Por qué a Matanzas se le conoce
como la Atenas de Cuba
En octubre de 1693, se funda la
ciudad de San Carlos y San Severino de Matanzas. Matanzas resultó
el sitio privilegiado y acumuló por sí sola el esplendor de una
buena parte del siglo XIX.
En 1813 la ciudad yumurina recibió
los beneficios de la introducción de la imprenta. Se considera que
en este año se inicia el Siglo de Oro de Matanzas. Eran esos los
tiempos en que José María Heredia hacía versos y ensayos
teatrales. En 1835 se crea la Biblioteca Pública, a iniciativa de
Tomás Gener y Domingo del Monte, dos prominentes figuras
relacionadas con el fomento local. El segundo adquiere singular
relieve, a él se debe el desarrollo de uno de los hechos más
significativos de la historia literaria cubana : las famosas
tertulias delmontinas. Bajo este efecto escribe Milanés El Conde
Alarcos, cuyo estreno en el Teatro Tacón , en 1838, representó el
triunfo del romanticismo sobre nuestros escenarios y el primer
éxito de un escritor matancero.
Es febril el ambiente literario en la
urbe provinciana durante los primeros años de la década del
cuarenta. Es la época brillante de Milanés, de Plácido y Manzano,
de Miguel Teurbe Tolón y Félix Tanco, entre otros.
En 1842 se funda La Guirnalda,
primera revista literaria matancera. El oleaje cultural avanza, pero
el ímpetu individual da la sensación de ir más de prisa. El
verdadero esplendor de la cultura llega a un punto culminante en la
sexta década del siglo XIX. En el bienio 1859-60 se consolida el
Liceo Artístico y Literario, y en el 61 resultará un resonante
triunfo la llegada de La Avellaneda. Nunca antes la población
había respirado tanta gloria. En 1863 se inaugura el Teatro
Esteban, al año siguiente el Instituto de Segunda Enseñanza. Ya
por esa época el matancero José White, recibía el homenaje del
mundo entero, como uno de los violinistas más famosos de su siglo.
Por eso, cuando en 1860, Rafael del
Villar lanza en público la propuesta del título "La Atenas de
Cuba", la aceptación es unánime, porque la idea ya estaba
desde mucho antes, en el habla y en la mente de muchos. Todos los
presentes respiran satisfechos, y esa noche los poetas cantan con
brío renovado. Ha triunfado el epíteto perfecto, la definición
esperada. Ese es el título conveniente para un conglomerado social
que sueña con una diáspora violenta y promisoria de la literatura
y el arte, con un período de oro, similar al renacimiento europeo
de varios siglos atrás. El sobrenombre fue sin embargo, el orgullo
de la ciudad y fascinó a varias generaciones, hasta la más
reciente, que aún no ha pensado en renunciar a él. Era la corona
de laurel propicia al esfuerzo sistemático por elevar la cultura.
El esplendor local era comparado así con la gloria imperecedera del
siglo de Pericles. La aristocracia provinciana soñaría entonces
con imponer a la posteridad la gloria de un Prometeo o de un Edipo y
hacia esa meta lanzaba su reto.