Han pasado treinta años y las emociones persisten. El coronel
Mario Martínez Álvarez no escapa de la ira, el dolor, los
sobresaltos vividos al frente de la comisión técnica que investigó
el desastre.
Ignacio Fournier, entonces director de Medicina Legal;
especialistas del Instituto de Aeronáutica Civil de Cuba (IACC), y
dos buzos de Tropas Especiales, le acompañaron en el inicio de las
pesquisas.
"Llegamos al amanecer del día 7. Los primeros entrevistados
fueron los miembros de una tripulación cubana que estaba allí.
Queríamos determinar exactamente dónde había caído el avión: en
aguas jurisdiccionales de Barbados o en aguas internacionales.
"Las autoridades dijeron que habían marcado el sitio con un
tanque atado con cables. El mar estaba violento y no encontramos
ninguna señal. Comentaron que quizás con el viento y las fuertes
corrientes la demarcación se corrió.
"Pasamos casi toda la mañana buscando. Algunos se marearon por el
fuerte oleaje. La investigación demostró que la nave cayó a menos de
tres millas de la costa, dentro de los límites jurisdiccionales de
la pequeña isla caribeña."
Carlos y Orledo, los jóvenes buzos, se sumergían tras un hallazgo
que podía ser impactante. Mario recuerda cada momento, hasta los más
tensos.
"Tratábamos de encontrar algo allí, pero no aparecía nada porque
todo lo que flotó del avión, incluso los cadáveres, se había
recogido el día anterior. Tiramos los buzos en el supuesto lugar de
la caída, aunque era peligroso, por las fuertes corrientes y aguas
profundas.
"Pasamos cierto susto. Los tanques de oxígeno tenían capacidad
para 40 minutos. Acordamos que subieran en media hora. No salían.
Terminó el tiempo y comenzamos a navegar en círculos, hasta
encontrarlos a dos o tres millas. La corriente los había arrastrado.
Tuvieron que botar el lastre... Y no vieron nada, excepto oscuridad.
Cuando los sacamos necesitaron casi dos horas para recuperarse.
Decidimos que no volvieran."
Pero las pesquisas debían continuar.
"Conversamos con testigos que desde la playa habían visto
precipitarse al DC-8. Obtuvimos información de lo que había
reportado un avión que sobrevolaba la zona cuando ocurrió la
catástrofe. También el radar confirmó el hundimiento, a trece millas
del aeropuerto de Seawell. Volamos varias veces sobre la zona. No
divisamos nada.
"Luego se incorporaron nuestros especialistas en estudios de
accidentes y sabotajes aéreos, dirigidos por Julio Lara y otro
perito. Junto a un fotógrafo, empezaron a trabajar a partir de la
información inicial.
"Por medio de los pasajeros que se bajaron en Barbados, y del
representante de Cubana allí, logramos ubicar el asiento donde iba
cada viajero. Recuperamos piezas del avión. Aparecieron vacíos los
balones de oxígeno que usó la tripulación y 14 maletas que
permitieron definir, desde el punto de vista técnico, dónde
sucedieron las explosiones.
"La primera bomba fue colocada por el terrorista Hernán Ricardo
en el equipaje de mano de una guyanesa que venía con su nieta. Su
compinche, Freddy Lugo, pone la segunda en el baño de cola, y la
descarga proyecta una pieza del lavamanos en el mamparo."
Ciertas evidencias mostraban cómo el horror se expandió por el
avión.
"Comprobamos que las trece víctimas encontradas no murieron al
caer el aparato, sino antes, con la primera detonación. Desde ese
instante, el resto vivió unos cinco minutos de terror. De no ocurrir
el segundo estallido, se hubiesen salvado.
"Al revisar los cadáveres, quedó demostrado el empleo de
explosivos de alto poder. Esta fue nuestra conclusión, a partir de
señales como cuerpos desnudos, incrustaciones de esquirlas en
ellos... En el de un coreano aparecieron envolturas de caramelos
encarnadas en un muslo, casi en el hueso, lo cual probó la fuerza de
la expansión."
Mas, diversos obstáculos entorpecieron la ruta hacia la verdad.
"Eric Newton, un científico inglés especializado en accidentes
aéreos, contratado por Barbados, accedió primero a los restos del
avión. Nuestros técnicos tuvieron tiempo limitado para trabajar con
las pruebas. Ya Newton había embalado algunas a fin de examinarlas
en Inglaterra.
