Integración cultural de América Latina y el Caribe

Casa con todos

Cinco décadas antes de que la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños comenzara a prefigurarse como la más importante instancia integradora de la región, un lugar de la geografía habanera, muy próximo al Malecón, cobró vida como cruce de caminos de nuestros pueblos: la Casa de las Américas

Pedro de la Hoz

Cinco décadas antes de que la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños comenzara a prefigurarse como la más importante instancia integradora de la región, un lugar de la geografía habanera, muy próximo al Malecón, cobró vida como cruce de caminos de nuestros pueblos: la Casa de las Américas.

La Casa de las Américas de La Habana. Foto: Kaloian Santos.

Una mujer con una sensibilidad especial, que había ocupado posiciones de primera fila en la epopeya libertaria desde su gestación, Haydée Santamaría, puso en marcha, por mandato de Fidel, uno de los proyectos más rotundos y abarcadores que se tenga noticias en el hemisferio, bajo las premisas del reconocimiento de las identidades latinoamericanas y caribeñas como parte de una identidad mayor, la valoración y promoción de sus culturas, y el compromiso con los procesos de emancipación y descolonización.

No podían suponer ni Haydée ni los fundadores, que a la vuelta de menos de tres años —la Casa ahora cumple 55— que la institución devendría un puente privilegiado de comunicación y encuentro de Cuba con las comunidades artísticas e intelectuales de la región, a raíz de la ruptura de relaciones diplomáticas con La Habana por parte de la inmensa mayoría de los países adscritos a la Organización de Estados Americanos, que con excepción de México, acataron el guión del bloqueo dictado por Washington.

Un ejemplo de su poder de convocatoria y vocación integradora se tiene en la historia de su certamen literario. En 1959 sus bases apuntaban a los escritores hispanoamericanos, pero ya en 1964 abrió la posibilidad de participación a los autores de Brasil, compuerta que se vio temporalmente ocluida tras el golpe de estado contra Joao Goulart, pero finalmente y para siempre fluida unos años después, cuando la literatura brasileña se estableció como una categoría permanente del Premio Casa. Es que no se concibe la cultura de la región sin esa gigantesca nación, como tampoco sin el aporte de los territorios antillanos de habla inglesa y francesa, cuya producción artística y literaria resulta por su magnitud inversamente proporcional al tamaño de las islas.

De modo que no solo en las bases del Premio sino en la gestión editorial de la institución, incluidas sus magníficas revistas, los clásicos de la América hispana —los Vallejos y Neruda, los Rivera y Gallegos, los Arguedas e Icaza, los Azuela y Nervo, los Borges y Quiroga— se hicieron acompañar de Euclides da Cunha, Joao Guimaraes Rosa, José Lins do Rego, Jean Price Mars, Jacques Roumain, Pedro Mir, Aimé Cesaire, Edouard Glissant, Eric Williams, George Lamming y Kamau Brathwaite.

No debe olvidarse tampoco que el Premio es posiblemente el único en el continente que haya jerarquizado las literaturas de expresión originaria —la institución cuenta ahora, con un programa dedicado a esas culturas.

Casa fue y es la casa de todos. El viejo Ezequiel Martínez Estrada trabajó en los tiempos iniciales, Manuel Galich echó raíces en Tercera y G; Mario Benedetti insufló de aliento al Centro de Investigaciones Literarias; Roque Dalton fue una llamarada. García Márquez, Cortázar, Galeano, Thiago... cuántos nombres en un fogonazo. Los teatreros poblaron sus sueños en los espacios promovidos por Casa. Las vanguardias de las artes visuales desplegaron sus banderas con las reverberaciones ópticas de Cruz Diez, la pasión lúdicra de Julio Le Parc, las estampas ígneas de Berni y Seguí y la lúcida locura de Roberto Matta. Payadores y trovadores, tangueros y jazzistas, músicos clásicos y populares, animaron con sus cantos el recinto donde gana altura, en la sala Che Guevara, el Árbol de la Vida.

Pensamiento, poesía y acción renovados en la Casa de hoy, que sigue siendo la de Haydée, continúan orientándose con la brújula bolivariana, martiana, guevariana y fidelista de sus días iniciales.

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