CRIMEN DE BARBADOS. Aniversario 30.

Intrepidez e hidalguía

ALFONSO NACIANCENO
alfonso.gng@granma.cip.cu

Treinta años atrás estaba muy lejos de imaginar que el 6 de octubre de 1976 marcaría mi pensamiento de forma imperecedera. El transcurrir de los años no ha borrado las imágenes del dolor multiplicado entre millones de cubanos; tampoco ha disminuido ni un ápice el odio hacia quienes sacrificaron en la flor de su juventud a aquellos esgrimistas campeones.

Jesús Gil junto a Manuel Permuy, jefe de la delegación cubana al evento, en una foto tomada en Caracas horas antes de ser asesinados.

Hoy, pasadas tres décadas del acto terrorista, nuevamente escribo con orgullo sobre los Mártires de Barbados.

Y hablo de su hidalguía, porque defendieron a nuestra Patria con honor. Con su intrepidez, esas esperanzas olímpicas ganaron las ocho medallas de oro en disputa y por cuarta ocasión consecutiva los Campeonatos Centroamericanos y del Caribe de Esgrima. Sus preseas aún refulgen desde el fondo del mar para cegar a sus asesinos.

En estos días de recordación retornan a la mente los momentos de ira y dolor vividos hace seis lustros. Los instantes iniciales, cuando todavía no se tenían todos los pormenores sobre la voladura del avión CUT-1201 de Cubana; las jornadas de intensa búsqueda de los restos mortales a más de 600 metros de profundidad frente a las costas de Barbados!

Fue muy triste y difícil a la vez —para quienes conocimos a muchos de esos jóvenes y departimos con ellos en los torneos Fonst in Memoriam y en los campeonatos nacionales— entrevistar a sus familiares en medio de la tragedia.

Y mientras los seres más queridos de los caídos hacían un esfuerzo supremo por ofrecer algunos detalles acerca de su paso por la vida y el deporte, como golpes efímeros de luz pasaban por mi mente la contagiosa gracia cubana del entrenador Santiago Hayes; la amabilidad de Luis A. Morales (Billito), quien después de destacarse como atleta y sobresalir por su destreza en la organización de eventos, asumió con éxito la secretaría de la Confederación Centroamericana y del Caribe de Esgrima; la humildad y el desvelo mostrados por el armero Jesús Gil para resolver cuanto problema surgiera; la candidez y entereza de la floretista Virgen Felizola; la calidad de la pinareña Nancy Uranga, a sus 22 años de edad estudiante de Ciencias Biológicas en la Universidad de La Habana.

No pretendo mencionarlos a todos, como tampoco olvido que entre los 73 muertos en el crimen de Barbados estaban 11 guyaneses y cinco ciudadanos de la República Popular Democrática de Corea. Pero, permítanme una licencia: hablarles un poco acerca del viejo Gil, un hombre que proveniente de otra profesión, sin conocer nada sobre floretes, espadas y sables, impulsado por el amor al trabajo, se convirtió en un imprescindible.

La instalación situada en Prado y Trocadero era en esos años 70 el escenario por excelencia de la esgrima. Un edificio antiguo y majestuoso, en el corazón de La Habana.

Allí, en un pequeño sitio, tenía Jesús Gil su taller de reparaciones. Alicate en mano, iba y venía por la sala durante las competencias o los entrenamientos, haciendo caso omiso de quienes jaraneaban con él y sus "inventos" para mantener las armas en uso.

Ese era Gil. Amistoso, abnegado, noble. En una ocasión me senté a su lado mientras intentaba arreglar un florete, y le pregunté con cierto aire de chanza: ¿Usted no se cansa de reparar tantas armas viejas? A lo que ripostó con una estocada a fondo: ¿Acaso a ti te aburre el periodismo?

Jesús Gil fungió como armero del equipo Cuba y de los otros siete elencos participantes en el IV Centroamericano y del Caribe de Caracas 1976.

 

   

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