"Pese a esto, encontramos un cartón que decía `dinamita'. Aquello
parecía ingenuo. Llamamos al director nacional de la aeronáutica
civil. Este pidió que no se le diera publicidad al hallazgo. Su
actitud obedecía a la difundida patraña de que el avión explotó
accidentalmente, porque Cuba utilizaba esa línea para transportar
explosivos y distribuirlos en América Latina. Pero la supuesta
evidencia para culparnos de la catástrofe resultó demasiado burda.
"Por otro lado, todas las noches me llamaba al hotel gente del
CORU. Me ofrecieron dinero para abandonar las investigaciones.
Decían que aquello podía pasar como un accidente, que estábamos
encaprichados en calificarlo como atentado. Primero fueron llamadas,
luego amenazas de que pondrían una bomba en el hotel, y hasta me
visitaron para intimidarme."
Les aguardaban otras horas igual de terribles, angustiosas, de
expectativas que vivirían juntos, intentando completar el
rompecabezas con los pedazos que rescataron del mar.
"Llamamos a cuatro barcos cubanos que estaban pescando en Guyana,
para que nos ayudaran en la búsqueda. Llegaron con una tripulación
de cinco o seis, y las bodegas llenas de camarón, lo cual
dificultaba el proceso.
"Esos muchachos demostraron tremenda actitud. No los dejaron
entrar a la bahía. Pasaron tres días en alta mar, soportando además
el fuerte olor del marisco. Luego les permitieron llegar al muelle,
pero sin abandonar los navíos.
"Su mayor contribución fue rastrear la zona con dos mallas que
improvisaron. Peinamos el sitio durante días. A veces las redes se
trababan por la profundidad. En una ocasión se enredaron con algo
que parecía un ala. Cuando tiraron, vieron que era parte del avión:
enseguida emergieron vasitos de Cubana. Ya casi arriba, se veía una
cosa blanca grande enganchada a la malla.
"El tejido se rompía a ratos... y entonces se zafó. Pasamos dos
días tratando de recuperarla. Estamos casi seguros de que era un
ala, porque aparecieron los extintores que el avión lleva en ellas.
No hallamos nada más."
El plan no era que la nave explotara tan próxima a Barbados, sino
en alta mar, para imposibilitar las investigaciones. Pero hubo
problemas en la escala para echar combustible y el avión demoró en
salir, lo cual ocasionó que estallara antes de ascender a 18 000
pies, cuando debía hacer su primer reporte.
El pueblo barbadense reconoció que ese era un crimen horrendo y
se desató una efervescencia de colaboración a favor de Cuba. Pronto
se supo que la CIA estaba detrás de todo.
"A los tres días teníamos los datos necesarios para presentar en
el juicio. El proceso judicial, donde presidí la delegación cubana,
comenzó el 23 de octubre y concluyó a principios de diciembre. Tuvo
más de 50 vistas. En la primera, los norteamericanos insistían en
calificar el crimen como un accidente aéreo. Pero en ese tiempo,
armamos el expediente que le sirvió a Venezuela como prueba para
juzgar a los perpetradores.
"Cuando menos lo esperábamos, el señor Newton regresó a declarar.
Para él, sus conclusiones cerrarían el caso. Sin embargo, le
formulamos como 18 preguntas que desbarataron su tesis de que la
explosión había sido en el compartimento de carga ocho, lo cual
exoneraba de culpa a los autores, pues allí no dejaron equipaje.
"Me conmovió mucho la firmeza de los testigos durante el juicio.
Ahí se lloraba. Escuchamos grabaciones que describían dramáticamente
parte de lo vivido por la gente en el avión. Entre las víctimas
descubrí a un antiguo compañero mío del MININT, que volvía de Guyana
con su esposa. Lo identifiqué porque lo conocía muy bien, pero lo
que quedaba de él era solo el rostro."
En ese periodo aparecieron el asiento del capitán y carnés de los
tripulantes, en una playa a cien millas de Barbados. También espadas
de los deportistas y objetos personales, algunos muy conmovedores.
"Me trajeron un casete que encontró un pescador. Lo lavamos con
agua dulce y lo pusimos a secar. Al reproducirlo se oía
perfectamente. Era el diario de un esgrimista.
"Contaba las victorias diarias del equipo en el Centroamericano
de Venezuela, hablaba de la opulencia, el contraste con la pobreza
de los cerros... y del miedo que le tenía a los aviones. Su última
grabación fue en Trinidad, donde decía: `ya estamos llegando a Cuba,
qué suerte, me quedan unas horitas para llegar...'."
"Escuchar eso fue muy duro, porque nunca llegó."