(23 de septiembre de
2005)

Hombre de oficio peligroso
ORTELIO GONZÁLEZ
MARTÍNEZ
El dedo índice de la
mano derecha cercenado a la altura de la segunda falange pudiera ser
la marca reveladora de su oficio.
Todos los sentidos tienen que estar puestos en el trabajo, asegura Aguilera.
Antonio Aguilera Franco
integró el primer grupo de ingenieros en minas graduado en la
extinta Unión Soviética. Hoy es uno de los más reconocidos en el
país en la especialidad de perforación y voladuras controladas.
Quien lo escuche se
dará cuenta de la humildad que se esconde dentro de su persona.
Desde el año 1965 ha sido un peregrino por su oficio. En Holguín
trabajó en la planta Pedro Soto Alba. En Camagüey en la mina de
magnesita de Redención; y en las salinas El Real, de Santa Lucía,
y en la de Mayanabo-La Nenita; en Sancti Spíritus, en la mina de
feldespato sódico de Pico Tuerto. En Villa Clara participó en la
apertura del yacimiento de dolomita de Remedios y en el de
Hierro-Guao, y en la salina de Rancho Veloz; en Pinar del Río, en
las minas de Matahambre y en la arenera El Sábalo.
Y habla no de los
lugares en que estuvo, más bien del oficio que siempre anda dentro
de este hombre de 62 años de edad, fuerte y con disposición a toda
prueba: "Me acuesto y me levanto pensando en las voladuras. Es un
trabajo poco común, pero necesario, imprescindible, diría yo".
Aguilera, como lo conoce
todo el mundo, cuenta sus "hazañas", las mismas que transmite al
grupo de voladuras especiales del Ministerio de la Construcción,
del cual es su jefe.
"¡Qué
clase de voladura aquella del aeropuerto Jardines del Rey!
"Es
la mayor de las realizadas en la provincia de Ciego de Ávila y me
atrevo a asegurar que estuvo entre las más grandes de Cuba. Fue
cuando la Central de Trabajadores de Cuba nos confirió la Bandera
de Proeza Laboral.
"Pusimos
carga en toda la pista, a lo largo de más de tres kilómetros de
longitud y 45 metros de ancho, a una profundidad de 1,50 metros.
Íbamos volándolos por parte, no todo de una vez, si no hubiéramos
hundido el cayo".
Todo lo lleva en su
memoria, como para que no quede en el olvido.
"Cuando
la construcción del primer hotel en Cayo Coco, había que cortar
los pilotes a una medida. Esa construcción, por las
características del terreno, tenía cientos de esos elementos.
Hacerlo de forma manual habría demorado meses y terminamos en cinco
o seis días.
"Después
comenzamos con las voladuras controladas en lugares con riesgos. Es
difícil de verdad. Uno tiene que tener en cuenta las vibraciones,
las ondas aéreas, las proyecciones... para que todo salga bien."
Él accede a adentrarse
en los vericuetos de cuanto ha hecho junto a sus hombres, "y sin
ningún accidente", hace una pausa como si estuviera poniendo una de
sus cargas.
Cuenta anécdotas que se
las traen. "En 1981 teníamos (me mira a los ojos y habla con el
plural de la modestia) la misión de destruir una de las torres del
central Venezuela. Queríamos derribarla por caída unidireccional,
hacia donde nosotros deseábamos. Muy cerca de allí habían dos
tanques de combustible, comedores, viviendas...No aplicamos esa
variante y entonces comenzamos a demolerla hasta la mitad a
explosivo limpio. Obligamos a que los fragmentos cayeran hacia
dentro de la chimenea. Después la desprendimos de su base con
explosivos. La halamos con dos locomotoras y cayó hacia donde
nosotros nos convenía.
"En
el Combinado Lácteo de Ciego de ávila demolimos una torre de
enfriamiento. Difícil por la cantidad de tuberías que había,
incluida una de amoníaco. Hubo riesgo pero no pasó nada".
En algo piensa mientras
habla. Le imagino como si sus sueños me dieran a entender que va a
comenzar por última vez: "Ahora estoy metiéndole la cabeza... a la
limpieza de calderas con explosivos. Todavía no he encontrado
ninguna desahuciada por ahí para probar".
No es casualidad que
este hombre sea Vanguardia Nacional de la Construcción en los
últimos 18 años, posea las medallas Jesús Menéndez y Lázaro
Peña, entre otros muchos reconocimientos laborales, y haya
trabajado en minas de varios países de los que formaban el campo
socialista.
¿Lo del dedo? "Ese día
había mucho aire. Yo estaba en un trabajo voluntario en la empresa.
Sin darme cuenta puse la mano en el marco de la puerta. Se cerró
y...¡zas!
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