Una mujer con una sensibilidad especial, que
había ocupado posiciones de primera fila en la epopeya libertaria
desde su gestación, Haydée Santamaría, puso en marcha, por mandato
de Fidel, uno de los proyectos más rotundos y abarcadores que se
tenga noticias en el hemisferio, bajo las premisas del
reconocimiento de las identidades latinoamericanas y caribeñas como
parte de una identidad mayor, la valoración y promoción de sus
culturas, y el compromiso con los procesos de emancipación y
descolonización.
No podían suponer ni Haydée ni los fundadores,
que a la vuelta de menos de tres años —la Casa ahora cumple 55— que
la institución devendría un puente privilegiado de comunicación y
encuentro de Cuba con las comunidades artísticas e intelectuales de
la región, a raíz de la ruptura de relaciones diplomáticas con La
Habana por parte de la inmensa mayoría de los países adscritos a la
Organización de Estados Americanos, que con excepción de México,
acataron el guión del bloqueo dictado por Washington.
Un ejemplo de su poder de convocatoria y vocación
integradora se tiene en la historia de su certamen literario. En
1959 sus bases apuntaban a los escritores hispanoamericanos, pero ya
en 1964 abrió la posibilidad de participación a los autores de
Brasil, compuerta que se vio temporalmente ocluida tras el golpe de
estado contra Joao Goulart, pero finalmente y para siempre fluida
unos años después, cuando la literatura brasileña se estableció como
una categoría permanente del Premio Casa. Es que no se concibe la
cultura de la región sin esa gigantesca nación, como tampoco sin el
aporte de los territorios antillanos de habla inglesa y francesa,
cuya producción artística y literaria resulta por su magnitud
inversamente proporcional al tamaño de las islas.
De modo que no solo en las bases del Premio sino
en la gestión editorial de la institución, incluidas sus magníficas
revistas, los clásicos de la América hispana —los Vallejos y Neruda,
los Rivera y Gallegos, los Arguedas e Icaza, los Azuela y Nervo, los
Borges y Quiroga— se hicieron acompañar de Euclides da Cunha, Joao
Guimaraes Rosa, José Lins do Rego, Jean Price Mars, Jacques Roumain,
Pedro Mir, Aimé Cesaire, Edouard Glissant, Eric Williams, George
Lamming y Kamau Brathwaite.
No debe olvidarse tampoco que el Premio es
posiblemente el único en el continente que haya jerarquizado las
literaturas de expresión originaria —la institución cuenta ahora,
con un programa dedicado a esas culturas.
Casa fue y es la casa de todos. El viejo Ezequiel
Martínez Estrada trabajó en los tiempos iniciales, Manuel Galich
echó raíces en Tercera y G; Mario Benedetti insufló de aliento al
Centro de Investigaciones Literarias; Roque Dalton fue una
llamarada. García Márquez, Cortázar, Galeano, Thiago... cuántos
nombres en un fogonazo. Los teatreros poblaron sus sueños en los
espacios promovidos por Casa. Las vanguardias de las artes visuales
desplegaron sus banderas con las reverberaciones ópticas de Cruz
Diez, la pasión lúdicra de Julio Le Parc, las estampas ígneas de
Berni y Seguí y la lúcida locura de Roberto Matta. Payadores y
trovadores, tangueros y jazzistas, músicos clásicos y populares,
animaron con sus cantos el recinto donde gana altura, en la sala Che
Guevara, el Árbol de la Vida.
Pensamiento, poesía y acción renovados en la Casa
de hoy, que sigue siendo la de Haydée, continúan orientándose con la
brújula bolivariana, martiana, guevariana y fidelista de sus días
iniciales.