pero la Asamblea de La Yaya estuvo marcada por las discrepancias
entre lo civil y lo militar, y también por el creciente interés
norteamericano en los acontecimientos en Cuba. Ya el vecino del
norte afilaba sus garras y soñaba con apoderarse de la pequeña isla,
rica en recursos pero desangrada en una guerra cruel y prolongada.
En esta Asamblea los delegados eligieron como Presidente de la
República en Armas a Bartolomé Masó Márquez; a Domingo Méndez
Capote, como vicepresidente, y encomendaron las carteras de
Hacienda, Guerra, Interior y Exterior, a Ernesto Fonts Sterling,
José Braulio Alemán, Manuel Ramón Silva y Andrés Moreno de la Torre,
respectivamente.
Al momento de celebrar la Asamblea de La Yaya, existía una
inestable y peligrosa situación internacional, y no era la menor que
Estados Unidos aumentaba por momentos las presiones para que España
concluyera la guerra.
Por esta razón la Constitución insertó un artículo que establecía
la convocatoria a una nueva asamblea con plenos poderes para decidir
sobre el futuro del país en el caso de que los españoles abandonaran
la Isla o los cubanos ocuparan una parte sustancial del territorio.
Lo trascendental de este acuerdo quedaría evidenciado a finales
de 1898.
Porque Estados Unidos no quería perder la excelente oportunidad
de apoderarse de Cuba, presa codiciada desde hacía mucho y que
suponían prácticamente lista para caer en sus manos rapaces.
ASAMBLEA DE SANTA CRUZ:
En octubre de 1898 la situación nacional requirió cumplir el
acuerdo de la Constitución de La Yaya antes mencionado, y fue
convocada la Asamblea de Santa Cruz, la cual trascendió a la
historia con ese nombre, aunque en 1899 se trasladó varias veces y,
por último, se instaló en El Cerro, La Habana.
Esta Asamblea no tuvo un verdadero líder que unificara criterios
y controlara las opiniones y los proyectos. Aunque llena de amor a
Cuba y de buenos propósitos, poco pudo hacer en momentos
especialmente convulsos en los que tanto peligraba la consecución
del objetivo independentista por el que se habían vertido torrentes
de sangre.
A fines de 1899 Tomas Estrada Palma disolvió el Partido
Revolucionario cubano, fundado por José Martí, y que había quedado
bajo su dirección a la muerte del prócer, lo que condujo al
debilitamiento de la unidad ideológica de la Revolución y eliminó de
hecho un efectivo eslabón de cohesión.
La Asamblea de Santa Cruz se propuso asumir la dirección del país
e implantar la creación del Estado. Designó a una comisión para que
fuese a Estados Unidos y precisara el futuro de Cuba, siempre con la
proyección de instaurar una nación libre y soberana.
Pero el gobierno norteamericano no la consideró "oficial" y, por
tanto, no la reconoció como representante del pueblo cubano.
Las aviesas intenciones yanquis ejecutaban acciones rápidas y
efectivas. Estados Unidos se introdujo en la guerra cubano-española
y la convirtió en falsamente hispano-cubano-norteamericana, por
medio del autoatentado al acorazado Maine.
Posteriormente el gobernador interventor yanqui de la Isla
Leonardo Wood, le impuso a la Asamblea Constituyente la tristemente
célebre Enmienda Platt que poca o ninguna libertad le dejó a la
naciente República.
Cuba quedó, con esto, empeñada con un enemigo poderoso e
inclemente. Y mucha sangre se derramaría aún antes de lograr la
verdadera independencia.